martes, 3 de febrero de 2009

La genialidad de un no-autor

«Todos los textos tienen un autor. Aunque el autor sea desconocido, existe siempre porque es imposible tener un texto sin que nadie lo haya escrito previamente. Claude Lévi-StraussAlgo distinto sucede, sin embargo, con las narraciones orales. El que narra una historia no tiene por qué ser su autor. Podemos narrar una historia que nos han contado antes y quizá el que nos la contó también la oyó de otro narrador, y ese de otro y así sucesivamente. Claro que las narraciones no surgen de la nada, alguien se las inventó en primer lugar. Efectivamente, pero ¿y si esa historia que alguien se inventó es narrada, escuchada y vuelta a narrar durante años, durante generaciones? ¿Acaso podemos decir que ese inventor originario continúa siendo el autor de la historia que hemos escuchado nosotros pasadas, digamos, veinte generaciones, cuando la historia ha sido narrada y escuchada centenares de miles de veces por otros tantos oyentes y narradores? No, la autoría del narrador originario es ya imperceptible, se ha desvanecido.

Los textos que poseemos en la actualidad de Platón y Aristóteles, por ejemplo, no son textos originales. Son simples copias que en su momento se hicieron de otras copias. Lo que Platón y Aristóteles escribieron de su puño y letra -si es que escribieron alguna cosa- hace siglos que desapareció. Sin embargo, nadie duda de la autenticidad de las copias de sus famosos escritos que podemos encontrar en cualquier librería. Naturalmente que puede haber errores en la transcripción de un texto. Pero siempre serán muchos menos que los errores que aparecen en la repetición de una historia oral. De hecho, en este último caso a menudo no se trata de errores propiamente dichos, puesto que en la repetición de una historia oral raras veces repetimos exactamente la narración original. Consciente o inconscientemente, cada narrador añade siempre algo nuevo. Porque el sentido de una narración, igual que el de todo acto de comunicación oral, se encuentra en el contexto en el que la narración tiene lugar, en las personas a quien va dirigida, en las características del lugar donde se realiza la narración (en todo lo que en definitiva entendemos por contexto). Los textos escritos, en cambio, se pueden descontextualizar con facilidad sin que pierdan su significado. El lector de estas líneas no sabe nada del contexto en el que este artículo se escribió ni yo sé nada del contexto en el que él o ella lo está leyendo. Aun así, el texto no pierde por ello su significado.

Nada de esto es posible con una narración oral. Los mitos son eso precisamente: narraciones orales que alguien se inventó en un tiempo muy remoto y que han ido pasando de generación en generación durante siglos. Hasta que un antropólogo los escucha y los transcribe, y empieza a preguntarse por su significado. ¿Quién hay detrás de esta historia? ¿Quién es el autor de los mitos? Nadie. Ni puede ser el narrador originario, cuya autoría se desvaneció hace siglos, ni pueden ser tampoco la infinidad de narradores sucesivos, que se limitan simplemente a repetir algo que han oído de otro individuo. El autor del mito no es otro que el instrumento, magnífico instrumento, que cada narrador individual utilizó para recordarlo y contarlo: la mente humana. Porque interpretar un mito significa descubrir la estructura de esta máquina prodigiosa que es la mente humana, el significado último de los mitos esta ahí, en nosotros mismos, en nuestra mente. (Curioso paralelismo con los sueños, que tienen también ese mismo origen.)

Lévi-Strauss plantea esta idea genial y definitiva sobre el significado de los mitos mediante una curiosa paradoja. En su introducción a las Massey lectures -charlas radiofónicas que realizó para la CBC canadiense en 1977- nos dice que se olvida de lo que ha escrito tan pronto como lo ha terminado de escribir. Es más, añade, no siente en absoluto que él mismo escriba sus libros sino que sus libros se escriben a través de él.
Nunca tuve, y aún no la tengo, la sensación de poseer una identidad personal", prosigue. "Me aparezco a mí mismo como un lugar donde algo sucede, pero donde no hay ningún yo.

Uno de los pensadores más importantes del siglo XX parece negar la autoría de su propio pensamiento.

Desarrollaba así, quizá, lo que había escrito años antes en el primer volumen de las Mitológicas, donde, respondiendo a la definición de su obra hecha por Paul Ricoeur como un "kantismo sin sujeto trascendental", Lévi-Strauss sostenía que su objetivo no era mostrar cómo los hombres piensan en los mitos sino cómo los mitos operan en las mentes de los hombres sin que ellos se den cuenta. "En última instancia -sentencia Lévi-Strauss-, es indiferente que los procesos de pensamiento de los indios de América del Sur se configuren a través de mi pensamiento o que sea este último el que se configure a través del suyo". Lo que importa es que la mente humana nos revele una estructura cada vez más inteligible, independientemente de la identidad del sujeto en el que se expresa en cada momento. Los mitos parecían ofrecer a Lévi-Strauss un campo de análisis ideal para mostrar cómo se desarrolla este proceso de des/subjetivización que es, paralelamente, el proceso que convierte la estructura de la mente en algo inteligible. La mente no existe en el vacío sino que está siempre encarnada en un sujeto individual. Pero las estructuras de la mente no son características de cada individuo sino que son compartidas por toda la especie. Por eso es necesario abstraer la individualidad de cada sujeto para que esas estructuras se hagan visibles. Conocemos los mitos siempre a través de su último narrador, cuya individualidad debemos por consiguiente abstraer para interpretar el significado del mito. Pero ahora el último narrador de los mitos es el propio Lévi-Strauss... ¿Quién es en realidad Lévi-Strauss?»

Carles Salazar i Carrasco, antropólogo en la Universitat de Lleida
Cultura|s. La Vanguardia, 31/12/2008

9 comentarios:

Anónimo dijo...

“Nunca tuve, y aún no la tengo, la sensación de poseer una identidad personal. Me aparezco a mí misma como un lugar donde algo sucede, pero donde no hay ningún yo.”

Anónimo dijo...

O la fabulosa sensación de no ser nadie porque eres todo el mundo.

* dijo...

Elena:

Fabuloso recordatorio del gran Lévi-Strauss. En mi lista, se mantiene todavía Tristes Trópicos.

Anónimo dijo...

Lo mejor es cuando siendo conductor de autobús te levantas y dices un billete, por favor, y te sientas otra vez y dices hay que entrar sin billetes de 50 y te levantas otra vez y te vas al fondo y te dices: eh, oiga, la puerta, ¿la abre o qué?

esperaba este post, porque la vida es esto pero sin explicarlo, o explicar otra cosa algo más seria pero pensando en esto.

un autobús en la quinta galería.

Anónimo dijo...

The Sweet Hereafter

Anónimo dijo...

"No existe nada, nada a lo que valga la pena aspirar."

"Nosotros, los alumnos, no esperamos nada; es más, nos está terminantemente prohibido albergar esperanzas de vida en nuestro corazón."

Anónimo dijo...

(off-topic, from the strategic absence)

Dear Helen, don't intend to buy yourself nor read the "Casi nunca" book by Daniel Sada. Regards, Am

(thank you for your comment)

Anónimo dijo...

Los alumnos nos preparamos para salir del mundo sin ser notados.

Anónimo dijo...

Me, too. At least for a while.

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