jueves, 26 de abril de 2007

Lo que se pretende decir

Ventana
McTildes dice “Cuando entro en este blog es como si me asomara a una ventana. Tengo sensaciones que difícilmente puedo expresar con palabras, pero tienen que ver con el aire y la luz”. Yo estoy segura de que ella, con tiempo, puede expresar todo lo que quiera, pero no se trata de ponerla en un compromiso sino que su comentario me ha recordado esta frase del libro de John Gardner que estoy leyendo:
  • “Descubrí lo que todo buen escritor sabe: que conseguir escribir exactamente lo que se pretende decir ayuda a descubrir lo que se pretende decir”. [Claro que, un buen abrazo, también.]

sábado, 21 de abril de 2007

El tiempo es una percepción

Mum&Doter1980
“Siempre me he quedado cortado cuando me preguntan la edad: por extraño que parezca, tengo la absoluta certidumbre de que he nacido hoy y lo que veo en las fotografías o en los espejos me intriga: una cara que no se asemeja a la mía, un cuerpo que no es el mío, una sonrisa o una expresión seria que me sorprenden. Lo mismo me pasa con el nombre: vacilo antes de responder: ¿seré yo? ¿No seré yo? António, qué vocativo extraño referido a mí.”

António Lobo Antunes

miércoles, 18 de abril de 2007

No es eso, no es eso

NiñaQueLee
Ya se anuncia por todas partes: se acerca el 23 de abril, Fiesta del Libro, Sant Jordi. Aquí, en Cataluña, se trata de un día muy especial y muy comercial pues se compran, para regalar, miles de libros y miles de rosas. La tradición dice que las rosas son para las mujeres y los libros para los hombres aunque paradójicamente (o no) parece ser que las mujeres leen más que los hombres.

El 23 de abril, desde muy temprano y hasta tarde en la noche, en todas las calles aparecen puestos donde puedes comprar o libros o rosas. En el centro de la ciudad la densidad de puestos de venta, y de gente pululando entre ellos, es tan alta que resulta bastante agobiante. El furor comprador de las horas punta hace intransitables las calles principales y, por si fuéramos pocos, hay que sumar los montones de turistas que en los últimos años han hecho suyo el espacio público de Barcelona, la millor botiga del món.

En la publicidad que ya ha comenzado a difundirse te informan de los horarios en que los escritores estarán firmando sus libros en los puestos callejeros de las principales librerías. Se suelen formar larguísimas colas delante de los autores llamados mediáticos, mientras que la mayoría de los demás no sabe dónde mirar. Quizás todo vale para vender más libros, pero a mí este espectáculo me parece patético. Quien no compra un sólo libro el resto del año, ese día compra. Mejor uno que ninguno ¿no? Mejor un libro que una pistola ¿no? Sí, seguro. Pero no sé por qué, a mí, este montaje no me gusta nada. Hay pocas cosas comparables al placer de merodear tranquilamente por una librería.

domingo, 15 de abril de 2007

Paul Auster. Un lugar único en el mundo

[O de cómo Jordi Llovet me ha quitado un pequeño peso de encima.]

PaulAusterEn una hipotética lista de mis autores favoritos Paul Auster ocuparía un lugar muy importante. Me enganché a él cuando McTildes me dejó El Palacio de la Luna hace casi mil años (o casi mil libros), y este texto marcó un antes y un después en mi relación con el placer de leer: creo que es el libro que más veces he leído y regalado. Desde entonces he disfrutado un montón con casi todas sus obras, entre las que, además de El Palacio de la Luna, destacaría Mr. Vértigo, El libro de las ilusiones, La noche del oráculo y Brooklyn Follies. Han sido páginas y páginas de felicidad las que Mr. Auster y Mr. Herralde me han proporcionado.

El problema es que su último libro, Viajes por el Scriptorium, se me atascó. Pendiente de su publicación, lo compré el primer día que se puso a la venta el pasado mes de enero, y llegué a casa deseando aislarme del mundo y empezar su lectura. Pero ya en la primera página empezó mi desconcierto pues no entendía nada: ni el argumento, ni la situación, ni los personajes. Muy aburrida, con grandes esfuerzos y leyendo en diagonal, conseguí llegar a la página 72, dónde aun permanece la señal que allí dejé. Confesé mi problema a McTildes, pero a ella el libro le había gustado, y había visto claro desde el principio un juego de símbolos en el que los personajes eran los protagonistas de las obras anteriores de Auster.

Con esta referencia, y otras elogiosas críticas leídas, estaba convencida de que el problema era yo hasta que la semana pasada Jordi Llovet (profesor de Teoría de la Literatura de la UB), en su sección Els nostres clàssics del suplemento Quadern de El País, hablaba de este libro y, entre otras cosas, decía:

  • “[…] Este chiste, que se lee al final del libro, es una de las pocas cosas que se entienden de este libro de casi 200 páginas. El resto es de una confusión tan grande y tan estrafalaria que se llega a tener dudas sobre si vale la pena leer todo un libro de Auster sólo para reír francamente en una página y media.”
  • “[…] ¿Qué puede haber sucedido para que el autor de libros tan notables cómo La trilogía de Nueva York, El Palacio de la Luna, La música del azar, Leviatán o el reciente Brooklyn Follies se descuelgue ahora con un libro literalmente frustrado, recóndito, reconcentrado, críptico y tan absurdo que no hay manera de entreverle ningún sentido?”

[Después de leer esto respiré tranquila. Muy apenada pero tranquila, pues yo ya no era la única persona que no había entendido nada.]

Por otra parte, el mes pasado El País publicó una entrevista en la que Paul Auster reconoce que su imaginación da señales de agotamiento: “A lo mejor he llegado al final. Después de “Viajes por el Scriptorium” no he empezado nada nuevo. Tengo algunas ideas, pero muy vagas. Quizás no haya más novelas de Paul Auster”.

LibrosPaulAusterQuiero terminar declarando que mi admiración literaria y personal por Paul Auster sigue intacta. Y que, una vez dicho todo lo anterior, sigo recomendando vivamente todos sus libros. Y para dejar buen sabor de boca, aquí tenéis el último párrafo del discurso que pronunció en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias de este año:

  • “De todos modos, en lo que respecta al estado de la novela, al futuro de la novela, me siento bastante optimista. Hablar de cantidad no sirve de nada cuando nos referimos a los libros; porque no hay más que un lector, sólo un lector en todas y cada una de las veces. Lo que explica el particular influjo de la novela, y por qué, en mi opinión, nunca desaparecerá como forma literaria. La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad. Me he pasado la vida entablando conversación con gente que nunca he visto, con personas que jamás conoceré, y así espero seguir hasta el día en que exhale mi último aliento. Nunca he querido trabajar en otra cosa.”

sábado, 14 de abril de 2007

Cuando lees no notas que estás leyendo

libros A veces decimos que estamos bien cuando no nos notamos el cuerpo, es decir, cuando no te das cuenta de que tienes muelas ni estómago ni piernas porque, simplemente, no te duelen. Bueno, pues hace un rato, al acabar de leer L’animal moribund de Philip Roth y empezar ávidamente a leer otro libro, de pronto me he dado cuenta de que estaba leyendo y de que me costaba avanzar. Es horrible descubrir que en las manos sostienes un objeto del cual has de ir moviendo unas finas láminas, y que en cada una de ellas has de pasear tus ojos por un sinfín de signos al mismo tiempo que tu cerebro los descifra y les da un sentido.

Entonces he pensado que lo que me gusta del acto de leer es no notar que estoy leyendo. Es sentir el placer de entrar en una historia y bebértela en la menor cantidad posible de tragos. Y eso es lo que me ha pasado siempre con los libros de Philip Roth, como L'animal moribund, Patrimonio o Elegía: leer sin saber que estás leyendo, sin notar el libro, sin notarme el cuerpo, sin notarme a mi misma. Y, cuando acabas, necesitar más, como también y tan bien describió Mctildes.

martes, 10 de abril de 2007

En la mente de un escritor

GaviotaEnVeneciaEsta mañana me he cruzado con un escritor. Yo subía, como hago muy a menudo, por la Rambla de Catalunya después de haber desayunado en uno de mis lugares favoritos, y de haber ido a mi casi recién estrenada biblioteca a cambiar el libro leído (Jim Thompson) por dos para leer (R. Carver & Ph. Roth). Feliz, por tanto. Y entonces lo he visto acercarse, mirando al infinito, y pasar junto a mí. Y simplemente me he preguntado qué estaría pensando.

domingo, 8 de abril de 2007

Hoy, desayuno (de lujo) con tucanes


1 Llevo tantos días en Cartagena de Indias que estoy empezando a pensar que voy a pasarme aquí 100 días, de soledad. El hotel en el que me encuentro es el antiguo convento de Santa Clara. Todas las mañanas, mi primera hora del día tiene un innegable colorido. Desayuno con tucanes. Tengo a esos pájaros a medio metro de distancia, con la mirada fija en los alimentos.

Este bello convento junto al Pacífico lo describe García Márquez en Del amor y otros demonios: "El convento de Santa Clara era un edificio cuadrado frente al mar, con tres pisos de numerosas ventanas iguales, y una galería de arcos de medio punto alrededor de un jardín agreste y sombrío. El edificio estaba dividido por el jardín en dos bloques distintos. A la derecha estaban los tres pisos de las enterradas vivas, apenas perturbados por el resuello de la resaca en los acantilados".

En una de esas numerosas ventanas iguales está mi habitación, medio oculta por el tronco de una palmera esbelta, mecida por la brisa cartagenera. Aquí todo parece una ficción de García Márquez.

2 La literatura toma una experiencia real, desfamiliariza esa experiencia imaginándola como ficción y por último la configura en palabras. Alfonso Reyes habla de una ficción mental, de una ficción verbal que logra crear otro mundo cuando los hechos irreales conciertan con las palabras. Así, cuanto más concierto haya decimos que una obra literaria es verosímil: arte de decir mentira rectamente o cosa nueva que se añade a lo ya existente. Ya Demócrito opinaba que todo cuanto puede ser dicho en palabras existe de alguna manera. Montaigne, que somos hombres y estamos ligados los unos a los otros nada más que por la palabra.

Por las mañanas, las palabras adquieren una importancia enorme en los desayunos. Cruce de conversaciones, contactos múltiples, febril actividad humana, ligados los unos a los otros por las palabras y los implacables tucanes.

3 Nada me parece esta mañana tan obvio -o tan íntimamente verdadero- como la idea de que escribir bien depende de un deber moral, es decir, de la necesidad absoluta de no traicionarnos a nosotros mismos, de ser fieles a nuestros originales puntos de vista. Originales, sí. Porque originales -en contra de lo que absurdamente se cree- lo somos todos. A los que buscan originalidad habría que explicarles que buscarla es una manera poco sutil de lograrla, ya que para conseguirla les bastaría con ser ellos mismos.

4 El deber de ser fiel a uno mismo. Para mí es innegable que la importancia del yo está en la raíz misma de esta idea. El escritor percibe el mundo a través de una serie de sensaciones, experiencias e ideas, que le son propias. Muchas de ellas están albergadas en su inconsciente. Zadie Smith decía recientemente que sólo negociando con ese inconsciente, hurgando en su ser verdadero, esa identidad profunda del escritor puede aparecer en lo que escribe: "Ante todo, uno tiene que eliminar todo el lenguaje muerto, los dogmas de segunda mano, las verdades que no son de uno sino de otros, las sentencias, las frases hechas, los mitos históricos".
Ser nosotros mismos, está claro. Por un lado, los escritores que creen que hay que escribir para entretener o para enseñar o para ensalzar o simplemente para parecer muy importantes y que en realidad son sólo solemnes y aburridos, y en cierto modo los más tramposos. Por el otro, aquellos que escriben acerca de su oscura realidad interior, los que arriesgan, los que acaban escribiendo de aquello que no sabían que les preocupaba, los que terminan por hacernos ver el mundo del modo en que ellos lo ven.

5 Resumiendo de un modo grosero, diría que hay tres tipos de actitudes ante la ficción: los que creen que hay que escribir para entretener o para parecer muy importantes y que en realidad son sólo solemnes y aburridos; los que perciben el mundo a través de una serie de sensaciones, experiencias e ideas, que les son propias y a las que llegan por el sistema de eliminar todo el lenguaje muerto; finalmente, los que buscan ser invisibles, difuminarse en el interior del texto y que sean los lectores los que establezcan una relación directa con el mismo.
Y bueno, creo que, más allá de éstas, aún queda una cuarta actitud, encarnada por aquellos que viven junto al precipicio, con una sensación o estado espiritual de camino clausurado. Roberto Bolaño hablaba de esos que han llegado al final del camino y ante ellos se abre un abismo, un borde, un filo, una lengua privada detrás de la cual está el vacío. Bolaño, que es noticia esta semana con sus dos libros póstumos, aparecidos en Anagrama: La Universidad Desconocida y El secreto del mal. Bolaño, que siempre tuvo presente el desafío como un modo de zafarse de la repetición y del estereotipo.

6 En efecto, las novelas mienten, no pueden hacer otra cosa. Pero, como dice Vargas Llosa, ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que sólo puede expresarse disimulada y encubierta, disfrazada de lo que no es. Y es que, como decía Mae West: "Narrar es como jugar al póquer, todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad".

7 Me han preguntado una infinidad de veces si tal o cual historia "era verdad". Parece como si el asunto de si es verdad o no, fuera a la larga lo que más interesara de lo que leemos. Yo mismo me he sorprendido tratando de indagar, en conversación con algún escritor, si aquello que éste contaba en tal o cual libro debía yo considerarlo como verdadero. He actuado muchas veces así, como si no supiera que no se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla, añadiéndole algo. Unos tucanes, por ejemplo. Y como si no hubiera oído nunca aquello tan extremadamente justo de que el poeta es un fingidor que finge constantemente, que hasta finge que es dolor, el dolor que en verdad siente.

miércoles, 4 de abril de 2007

Queneau

Ejercicios de EstiloSupongo que reducir Raymond Queneau (1903-1976) a los Ejercicios de Estilo (1949) que acabo de leer es una simplificación inaceptable, pero es que ésta ha sido mi toma de contacto con este autor francés que, entre otras muchas cosas, aplicó el surrealismo a la literatura. En este libro, Queneau nos cuenta la misma pequeña historia de 99 maneras diferentes, es decir, utilizando cada vez un estilo literario distinto. A veces se trata de estilos conocidos, como metafórico, ampuloso, de forma vulgar, con punto de vista subjetivo, vacilando, con precisión, como interrogatorio, torpe, desenvuelto, carta oficial, como relato, como un sueño, como soneto, como oda, con versos libres, pasota, telegráfico, probabilista, amanerado…, pero en otros casos inventa maneras tan curiosas como arco iris, palabras compuestas, anagramas, onomatopeyas, yo ya, entonces, filosófico, olfativo, gustativo, táctil, visual, auditivo, permutaciones, helenismos, conjuntos, por delante por detrás, botánico, médico, gastronómico, zoológico, geométrico, y no sigo, pero así hasta 99.

En la edición de CÁTEDRA, Antonio Fernández Ferrer hace, además de la traducción, una espléndida introducción que nos sitúa en el autor y ayuda bastante a entender la obra y las corrientes experimentales de la época, como por ejemplo el OULIPO (Taller de Literatura Potencial). Queneau, que por lo visto estaba dotado de una provocativa imaginación y una gran capacidad de sarcasmo, estuvo vinculado al grupo surrealista durante los años veinte, y fue autor, entre otras obras, de Un duro invierno, Mi amigo Pierrot, Ejercicios de estilo, La alegría de la vida, Las flores azules y Zazie en el metro (llevada al cine por Louis Malle). Además de narrador, fue poeta, autor teatral, ensayista, autor de canciones, pintor, actor, guionista, traductor -dominaba dieciocho idiomas-, matemático, empleado de banca y, finalmente, editor en Gallimard, donde contribuyó a la creación de la enciclopedia La Pléiade. De verdad, que sí.

12 Queneaus

lunes, 2 de abril de 2007

Si te comes el infinito sin estrellas

Si te comes un limón sin hacer muecasCuando leo me suelen gustar los libros gordos y consistentes en todos los sentidos, o al menos en alguno de ellos pues es cierto que también hay libritos fascinantes. Pero nunca me había sentido atraída por los cuentos, quizás porque creía que era un formato que no permite decir muchas cosas, o decirlas en profundidad, quizás por pereza ante el esfuerzo de tener que situarse en un nuevo contexto cada pocas páginas.

Bien, pues acabo de leer un libro de relatos cortos que me ha hecho superar esas manías. Se trata de Si te comes un limón sin hacer muecas, Anagrama en castellano, o Si menges una llimona sense fer ganyotes, Quaderns Crema en catalán. Ambas versiones están escritas por el autor, Sergi Pàmies, cosa no muy frecuente por aquí pues a muchos escritores más o menos bilingües les he oído decir que traducirse a sí mismos es un trabajo que no les suele apetecer.

Si et menges una llimona sense fer ganyotesEl libro lo encontré casualmente en la librería de la estación de trenes de Atocha (qué haríamos sin esas pequeñas librerías de estaciones y aeropuertos que nos dan tantas alegrías) y fue una agradable sorpresa y una inmejorable compañía de viaje. La lectura comienza con un delicioso prólogo de Enrique Vila-Matas titulado Presentación: si te comes el infinito sin estrellas donde, además de declararse rendido admirador del libro y del autor, Vila-Matas acaba confesándonos que él también es un cuento de Pàmies. A mí este libro también me ha encantado, y me ha devuelto el placer de leer cuentos. Su lenguaje, su cotidianidad en contraste con el surrealismo de las situaciones y con el proceder de los personajes, hacen de él un libro tan próximo y tan divertido que, como dice Vila-Matas en la presentación, cuando acabas te dan ganas de volverlo a leer. [Pero antes creo que debo ir a por Carver.]
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