sábado, 30 de julio de 2016

La (turbulenta y) fascinante historia de Else Schrobsdorff

Else Schrobsdorff con Peter, Angelika y Bettina
Angelika Schrobsdorff
TÚ NO ERES COMO OTRAS MADRES
[Du bist nicht so wie
andre Mütter
, 1992]
Trad. (rara) Richard Gross
Periférica y Errata Naturae, 2016
24,50 € | 592 páginas

[horrible título, lectura absorbente]
«El 13 de marzo de 1938, el ejército alemán entró en Austria. Los decretos emitidos ese año fueron los siguientes: los judíos deberán declarar su patrimonio. Los judíos no podrán ejercer determinadas actividades profesionales. Los judíos deberán llevar tarjetas de identidad a partir del 1 de enero del 39. Los médicos judíos serán considerados meros "tratadores de enfermos" a partir del 30 de septiembre del 38. Se retirarán todos los nombres judíos del callejero. Los judíos sólo podrán tener nombres de pila judíos a partir del 1 de enero del 39. Si llevan nombres alemanes deberán adoptar adicionalmente los de "Ismael" y "Sara". Los pasaportes judíos se señalarán con la mayúscula "J". Unos 1.500 judíos "apátridas" serán expulsados a Polonia. Los judíos no podrán tener ni llevar armas. Se impone al conjunto de los judíos una prestación de desagravio por valor de mil millones de marcos del Reich. Los judíos deberán eliminar con carácter inmediato y a sus expensas todos los daños por el pogromo -la llamada Noche de los Cristales Rotos-. Los judíos no podrán regentar comercios ni empresas artesanales. Los judíos no podrán asistir a teatros, cines, conciertos ni exposiciones. Todos los niños judíos quedarán excluidos de las escuelas alemanas. Se liquidarán todas las empresas judías. Los judíos, con carácter inmediato, no podrán transitar por determinadas zonas a determinadas horas. A los judíos les serán retirado el carnet de conducir y la licencia para vehículos de motor. Los judíos deberán enajenar sus empresas y entregar sus títulos de valor, así como sus joyas. Los judíos ya no podrán frecuentar las universidades.» (p. 273-274)



«A sus vecinos judíos los estaban aniquilando, y ellos no tenían otra cosa que oponer que su maldito odio. El uno seguía construyendo casas para aquella banda de cerdos y el otro continuaba escribiendo para ellos libros y guiones, pero lo importante era ser antinazi y reafirmarse en ello entre susurros a puertas y ventanas cerradas.
    ¿Qué otra cosa deberían hacer?, preguntó Else. ¿Subir a las barricadas y dejarse matar a tiros?
   Oponer resistencia, aunque fuese pasiva, ya que le costaba imaginarse a Fritz y Erich como militantes. ¡Pero resistencia, sí! ¡No ser, además, cómplices! Cualquier trabajo, fuera cual fuera, que hiciesen para aquellos monstruos, cada marco que ganaban con ellos, significaba ser cómplices. Si todo aquel que se suponía que era contrario a la dictadura de Hitler ofreciera tan solo una resistencia pasiva, otro gallo cantaría. Pero, precisamente, eso no ocurría. El dinero que los "honestos" antinazis ganaban con los nazis les importaba muchísimo más que el destino de los judíos y sus principios éticos llevados al absurdo.» (p. 280)

jueves, 28 de julio de 2016

Junichiro Tanizaki: El club de los gourmets


Junichiro Tanizaki (1886-1965)
EL CLUB DE LOS GOURMETS
[Bishoku kurabu, 1919]
Ilustraciones: Yoko Nakajima
Trad: Yoko Ogihara y
Fernando Cordobés
Gallo Nero, 2016

los placeres epicúreos
~ little delicatessen ~
«-Bueno, verá. Le gusta comer hasta el extremo de que a veces actúa como un insensato, como si hubiera perdido el juicio. Y no sólo se trata de comer, también de cocina. La cocina china incluye una enorme cantidad de ingredientes, pero cuando se pone manos a la obra, no tiene límites. Vegetales, frutas, pescados, pájaros, por supuesto. Todo, absolutamente todo. Desde el reino humano hasta el de los insectos, cualquier cosa es susceptible de convertirse en un ingrediente. Como sabrá usted, desde la antigüedad los chinos hemos comido nidos de golondrina, aletas de tiburón, zarpas de oso, pezuñas de ciervo, pero fue él quien nos enseñó a comer corteza de árbol, excremento de pájaro y saliva humana. También aprendimos distintas formas de cocción y asado. Como resultado de todo eso, donde antes teníamos unos diez tipos distintos de sopa, ahora tenemos entre sesenta y setenta. Otra innovación sorprendente de nuestro presidente fueron los recipientes utilizados para preparar y servir la comida: cuencos, platos, tarros, cucharas de cerámica, porcelana o metal. Para él otro servicio de mesa es inimaginable. Y la comida no siempre tiene que por qué ir servida en un plato. Se puede untar, arrojar, tomar a borbotones de una fuente... En muchas ocasiones no ha sido fácil distinguir cuál era el continente y cuál el contenido. A pesar de todo, no se puede alardear de haber probado exquisiteces. Es la consigna de nuestro presidente.» (págs. 50-51)

Ilustraciones de Yoko Nakajima

viernes, 22 de julio de 2016

Julian Barnes: El ruido del tiempo


Shostakóvich by Zimakov
«El arte pertenece a todo el mundo y a nadie. El arte pertenece a todas las épocas y a ninguna. El arte pertenece a quienes lo crean y a quienes lo disfrutan. El arte no pertenece más al pueblo y al Partido de lo que perteneció en otro tiempo a la aristocracia y a los mecenas. El arte es el susurro de la historia que se oye por encima del ruido del tiempo. El arte no existe por amor al arte: existe por el bien de la gente. Pero ¿qué gente, y quién la define? Él siempre pensó que su arte era antiaristrocrático. ¿Escribía, como sus detractores sostenían, para una élite burguesa y cosmopolita? No. ¿Escribía, como sus detractores querían para el minero de Donbass fatigado de su turno de trabajo y necesitado de un reposo tranquilizador? No. Escribía música para todos y para nadie. La escribía para quienes más apreciaban la música que escribía, sin tener en cuenta su extracción social. La escribía para los oídos que podían escucharla. Y sabía, por consiguiente, que todas las definiciones verdaderas del arte son circulares, y todas las definiciones falsas del arte le atribuyen una función específica.» (págs. 105-106)

Julian Barnes, El ruido del tiempo [The Noise of Time], Trad. Jaime Zulaika, Anagrama, 2016

martes, 19 de julio de 2016

Alicia Kopf: Germà de gel


Alicia Kopf
GERMÀ DE GEL
l'altra editorial, 2016
pronto en castellano
[primeres pàgines]
244 págs. | 18 €
el blog de Alicia
la enciclopedia del frío
[agradable sorpresa]

ICEBINK
«Iceblink és una llum blanca que apareix prop de l'horitzó, sobretot a la part inferior dels núvols baixos, resultant de la reflexió de la llum en un camp de gel situat immediatament a sota. Aquest efecte lumínic va ser apreciat tant pels inuits com pels exploradors que buscaven el pas del Nord-oest per orientar-los i navegar de manera segura.

Preguntant-me per quin és el viatge, o la intriga que regeix aquesta narració, intueixo que hi ha alguna cosa a descobrir, i fins que no ho faci no podré tancar-la. Hi ha d'haver una conquesta. De moment el territori no m'és visible. Si ho fos, no escriuria. No és un viatge banal, no més segur que els dels exploradors: sento que m'hi jugo la vida. Les trames i els personatges prefabricats dels escriptors se'm fan estranys de la mateixa manera que m'és impossible saber el passat i el futur de les persones amb qui ens creuem. Vénen a nosaltres i se'n van, sense que sovint entenguem el significat de la seva arribada i del seu comiat. Ells porten a dins les seves trames, i sovint no ens fan partícips de les figures que estan creant. Les accions dels altres, i de vegades les nostres mateixes, ens són un misteri. Les narracions en tercera persona són tanques de seguretat. Els narradors omniscients, pura arrogància. Potser penso això perquè no sóc escriptora, només una exploradora de les meves possibilitats textuals, que són limitades. La narració com a lloc on construir ficcionalment la memòria, que és construïda, parcial, voluble, i que serà reinventada de nou en el text i per això sempre és destruïda de nou en el text. Aquella destral amb què trencar el mar gelat que ens habita.

Symsonia.» (pàgs. 159-160)

sábado, 16 de julio de 2016

Andre Agassi: Open


Andre Agassi
OPEN
Memorias

[Open. An Autobiography, 2009]
Coautor: J. R. Moehringer
Trad. Juanjo Estrella González
Duomo, 2014
480 págs. | 19,80 €

carta a Rafa Nadal
una entrevista
a David también le gustó
«Dicen que lo que quiero es llamar la atención, destacar sobre el resto. De hecho -como con mi cresta mohicana-, lo que intento es ocultarme. Dicen que pretendo cambiar las costumbres del juego, cuando en realidad lo que procuro es que el juego no me cambie a mí. Me llaman rebelde, pero yo no tengo la menor intención de serlo, y solo participo de una rebelión adolescente normal y corriente. Son distinciones sutiles, pero importantes. En el fondo no hago más que ser yo mismo y como no sé quién soy, mis intentos por averiguarlo son erráticos, raros y, claro está, contradictorios. [...]

Haga lo que haga, por los motivos que sea, suscita reacciones. Es habitual que se refieran a mí como el salvador del tenis americano, sea eso lo que sea. En todo caso, creo que tiene que ver con el ambiente que se crea durante los partidos de tenis en los que participo. Además de imitar mi manera de vestir, los aficionados que me apoyan imitan también mi peinado. [...] Me halagan mis imitadores, pero también me avergüenzan, me confunden. No concibo que toda esa gente quiera parecerse a Andre Agassi, dado que yo no quiero ser Andre Agassi.

De vez en cuando intento explicar eso mismo en alguna entrevista, pero nunca lo consigo. Intento ser gracioso, pero lo que digo no tiene la menor gracia, o bien ofende a alguien. Intento ser profundo, pero me oigo a mí mismo diciendo cosas sin sentido. De modo que renuncio a más explicaciones, y me limito a las respuestas breves y previsibles, respondo a los periodistas lo que ellos parecen querer oír. No puedo hacer más. Si ni yo mismo soy capaz de entender mis motivaciones, mis demonios, ¿cómo puedo pretender transmitírselos a unos periodistas que van con prisa?» (p. 147)

sábado, 9 de julio de 2016

Irving despidió al jardinero

Ilustración de Tatsuro Kiuchi en NYT
John Irving
Avenida de los misterios
[Avenue of Mysteries, 2015]
Trad. Carlos Milla Soler
Tusquets, 2016

~ un Irving sin podar ~
«Juan Diego se puso a mirar un tablón de anuncios en la librería. Contenía fotografías de mujeres acompañadas de lo que parecían listas de nombres de escritores. E incluían números que parecían los números telefónicos de esas mujeres. ¿Eran mujeres de un club de lectura?Juan Diego reconoció muchos de los nombres de los escritores, el suyo entre ellos. Eran todos autores literarios. Claro que era un club de lectura, pensó Juan Diego; no había un solo retrato de hombre. [...] Le parecía enternecedor: ¡mujeres que querían conocer a hombres para hablar de los libros que habían leído! [...] Pero ¿encontrarían esas pobres mujeres a algún hombre que leyera novelas? (Juan Diego tenía sus dudas.) [...] La editora y la traductora de Juan Diego volvieron a su lado, pero no antes de que Juan Diego lanzara una mirada anhelante a una de las fotografía: era una mujer en cuya lista aparecía el nombre de Juan Diego en primer lugar. Era guapa pero no muy guapa; se la veía ojerosa, un poco desdichada. Tenía una expresión perturbadora en los ojos; el pelo parecía un tanto descuidado. No tenía a nadie en su vida para hablar de las maravillosas novelas que había leído.» (p. 282-283)

jueves, 7 de julio de 2016

Hacia rutas salvajes (Chris McCandless en Alaska, 2)



«El 15 de abril de 1992, Chris McCandless se marchó de Carthage, Dakota del Sur, subido a la cabina de un tractor en cuyo remolque transportaba una carga de semillas de girasol. Su "gran odisea" había comenzado. Tres días después cruzó la frontera entre Alaska y Canadá a través de Roosville, un pueblo de la Columbia Británica, y se dirigió hacia el norte en autostop pasando por Skookumchuck, Radium Junction, Lake Louise, Jasper, Prince George y Dawson Creek. En el centro de Dawson Creek tomó una fotografía de la señal que indicaba el principio de la autovía de Alaska. La señal rezaba: "Km. 0. Fairbanks 2.451 Km". [...] Viajar haciendo autostop por la autovía de Alaska suele ser difícil. En las afueras de Dawson Creek no es raro ver a más de una docena de hombres y mujeres esperando en el arcén con expresión lastimera y el pulgar extendido. Algunos se ven obligados a esperar una semana o más antes de que algún vehículo se detenga. Sin embargo, McCandless tuvo más suerte. El 21 de abril, seis días después de haber salido de Carthage, se hallaba ya en Liard River, a las puertas del territorio del Yukon.» (p. 220)

«McCandless le confesó también que pensaba pasarse el verano solo en el monte, viviendo de lo que encontrara. "Dijo que era algo que deseaba hacer desde pequeño. Quería estar aislado, sin ver un avión, nada que le recordara la civilización, y demostrarse a sí mismo que podía arreglárselas solo, sin la ayuda de nadie." [...] Stuckey y McCandless llegaron a Fairbanks el sábado 25 de abril. Primero efectuaron una breve parada en una tienda de comestibles. "Allí compró un saco de arroz. Luego me dijo que quería acercarse a la universidad para investigar las especies de plantas comestibles que encontraría en el bosque, ya sabe, bayas y cosas por el estilo. Le comenté que era demasiado pronto, que había más de medio metro de nieve y aún no crecía nada. Pero no me hizo caso. Estaba impaciente por salir de la ciudad."» (p. 222)

«Unos minutos después, se alejó de la camioneta andando con dificultad entre la nieve, arropado en una parka de piel sintética y con el Remington colgado del hombro. Todos los víveres que llevaba consistían en un saco de arroz de cinco kilos y los dos emparedados y la bolsa de maíz frito que acababa de darle Gallien. El año anterior había subsistido durante más de un mes en el golfo de California con dos kilos de arroz y el pescado que sacaba con una caña de pescar de mala calidad; la experiencia lo había llevado al convencimiento de que también en los bosques de Alaska podría encontrar el alimento suficiente para sobrevivir una larga temporada. [...] Lo que pesaba más en la mochila medio vacía de McCandless era su biblioteca ambulante: nueve o diez libros encuadernados en rústica. La mayor parte se los había dado Jan Burres en Niland.
Entre ellos había obras de Thoreau, Tolstoi y Gogol, pero los gustos literarios de McCandless no eran los de un esnob. Sencillamente, había puesto en la mochila aquellos con los que pensaba que se distraería más, incluyendo libros de autores tan populares como Michael Crichton, Robert Pirsig y Louis L'Amour. Como se había olvidado de llevar papel para escribir, se sirvió de las páginas en blanco del final de la guía de plantas comestibles para empezar un lacónico diario.» (p. 225)

«Un día más tarde, a medida que la pista iba subiendo por un collado, vio por primera vez el blanco deslumbrante de las laderas nevadas del monte McKinley. El 1 de mayo, a unos 30 kilómetros del punto en que se había despedido de Gallien, se tropezó con el viejo autobús abandonado junto al río Sushana. El vehículo estaba equipado con una litera y una estufa cilíndrica de leña, y los visitantes anteriores habían dejado en él cajas de cerillas, repelente para insectos y otros artículos de primera necesidad. «El día del autobús mágico», escribió en el diario. Decidió quedarse un tiempo allí y aprovechar las rudimentarias comodidades que el vehículo ofrecía. [...] El hallazgo hizo que se sintiese eufórico. En el interior del autobús, garabateó una exultante declaración de independencia sobre una deteriorada lámina de madera contrachapada que tapaba el hueco de una ventana:

HACE DOS AÑOS QUE CAMINA POR EL MUNDO. SIN TELÉFONO, SIN PISCINA, SIN MASCOTAS, SIN CIGARRILLOS. LA MÁXIMA LIBERTAD. UN EXTREMISTA. UN VIAJERO ESTETA CUYO HOGAR ES LA CARRETERA. ESCAPÓ DE ATLANTA. JAMÁS REGRESARÁ. LA CAUSA: «NO HAY NADA COMO EL OESTE.» Y AHORA, DESPUÉS DE DOS AÑOS DE VAGAR POR EL MUNDO, EMPRENDE SU ÚLTIMA Y MAYOR AVENTURA. LA BATALLA DECISIVA PARA DESTRUIR SU FALSO YO INTERIOR Y CULMINAR VICTORIOSAMENTE SU REVOLUCIÓN ESPIRITUAL. DIEZ DÍAS Y DIEZ NOCHES SUBIENDO A TRENES DE CARGA Y HACIENDO AUTOSTOP LO HAN LLEVADO AL MAGNÍFICO E INDÓMITO NORTE. HUYE DEL VENENO DE LA CIVILIZACIÓN Y CAMINA SOLO A TRAVÉS DEL MONTE PARA PERDERSE EN UNA TIERRA SALVAJE.

ALEXANDER SUPERTRAMP
MAYO DE 1992

Jon Krakauer (1954)
Hacia rutas salvajes
Trad. Albert Freixa
Ediciones B, 2007

martes, 5 de julio de 2016

Hacia rutas salvajes (McCandless by Krakauer, 1)

«Podía intentar explicar que se regía por un código de orden superior; argumentar que, como moderno seguidor de las ideas de Henry David Thoreau, había adoptado como evangelio el ensayo titulado Sobre el deber de la desobediencia civil y consideraba que no someterse a unas leyes opresivas e injustas era una obligación moral. No obstante, no cabía esperar que unos representantes de la administración federal compartieran semejante punto de vista. Tendría que tramitar un montón de papeles. Le impondrían multas que se vería obligado a pagar. Sin duda, los guardas se pondrían en contacto con sus padres. Sólo había un modo de evitar males mayores: abandonar el Datsun y, sencillamente, reanudar su odisea a pie. Y eso es lo que decidió hacer.

En lugar de sentirse angustiado por el curso que habían tomado los acontecimientos, éstos le sirvieron de estímulo: vio la riada como una oportunidad para librarse del equipaje innecesario. Ocultó el coche lo mejor que pudo bajo una lona marrón, arrancó las placas de matrícula con el distintivo de Virginia y las escondió. Enterró el Winchester para cazar ciervos y algunas pertenencias por si algún día quería recuperarlas y luego, en un gesto del que Thoreau y Tolstoi se habrían sentido orgullosos, apiló sobre la arena todo el papel moneda que llevaba encima —un lastimoso fajo de billetes de 1, 5 y 20 dólares— y le prendió fuego con una cerilla. Un total de 123 dólares de curso legal quedaron reducidos de inmediato a cenizas.

Conocemos estos detalles gracias a que McCandless describió la quema de los billetes y la mayor parte de lo que sucedió a continuación en un cuaderno que le servía a la vez de diario y álbum fotográfico. Más adelante, antes de partir rumbo a Alaska, entregaría ese cuaderno a Wayne Westerberg para que lo guardase en lugar seguro. […] El 10 de julio, después de cargar las pocas pertenencias restantes en una mochila, McCandless se encaminó hacia el lago Mead para hacer autostop. Como él mismo anotó en su diario, resultó ser "un tremendo error. Las altas temperaturas del mes de julio son enloquecedoras". […] Durante las siguientes dos semanas, estuvo recorriendo a pie el Oeste, cautivado por la vastedad y fuerza del paisaje, sintiendo la embriagadora emoción provocada por sus pequeños encontronazos con las fuerzas del orden y saboreando la compañía intermitente de los otros trotamundos que encontraba por el camino. Dejó que fueran las circunstancias las que configuraran su existencia: llegó en autostop al lago Tahoe, se adentró por Sierra Nevada y se pasó una semana andando en dirección norte por la ruta conocida como la Senda de la Cresta del Pacífico, antes de abandonar las montañas y volver a la carretera.»



«Parecía pasárselo en grande. Alex era un entusiasta de los clásicos: Dickens, H. G. Wells, Mark Twain, Jack London… Su preferido era London. Intentaba convencer a todo el que pasaba de que debía leer La llamada de la selva. [...] Desde niño, McCandless se había sentido hechizado por la literatura de London. La ardiente condena de la sociedad capitalista, la grorificación de los instintos primitivos, la vindicación de la plebe, todo ello era un espejo de sus propias pasiones. Fascinado por el grandilocuente retrato que London hizo de la vida de Alaska y el territorio del Yukon, McCandless releía una y otra vez novelas como La llamada de la selva y Colmillo blanco o cuentos como "El fuego de la hoguera", "Una odisea nórdica" y "El ingenio de Porportuk". Estaba tan cautivado por estos relatos que pareció olvidar que eran invenciones, construcciones imaginarias que tenían más que ver con la sensibilidad romántica de London que con la realidad de los grandes espacios salvajes subárticos. Tal vez por razones de conveniencia, pasó por alto el hecho de que el propio London había pasado un único invierno en el Norte y llevaba una vida que guardaba una escasa semejanza con los ideales que propugnaba, hasta el punto de convertirse en un alcohólico obeso y fatuo y suicidarse a los 40 años en su finca de California.» (p. 68 )
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