jueves, 31 de mayo de 2012

Odio

Dura la lluvia que cae, Don Carpenter
«Cuando lo arrojaron al agujero, lo que más le preocupó no era la falta de mantas, el escaso espacio o los primeros terrores de la oscuridad, sino el hecho de que estaba desnudo, de que lo habían despojado de su dignidad. Daba igual que no hubiese nadie para verle; lo realmente importante, lo que más incrementaba el odio que sentía, era la humillación de su desnudez, que parecía privarle de cualquier clase de orgullo y desposeerle de su autoestima, de su humanidad, de su derecho a considerarse un hombre. En cuclillas sobre la palangana, a la espera del siguiente espasmo de sus agónicos intestinos, soñaba con un futuro en el que acabaran por soltarle y hubiera alguien al que poder matar para aplacar su rabia; soñaba con la gloria de ese crimen. Era una idea a la que se agarraba todo lo posible, así como la última en abandonarle cuando se deslizaba de nuevo hacia la nada: le habían arrebatado la dignidad y los mataría por ello.» (p. 104)
[...]
«Si Jack tuviese un enemigo, lo mataría. No se detendría ante nada. Mataría a su enemigo rápidamente, se lo quitaría de en medio, y ya no tendría a ese enemigo. Pero ellos no podían actuar así. Suerte tenían de que Jack no tuviera ningún enemigo. Pues de ser así, saldría de allí, lo encontraría y lo mataría. Pero resulta que no odiaba a nadie y no necesitaba acabar con ninguna vida humana; en vez de eso, se quedaba ahí sentado a esperar a que le dejasen salir, momento en el que se cargaría al primer ser humano que viera. Así aprenderían.» (p. 106)

Dura la lluvia que cae (Hard Rain Falling, 1964). Don Carpenter (1931-1995).
Traducción de Ramón de España. Duomo Ediciones, 2012.

lunes, 28 de mayo de 2012

jueves, 24 de mayo de 2012

Cinco años antes

Irrumpe el sol in Vila-Matas' house (foto de EV-M)
«Irrumpe el sol a primera hora de esta mañana, último miércoles de este extraño febrero primaveral. No sé por qué me gusta leer a ciertos autores cuando comentan los libros de los otros. Acostumbro a hacerlo orientado en casa en dirección al sol, cuyos rayos me obligan a hacer un esfuerzo añadido para leer, aunque es un esfuerzo –no me gusta que leer me resulte siempre tan fácil- que acabo agradeciendo. Esta mañana, por ejemplo, acabo de encontrarme con un Julien Gracq fascinado ante unas líneas en las que Proust describe los pasos de Gilberte por los Campos Elíseos. El gran lector que es Gracq se detiene feliz en ese punto en el que Proust habla de la nieve sobre la balaustrada del balcón donde el sol que emerge deja hilos de oro y reflejos negros.

“Es perfecto”, comenta Gracq, “no hay nada que añadir: he aquí una cuenta saldada en toda regla con la creación, y Dios pagado con una moneda que tintinea con tanta solidez como una moneda de oro sobre la mesa del cajero”. Lo que a mí me parece que en realidad es perfecto es el comentario de Gracq. Se me ha quedado su moneda tintineando en la memoria. Y, quién sabe, tal vez también sea perfecta la mañana. Breve arrebato de alegría y de fiesta leve, gracias tan sólo a unos pocos destellos de sol y lectura. Como si hubiera iniciado una segunda vida.»

domingo, 20 de mayo de 2012

viernes, 11 de mayo de 2012

LDdlC: Un chute de literatura romántica


La dama de las Camelias. Alejandro Dumas (hijo). Alianza 2008«Poco a poco había ido acercándome a Marguerite, había pasado mis manos en torno a su cintura y sentía su cuerpo flexible apoyarse ligeramente en mis manos entrelazadas.
—¡Si supiera cuánto la quiero! —le dije en voz muy baja.
—¿De veras?
—Se lo juro.
—Bueno, pues, si me promete no hacer más que mi voluntad sin decir una palabra, sin hacerme una observación, sin pregun­tarme nada, tal vez pueda llegar a amarlo.
—¡Todo lo que quiera!
—Pero le advierto que quiero ser libre de hacer lo que me parezca, sin tener que darle la menor explicación sobre mi vida. Hace tiempo que busco un amante joven, sin voluntad, enamo­rado sin desconfianza, amado sin derechos. Nunca he podido encontrar uno. Los hombres, en vez de estar satisfechos de que se les conceda durante mucho tiempo lo que apenas hubieran, esperado obtener una vez, piden cuentas a su amante del pasado, del presente y hasta del futuro. A medida que se acostumbran a ella, quieren dominarla, y, cuanto más se les da todo lo que quieren, tanto más exigentes van haciéndose. Si ahora me decido a tomar un nuevo amante, quiero que tenga tres cualidades poco frecuentes: que sea confiado, sumiso y discreto.
—Bueno, pues yo seré todo lo que usted quiera.
—Ya lo veremos.» (p. 112)

La dama de las Camelias. Alejandro Dumas (hijo). DeBolsillo 2012«—Escúchame —le dijo Marguerite—, dile siempre a ese imbécil que no estoy o que no quiero recibirlo. Ya empiezo a estar harta de ver sin cesar a esa gente que viene a pedirme lo mismo, que me pagan y que se creen en paz conmigo. Si las que se inician en nuestro vergonzoso oficio supieran lo que es, preferirían antes hacerse doncellas. Pero no; la vanidad de tener vestidos, coches, diamantes nos arrastra; te crees todo lo que oyes, pues la prostitución tiene su fe, y el corazón, el cuerpo, la belleza se te van desgastando poco a poco; te temen como a una fiera, te desprecian como a un paria, estás rodeada de gente que siempre se lleva más de lo que te da, y un buen día revientas como un perro, después de haber perdido a los demás y haberte perdido a ti misma.» (p. 124)

La dama de les Camèlias. Alejandro Dumas (hijo). Adesiara 2012, Traducció de Lídia Anoll«Un día un joven pasa por una calle, se cruza con una mujer, la mira, se vuelve, sigue adelante. Aquella mujer, que él no conoce, tiene placeres, penas, amores, en los que él no tiene nada que ver. Tampoco él existe para ella, y hasta es posible que, si le dijera algo, se burlase de él como Marguerite lo había hecho de mí. Pasan las semanas, los meses, los años y, de pronto, cuando cada uno ha seguido su destino en un orden diferente, la lógica del azar vuelve a ponerlos al uno frente al otro. Aquella mujer se convierte en amante de aquel hombre y lo ama. ¿Cómo? ¿Por qué? Sus dos existencias ya forman una sola; apenas se establece la intimidad, les parece que ha existido siempre, y todo lo que precedió se borra de la memoria de los dos amantes. Confesemos que es curioso.» (p. 135)

La Dame aux Camélias (1848). Alejandro Dumas (hijo). Trad. fragmentos: Emilio Pascual.

miércoles, 9 de mayo de 2012

I'm nobody! Who are you?

balcón
I'm nobody! Who are you?
Are you nobody, too?
Then there's a pair of us — don't tell!
They'd banish us, you know.

How dreary to be somebody!
How public, like a frog
To tell your name the livelong day
To an admiring bog!

Soy nadie. ¿Tú quién eres?
¿Eres tú también nadie?
Ya somos dos entonces. No lo digas:
lo contarían, sabes.

Qué tristeza ser alguien,
qué público: como una rana
decir el propio nombre junio entero
para una charca admiradora.

"I'm nobody! Who are you?" by Emily Dickinson (trad. L.S.)

martes, 8 de mayo de 2012

Elogio de la utopia

Elogio de la imperfección. Rita Levi-Montalcini«Esta amistad, que no ha hecho sino reforzarse con los años, sigo manteniéndola con ellos y con su hija Lucy, que hoy es una joven excepcionalmente sensible con el don de ver únicamente los aspectos positivos de la vida y las mejores prendas de las personas.» (p. 176)

Rita Levi-Montalcini
Elogio de la imperfección
Trad. de Juan M. Salmerón
Tusquets, 2011

jueves, 3 de mayo de 2012

(las delicias del) Señor Tavares

El señor Brecht. Gonçalo M. Tavares (p. 45)
EL PRESIDENTE
Un pintor que no tenía talento para los colores pero manejaba bien el pincel fue elegido director de la banda musical.
  Lo eligió el presidente de la ciudad, que era prácticamente sordo pero apreciaba los minuciosos gestos del pintor. Fue su primera y única decisión.
  El presidente había sido elegido porque era muy indeciso, y así por lo menos no molestaría a nadie. Sin embargo, cuando la población oyó el primer concierto de la banda, se rebeló.
  ¡Que vuelva a sus pinceles!, gritó alguien.
  El presidente, satisfecho tras su primera decisión en cuatro años, y creyendo que el público pedía un bis, decidió presentarse a un segundo mandato.
  Pese a la música, volvió a salir elegido.
El señor Brecht. Gonçalo M. Tavares. Mondadori, 2004.
Traducción de Rita da Costa. Dibujos de Rachel Caiano.

martes, 1 de mayo de 2012

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