lunes, 26 de agosto de 2013

James Salter: Quemar los días

«No obstante, el escritor define el mundo, y su nombre crece hasta formar parte de él. También su leyenda. El libro y el hombre que lo escribió se confunden, del mismo modo que los incidentes reales y las personas se convierten en parte de una verdad que se ha revisado y esclarecido. En cierto punto, todas las historias son verídicas, la duda nunca se plantea. Los personajes de Dreiser, Cervantes y Margaret Mitchell son en esencia reales, la posibilidad de que alguien sólo imaginara a estos personajes, así como lo que dijeron e hicieron, resulta al principio fascinante, pero no podemos dudar ni por un momento de la existencia de lady Ashley o ni siquiera de Ahab. Están a la altura de los personajes históricos, y es para gloria de sus creadores que alcanzaron, aunque no en el sentido corriente, una vida real. Krapp, Swann, lady Dedlock, todos ellos vivieron y murieron y tuvieron la posibilidad de vivir para siempre.» (pp. 258-259)



«—La forma de novela decimonónica ha muerto —me dijo—. Ya no sirve. Murió en mil novecientos veintidós con el Ulises: el escritor hace ver que no es parte de la obra, es invisible, está por encima. Pero entonces ¿de quién es la voz? «Un perfume de abrazos a todo él le envolvió. Con carnes hambreadas oportunamente, mudamente ansió adorar.» Bloom —explicó—, mirando la ropa interior de las mujeres. Es la voz de Joyce, por supuesto, pero él no lo reconoce.
»La segunda forma —prosiguió— es cuando el escritor habla por mediación de alguien, habita en él, por así decirlo, como hizo Henry James, o Fitzgerald en Gatsby.
—El Henry de Berryman.
—Sí. Es posible que ésa sea una gran obra de la segunda mitad del siglo. Prosa o poesía —añadió—. Es lo mismo.
»La tercera forma de novela es la confesional, en primera persona, con el escritor ahí ante ti, Henry Miller en Trópico, Genet en Santa María de las Flores. Colette escribió una maravillosa descripción de la ejecución de... ¿quién era? En Genet, la primerísima frase...
—Weidman.
—¡Sí! Ahora es inmortal. Gertrude Stein dijo que ninguna vida que no se haya escrito se ha vivido de verdad, y ahí la tienes.
Era la voz del escritor, insistió, lo primero y lo definitivo.» (pp. 398-399)

QUEMAR LOS DÍAS (Burning the Days, 1997), JAMES SALTER
Trad. Isabel Ferrer Marrades. Salamandra, 2013

martes, 20 de agosto de 2013

Hjalmar Söderberg: El juego serio

«La cuestión, sin embargo, no es lo que tú quieras, sino lo que va a ocurrir. ¡Uno no elije! Tú no eliges tu destino, del mismo modo que tampoco eliges a tus padres o a ti mismo: tu fuerza física, tu carácter, el color de tus ojos o las circunvoluciones de tu cerebro.Todo el mundo lo sabe. Tampoco eliges a tu esposa ni a tu amante ni a a tus hijos. Los consigues, los tienes y posiblemente los pierdes. ¡Pero no los eliges.» (p. 123)

El juego serio (Den allvarsamma leken, 1912)
HJALMAR SÖDERBERG (1869—1941)
Trad. ind. M. Dolores Ábalos Vázquez
Alfabia, 2013

[ koratai | santuario | babelia ]

viernes, 16 de agosto de 2013

Sue Townsend: La mujer que vivió un año en la cama

«Entonces recordó que no tenía que levantarse a prepararle el desayuno a nadie, gritarle que se levantara, vaciar el lavavajillas ni poner lavadora, planchar un montón de ropa, arrastrar la aspiradora escaleras arriba ni ordenar armarios y cajones, limpiar el horno ni pasar un trapo por las diferentes superficies, incluidos los cuellos de los botes de salsa marrón y roja, pulir los muebles de madera, limpiar las ventanas ni fregar los suelos, poner derechas las alfombras y los cojines, meter la escobilla en váteres llenos de mierda ni recoger ropa sucia y meterla en la cesta de la colada, cambiar bombillas y rollos de papel higiénico, recoger cosas de la planta de abajo que estaban arriba y bajarlas ni recoger cosas de arriba  que estaban abajo, ir a la tintorería, quitar las malas hierbas de los arriates, ir a centros de jardinería para comprar bulbos y plantas anuales, sacar brillo a zapatos ni llevarlos al zapatero, devolver libros a la biblioteca, organizar los deshechos para el reciclaje, pagar facturas, visitar a su madre ni preocuparse por no visitar a su suegra, dar de comer a los peces y limpiar el filtro, responder a llamadas de teléfono para dos adolescentes ni pasarles mensajes, afeitarse las piernas ni depilarse las cejas, hacerse la manicura, cambiar las sábanas y las fundas de almohadas de tres camas -si fuera sábado-, lavar a mano jerseys de lana y secarlos en horizontal sobre una toalla de baño, ir a comprar comida que no se iba a comer, llevarla en el carro hasta el coche, meterla en el maletero, ir hasta casa, guardar la comida en el frigorífico y en los armarios, de puntillas, ni colocar las latas y los productos deshidratados en un estante al que no podía llegar, pero que era perfectamente cómodo para Brian.» (pp. 36-37)
LA MUJER QUE VIVIÓ
UN AÑO EN LA CAMA

(The Woman Who Went
To Bed for a Year
, 2012)
SUE TOWNSEND
Trad. Jesús de la Torre
ESPASA, 2013
424 páginas, 19,90€

lunes, 12 de agosto de 2013

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