miércoles, 29 de junio de 2016

Vivir, beber, escribir


Hemingway, Scott Fitgerald, Berryman, Cheever, Carver, T. Williams

«El 2 de mayo lo ingresaron de urgencia en el Centro del Tratamiento Intensivo del Alcoholismo en el hospital Saint Mary's de Minneapolis para su segundo intento de desintoxicación. Allí dio el Primer Paso y admitió que no tenía control sobre el alcohol y que su vida se había vuelto ingobernable. Mientras intentaba comprender las enormes y terroríficas implicaciones de esa frase, Berryman escribió y más tarde leyó ante su grupo de tratamiento esta biografía a cámara rápida y, al parecer, sincera y sin censura, de su vida como alcohólico.

Bebí socialmente hasta 1947 durante una aventura sentimental larga y terrible, mi primer infidelidad a mi mujer tras cinco años de matrimonio. Mi amante bebía mucho y yo bebía con ella. Culpable, homicida y suicida. Alucinaciones un día de vuelta a casa. Oía voces. Siete años de psicoanálisis y terapia de grupo en Nueva York. Caminé de arriba abajo por un parapeto de treinta centímetros de ancho y ocho pisos de alto. Me insinúo a las mujeres borracho, a menudo con éxito. Mi mujer me dejó tras once años de matrimonio por la bebida. Desesperación, beber mucho y solo, sin trabajo, sin un centavo, en Nueva York. Perdido cuando olvidé por un apagón de memoria provocado por la bebida la carta profesional más importante que jamás he recibido. Seduje borracho a estudiantes. Insinuaciones homosexuales borracho, cuatro o cinco veces. Tomé Antabuse en una ocasión durante algunos días, agonizando en el suelo después de una cerveza. Me peleé con el casero, borracho a medianoche, sobre las llaves de mi apartamento, llamó a la policía, pasé la noche en el calabozo, la noticia llegó de algún modo a la prensa y la radio, me vi obligado a dimitir. Dos meses de intenso autoanálisis e interpretación de sueños, etc. Me volví a casar. El rector me dijo que había llamado a una estudiante borracho a media noche y había amenazado con matarla. Mi mujer me dejó por mi alcoholismo. Di una charla en público estando borracho. Borracho en Calcuta, caminé por las calles, perdido toda la noche, incapaz de recordar mi dirección. Me casé con mi actual esposa hace ocho años. Muchos barbitúricos y tranquilizantes durante los últimos diez años. Muchas hospitalizaciones. Muchas excusas para beber, mintiendo sobre ello. Grave pérdida de memoria. El delirium tremens ya en Abbott duró horas. Un cuarto de whisky al día durante meses, trabajando duro en un poema largo. Seco cuatro meses hace dos años. Mi mujer me escondía botellas, yo escondía botellas. Mojé la cama borracho en un hotel de Londres, el director del hotel estaba furioso, tuve que pagar un colchón nuevo, cien dólares. Di una conferencia demasiado débil como para sostenerme, tuve que sentarme. Di conferencias mal preparadas. Demasiado enfermo para supervisar exámenes, un compañero se ocupó. El trabajo se apilaba literalmente durante meses. Mi mujer, desesperada, amenazó con abandonarme a menos que parara. Dos doctores me llevaron a Hazelden el noviembre pasado, una semana en la unidad de cuidados intensivos, cinco semanas de tratamiento. A.A. tres veces, aburrido, sin hacer amigos. Primera bebida en la fiesta de Newlbars. Dos meses de bebida ligera, con trabajo biográfico duro. De repente empecé nuevos poemas hace nueve semanas, más y más bebida con más y más intensidad, hasta un litro al día. Defequé de forma incontrolable en el pasillo de la universidad, me fui a casa sin ser visto. Terminé el libro en cinco semanas, el trabajo más intenso de toda mi vida, excepto quizá las dos primeras semanas de 1953. Mi mujer dijo Saint Mary o te dejo. Vine aquí.» (Recuperación, 1973) (236-238)

El viaje a Echo Spring
Por qué beben los escritores
Olivia Laing
[The Trip to Echo Spring, 2013]
Trad. Núria de la Rosa
Ático de los Libros, 2016

Vivir, beber, escribir
No hacíamos más que beber
Literatura y alcohol
  • F. Scott Fitgerald (1896-1940)
  • Ernest Hemingway (1899-1961)
  • Tennessee Williams (1911-1983)
  • John Cheever (1912-1982)
  • John Berryman (1914-1972)
  • Raymond Carver (1938-1988)

  • (coincido con Patricio)

    domingo, 26 de junio de 2016

    26j (El Roto en El País)


    ¡Tiran nuestros votos! ... ¿Y nos piden otros?


    ¡Nos toman por votos!


    Comprendo que vayan a repetir las elecciones,
    lo asombroso es que vayan a repetir los candidatos

    Os ofrecemos un proyecto novedoso,
    pero igual al anterior

    miércoles, 22 de junio de 2016

    Miguel Ángel Hernández: El instante de peligro

    «Ambos trabajaban en el terreno de la memoria y la obsolescencia. Y no ocultaban su emoción por poder hacerlo ahora en este lugar privilegiado.
      Me recordaron mi primera vez. Creían que su inves- tigación servía para algo; lo creían igual que un día lo creí yo.
      Me habría gustado guardar esa ingenuidad. Pero ya no era tiempo de creer, Sophie. No era cuestión de edad; otros seguían creyendo. El sistema estaba fundado en la creencia. Todas esas becas, todo ese dinero, todo eso sólo era posible si uno creía que el arte, la historia, las humanidades... servían para algo. Yo lo creí; tú lo viste, estabas allí. Pero después supe que había puesto demasiada vida en ello. Tanto para nada; para tan poco.
      ¿Cuándo dejé de creer? Supongo que hubo un momento concreto. Poco a poco me fui dando cuenta de que lo que hacía era inútil, pero sólo al final lo vi claro. El tercer texto, el quinto congreso, el sexto, el noveno..., cuando llevas cincuenta llegas a la conclusión de que nada de lo que haces ha servido para cambiar las cosas. Escribir, hablar..., nada rescata nada. Todo gira sobre sí mismo. Textos, ideas, charlas que se retroalimentan y se quedan en el mismo lugar. Nada cambia nada.
       No sé si fue antes o después, pero en un momento del camino dejé de creer.
       Si hace unos años decidí escribir una novela y centrarme en la narrativa fue porque ya había dejado de creer en el arte y en la academia. Ésa es la verdad. Mi novela se cerraba con una reflexión sobre esto mismo: por qué una novela y no un ensayo.
    Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977)
    Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977)
    Y aquello que allí parecía ficción en el fondo era lo que yo pensaba. A partir de entonces me resultó muy difícil volver a escribir ensayos académicos o crítica de arte, y todo lo que hice en adelante fue ya una impostura. Incluso en la universidad. Comencé a sentir que todo aquel mundo me era ajeno. Y, sin embargo, no cesé de hacer cosas, como si alguna fuerza interior me obligase a continuar, a escribir, a aceptar charlas y conferencias, a seguir en ese lugar del que debería haber escapado.» (29-30)

    miércoles, 15 de junio de 2016

    Rosa Regàs & friends

    Carlos Barral y Rosa Regàs
    De Amigos para siempre
    Rosa Regàs, Ara Llibres, 2016
    «Así era [Miguel Barceló], pero escribía unos poemas que a mí me fascinaban en un momento en que la poesía y yo no habíamos tenido aún una relación demasiado intensa. Era mallorquín y cuando volvía de sus vacaciones en Palma donde residía su familia, convocaba a sus amigos poetas a la habitación de la pensión de la Rambla en la que vivía para celebrar lo que con ironía, pero con un punto de orgullo, llamaba una "sobrasada party". Había poco más que pan, excelente sobrasada y mucho vino, pero el ambiente era como de otro mundo. Una habitación pequeña, la cama el único lugar donde sentarse y dos minúsculos espacios, uno junto a la cama y el otro a sus pies, tan estrechos que apenas podía [sic] contener de pie a los que habíamos llegado tarde, pero daba igual. Recuerdo la inacabable sorpresa la primera vez que fui, allí es donde conocí a Jaime Gil de Biedma, a José Agustín Goytisolo y a Gabriel Ferrater —poco amigo de parties, como se llamaban entonces a estas reuniones con vino o con whisky, pero muy amigo de poesía y alcohol—, y tal vez también a Carlos Barral. Se comenzaba leyendo poemas en voz alta y poco a poco se encendía la conversación para acabar discutiendo hasta el paroxismo el ritmo de un verso o el significado de una metáfora. Nunca había visto discutir de este modo por una palabra que en opinión de uno de ellos
    Gil de Biedma, JA Goytisolo, Barral, JM Castellet
    Gil de Biedma, Goytisolo, Barral, Castellet
    estaba mal colocada o no era la precisa o no tenia la intensidad requerida ni debatir los contenidos ideológicos de los poemas. Otro mundo de significado se abría ante mí tan cargado de posibilidades y de intensidad como al cabo de muy poco lo sería el descubrimiento de los conceptos filosóficos o el ámbito donde yacía el compromiso político y social a los que yo nunca había visto de este modo, o de ningún otro diría yo.» (pág. 25)

    «No logro recordar la primera vez que vi a Carlos Barral. Me vienen a la memoria como relámpagos imágenes apenas reconocibles, confusas, de aquellas "sobrasada party" que organizaba Miguel Barceló, mi amigo mallorquín, que como poeta se preciaba de conocer a Carlos Barral, igual que a Jaime Gil de Biedma y José Agustín Goitisolo, sus invitados. La sobrasada era un pretexto para leer poemas y beber ginebra y hablar de política,
    Rosa regàs y Salvador Dalí, Cadaqués
    R. Regàs, S. Dalí, Cadaqués (~1970)
    todo lo que sabíamos de ella en aquellos años sórdidos del franquismo. Creo que lo conocí allí, aunque no debía de ser ni mucho menos tan asiduo a las "sobrasada parties" como Gabriel Ferrarte [sic] o José Agustín, de los que sí guardo memoria precisa de su voz y de su imagen sentados en la cama de la habitación, absortos y ensimismados leyendo o escuchando poemas unos de otros, con una atención que a mí me pareció ejemplar y me conmovió más de una vez, no sé si por su dedicación a las palabras y los ritmos, o porque era para mí una experiencia muy nueva.» (pág. 74)

    domingo, 12 de junio de 2016

    Javier Calvo: El fantasma en el libro

    «He mencionado al principio de este capítulo que las técnicas y las tendencias de la traducción audiovisual y de los medios (la "traducción sin traductor") están empezando a llegar a la traducción literaria. Esto se ha manifestado principalmente en forma de un fenómeno reciente que se ha empezado a denominar "fantradución". Esta variante espontánea y literaria del crowdsourcing —donde los fan asumen por amor al arte la ingente tarea de la traducción literaria— es la consecuencia lógica de todas las tendencias de las que ya he hablado en este capítulo: valoración de la rapidez por encima de todo, trabajo en equipo, uso exhaustivo de la tecnológia y distribución por internet.
        El fenómeno de la fantradución tiene sus raíces hace tres o cuatro décadas, cuando los primeros fans occidentales de la animación japonesa empezaron a organizarse para subtitular los animes japoneses que todavía no habían sido traducidos ni comprados para emitirlos en sus países. Este fenómeno se denominaría "fansub", y resultaría determinante para la difusión mun- dial de la animación y el cómic japoneses. De los fansubs del anime se pasó al panorama actual, donde, como todo el mundo sabe, miles de espectadores y fans de todo el mundo se dedican a subtitular a diario en internet toda clase de series y películas, principalmente americanas.
       La fansubtitulación es el ejemplo perfecto del fenómeno de la traducción que responde a la demanda salvaje de rapidez del mundo actual. Los traductores de fansubs se organizan en forma de grupos capaces de subtitular los episodios de las series americanas más populares del momento apenas un par de horas después de su emisión. Para ir más deprisa, los distintos fansubbers se dividen el capítulo en minutos y cada persona se encarga de traducir su parte; después suele haber un corrector que lee todas las partes juntas y alguien que sincroniza los subtítulos con las imágenes. En este ámbito, por supuesto, prima la rapidez frente a la calidad de la traducción. Nadie es demasiado quisquilloso. Los usuarios prefieren tener una idea aproximada de lo que está pasando gracias a unos subtítulos malos que no tener nada.» (162-163)

    jueves, 9 de junio de 2016

    Sue Hubbell: Un año en los bosques


    SUE HUBBELL (1935)
    Un año en los bosques
    [A Country Year.
    Living the Questions
    , 1983]
    Trad. Miguel Ros González
    Errata Naturae, 2016
    [primeras páginas]
    LA DAMA DE LAS ABEJAS
    «Esta noche he dormido al aire libre porque no podía soportar entrar. La cabaña, que este mismo invierno me parecía tan cómoda y acogedora, ha empezado a resultarme sofocante y restrictiva, así que extendí una lona en el suelo para aislar la humedad, puse el saco de dormir encima y me quedé dormida mirando las estrellas [...] Los elementos y los lugares salvajes me atraen con más fuerza de lo que lo hicieron hace unos años, y vivir en la casa, limpiar el polvo y cocinar no me interesan lo más mínimo.
        A veces me pregunto en qué lugar encajamos las mujeres maduras en el diseño de las cosas, una vez que la construcción del nido ha perdido su encanto. Hace una generación, Margaret Mead, que tenía una respuesta bastante buena para esta cuestión, se preguntaba lo mismo, y apuntaba que en otras épocas y otras culturas habíamos tenido nuestro papel.
        Somos tantas que resulta tentador concebirnos como una clase. Hemos dejado atrás nuestros años fértiles; los hombres no nos quieren, prefieren a las mujeres más jóvenes. Tiene sentido biológico que los hombres se sientan atraídos por mujeres en una etapa más temprana de su vida reproductiva, que aún quieren construir nidos [...]
        Sí, somos muchas, pero todas tan diferentes que no estoy cómoda con un análisis sociobiológico, y sospecho, como Margaret Mead, que la solución es personal e individual. Como nuestra cultura no nos ha asignado ningún papel real, podemos crearlo nosotras mismas. Ésta es una buena época para ser una mujer madura con personalidad, fuerza y agallas. Somos increíblemente libres. Vivimos mucho tiempo. Nuestros hijos son ya los adultos independientes en los que los ayudamos a convertirse, y aunque puede que sigan queriendo nuestro amor, no necesitan nuestros cuidados. Las normas sociales son tan flexibles hoy en día que nada de lo que hagamos resulta chocante. Ya no tenemos barreras políticas. Siempre y cuando conservemos la salud y dispongamos de los medios para tirar adelante, podemos hacer cualquier cosa, tener cualquier cosa e invertir nuestro talento como nos plazca [...]
    Sue Hubbell, Michigan, 1935
    Pero quiero más. Quiero azulillos índigo cantando sus pareados a primera hora de la mañana. Quiero leer José y sus hermanos de Thomas Mann otra vez. Quiero hojas de roble y flores de cornejo y luciérnagas. Quiero saber cómo está la tierra en Coon Hollow, al norte. Quiero que Asher se entere de lo que les pasa a los ácaros del oído de las polillas en invierno. Quiero enseñarles a Liddy y a Brian las enormes ro- cas que hay al fondo de la hondonada del arroyo. Quiero sa- ber mucho más sobre las arañas morgaño. Quiero escribir una novela. Quiero bañarme desnuda en el río al calor del sol.
       Por eso he dejado de dormir en la cabaña; una casa es demasiado pequeña, demasiado restrictiva. Quiero el mundo entero, y también las estrellas.» (261-263)

    domingo, 5 de junio de 2016

    Juan Antonio Masoliver Ródenas: El ciego en la ventana

    «Antes de salir de casa mi padre nos encerraba en el jardín y me pedía que inventase algún juego para mis hermanos. Él salía con mi madre, que se pintaba un corazoncito en la boca, se quitaba el delantal y se ponía zapatos de tacón en vez de las zapatillas, e iban a divertirse a la calle. Les inventaba el caracol, la avioneta, las cuatros esquinas, el un dos tres la puerta del inglés o la comba, pero se cansaban muy pronto y me pedían que les inventase otro juego. Un día, mientras jugaban al escondite, me di cuenta de que si les encontraba se aburrían mucho esperando que encontrase a los otros y se acabase el juego y si no les encontraba se aburrían de estar todo el rato escondidos y salían aunque no les hubiese descubierto nadie. Entonces me di cuenta de que sólo había un juego del que no podrían cansarse nunca, y es así como inventé el juego del aburrimiento. Nos sentábamos en el suelo sin decirnos nada y esperábamos a que regresaran nuestros padres. El tiempo parecía que no estaba pasando, nos movíamos nerviosos, esperábamos que sonasen los cuartos de hora del campanario, que el viento nos trajese la música del casino, que bajara alguien por la carretera, pero también eso acababa por aburrirnos. Hasta que el tiempo de pronto pasó del todo. Llegaron nuestros padres y se quedaron sorprendidos de que estuviésemos sentados sin decirnos nada. "¿Por qué no estáis jugando?". Mientras mi madre iba a su cuarto a quitarse los zapatos y el traje de chaqueta para que no se le gastasen y se quitaba el corazón porque ya no estaba divirtiéndose en la calle, mi padre nos preguntó que por qué no jugábamos y entonces le dije que acababa de inventar el juego del aburrimiento que no se acaba nunca. Le expliqué cómo se jugaba, aunque en realidad no tiene reglas: basta con sentarse a esperar que no ocurra nada sabiendo que nada va a ocurrir hasta que lleguen ellos y ya no tengamos que jugar más. Mi padre llamó a mi madre y, cuando le explicó el juego, ella me abrazó emocionada, ella que no abraza nunca porque dice que todos tenemos microbios y virus contagiosos, y me dijo que ya no tenía que ser más inteligente, porque ya lo era del todo y no podría serlo más.

    [EVM y JAMR presentaron el libro en +Bernat]
    Y ahora, los fines de semana ellos se quedan en casa a jugar con nosotros al juego de aburrirse que, dicen, es muy parecido al de salir a divertirse. Y así estamos hasta que llega la hora de cenar. Pero no es lo mismo, porque antes teníamos que esperar a que llegasen nuestros padres y el tiempo no pasaba nunca hasta que llegaban y se terminaba el juego, y ahora no podemos esperar a nadie.» (págs. 36-37)

    jueves, 2 de junio de 2016

    Ramon Gener: Si Beethoven pudiera escucharme

    «Se cuenta que cuando le preguntaron a Beethoven el significado de su tercera sinfonía no dijo nada. Simplemente, se sentó al piano y la tocó.

    La transcendencia de la música, que fui descubriendo en las clases de canto que me daba Victoria, tiene mucho que ver con el hecho de intentar dar una respuesta adecuada y sensata a esas preguntas. Aquellas clases junto a su maravilloso Steinway & Sons eran mucho más que unas meras clases de canto. Aquellas clases se convertían en larguísimas conversaciones que duraban toda la tarde y en las que Victoria me regalaba experiencias musicales impagables. Tardes en las que hablábamos del porqué de la música. También de su posible significado concreto. Hablábamos de como los mismos compositores, que en teoría deberían saber bastante de la cuestión, no se acababan de poner de acuerdo. El caso más curioso es el del gran compositor estadounidense Aaron Copland. Cuando le preguntaron si la música tenía significado contestó "Yo diría que sí". Pero cuando le preguntaron si podía aclara cuál era este significado, repuso: "No. Ese es el problema".

    Mi admirado Leonard Bernstein, sin duda el pedagogo musical más importante y brillante del siglo XX, también trató de dar una respuesta a esa pregunta. Su conclusión final fue bastante sorprendente: la música no significa nada en sí misma. Solo son notas. Solo son sonidos. Ahora bien, sonidos que provocan sentimientos. También el director de orquesta italiano Riccardo Mutti comparte esta opinión. Para él, la música no tiene significado propio, la música solo es evocadora de sentimientos y de imágenes.



    Esta aparente falta de significado concreto es, curiosamente, lo que hace que la música se convierta en algo transcendental y universal. En filosofía, la transcendencia es aquello que está más allá de los límites naturales. Rousseau, Kant o Hegel afirmaron que la música no tiene tema propiamente: no trata de nada. Para ellos, la música es y punto. Ahora bien, si ahondamos en el sentimiento filosófico de la transcendencia, nos daremos cuenta de que todos podemos sobrepasar nuestros límites naturales sintiendo e imaginando y que, por lo tanto, todos tenemos la capacidad de comprender la música. La universalidad de la música no se debe a que su lenguaje sea el mismo para todos. No se debe a que una corchea sea y se escriba igual aquí o en la otra punta del mundo. No. La universalidad y la transcendencia se deben a que habla a todo el mundo. La música habla sin hacer distinciones. La música abraza a todos. Todos podemos entenderla. A la música no le importa quién somos, de dónde venimos ni a dónde vamos. A la música le es indiferente nuestro nivel de formación, nuestra procedencia o raza, nuestra orientación sexual, nuestro estatus social o económico. Nada de todo esto tiene importancia para la música. Ella le habla a todo aquel que quiera escucharla. Cuando suena, las notas que oímos son las mismas para todo el mundo, pero su significado, lo que recibimos, lo que sentimos, lo que cada uno de nosotros entiende, es diferente. Esta es su transcendencia. Esta es su magia.» (págs. 54-55)
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