jueves, 14 de diciembre de 2017

El futuro es vegetal, de Stefano Mancuso


Stefano Mancuso
EL FUTURO ES VEGETAL
Trad. David Paradela López
Galaxia Gutenberg, 2017 - 240 págs. - fragmento
[más sobre el apasionante mundo vegetal]

«Una planta no es un animal. Esta afirmación puede parecer la quintaesencia de la banalidad, pero me he dado cuenta de que nunca está de más recordarlo. Lo cierto es que nuestra idea de una vida compleja e inteligente corresponde a la vida animal, y como, inconscientemente, no encontramos en las plantas las características típicas de los animales, las catalogamos como seres pasivos (es decir, «vegetales»), negándoles cualquiera de las capacidades típicas de los animales, desde el movimiento a la cognición. Es por eso que, cuando vemos una planta cualquiera, debemos recordar que estamos observando algo que está construido a partir de un modelo completamente distinto del modelo animal. Un modelo tan diferente que, comparados con él, los alienígenas del cine de ciencia ficción no son más que simpáticas fantasías infantiles.

Las plantas no se nos asemejan en nada; son organismos distintos, una forma de vida cuyo último antepasado común con los animales se remonta a seiscientos millones de años, la época en que la vida, recién salida de las aguas, empezaba a conquistar la tierra firme. Plantas y animales se separaron en ese momento para seguir cada cual un curso distinto. Mientras que los segundos se organizaron para desplazarse por la tierra, las primeras se adaptaron al entorno arraigándose en el suelo y empleando como fuente de energía las inagotables emisiones luminosas del sol. A juzgar por su éxito, nunca hubo elección más acertada: hoy en día, no existe un solo rincón del planeta que los vegetales no hayan colonizado, y su grado de difusión con respecto al total de seres vivos es aplastante. Existen varios cálculos —muy variables, no es fácil medir el peso de la vida— acerca de la cantidad de biomasa vegetal de la Tierra, pero ninguna atribuye a las plantas una cantidad inferior al 8o %. En otras palabras: al menos el 8o % del peso de todo lo que vive en la Tierra se compone de vegetales. Un porcentaje que da la medida, única e indiscutible, de su extraordinaria capacidad adaptativa.

Palmera junto a la casita de Yecla
La elección inicial de permanecer ancladas al suelo condicionó las sucesivas modificaciones del cuerpo de las plantas, el cual evolucionó adoptando soluciones tan distintas de las de los animale que para nosotros resulta poco menos que incomprensible. El resultado final es que las plantas no tienen cara ni articulaciones ni, en general, una estructura reconocible que las aproxime a los animales, y eso hace que sean prácticamente invisibles. Las consideramos una parte más del paisaje: vemos lo que comprendemos, y no comprendemos más que lo que es similar a nosotros. Esto es lo que determina la alteridad de las plantas.

Palmeras de la calle Atenas. Barcelona
¿En qué sentido el modelo vegetal se aparta del modelo animal? ¿Qué características tienen las plantas que las hacen tan lejanas e incomprensibles? Una primera, y enorme, diferencia es que las plantas, al contrario que los animales, no poseen órganos individuales o dobles a cargo de las funciones principales del organismo. Para una planta que vive arraigada al suelo, sobrevivir a los ataques de los depredadores representa un problema mayúsculo: puesto que no puede huir, como haría cualquier animal, su única posibilidad de supervivencia reside en resistirse a la depredación, en no doblegarse a ella. Esto es fácil de decir, pero muy difícil de lograr. Para cumplir este milagro es necesario poseer una constitución distinta de la de los animales. Hay que ser una planta y carecer de puntos débiles evidentes, o, cuando menos, tener menos puntos débiles que los animales. Los órganos, por ejemplo, son un punto débil. Si una planta tuviera un cerebro, dos pulmones, un hígado, dos riñones y demás, estaría destinada a sucumbir ante el primer depredador —por minúsculo que fuera, como un insecto— que atacase uno de estos puntos vitales y mermara su funcionalidad. Por eso las plantas no disponen de los mismos órganos que los animales, y no porque, como podríamos pensar, no sean capaces de llevar a cabo las mismas funciones. Si las plantas tuvieran ojos, orejas, cerebro y pulmones, nadie dudaría que fueran capaces de ver, oír, calcular y respirar. Pero como no poseen los mismos órganos que nosotros, necesitamos hacer un esfuerzo con la imaginación para comprender sus refinadas capacidades.

Precioso olmo en invierno. Avenida de la Feria, Yecla
En general, las plantas distribuyen por todo el cuerpo las funciones que en los animales se concentran en órganos específicos. La clave esta en descentralizar. Con los años hemos descubierto que las plantas respiran con todo el cuerpo, que oyen con todo el cuerpo, que calculan con todo el cuerpo y así sucesivamente. Distribuir todas las funciones lo más posible es el único modo para sobrevivir a la depredación, y las plantas han sabido hacerlo tan bien que pueden permitirse que les extirpen grandes porciones del cuerpo sin que ello mengüe su funcionalidad. El modelo vegetal no prevé la presencia de un cerebro que ejerza un control central o imparta órdenes a los órganos que de él dependen. En cierto sentido, su organización es el símbolo de la modernidad: poseen una estructura modular, colaborativa, distribuida y sin centros de mando, capaz de soportar perfectamente depredaciones catastróficas y continuas.» (pág. 133-35)

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