martes, 30 de marzo de 2021

La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo, de Bohumil Hrabal


Bohumil Hrabal (Brno, 1914 - Praga, 1997)
LA PEQUEÑA CIUDAD DONDE SE DETUVO EL TIEMPO
[Městečko, kde se zastavil čas, 1978]
Trad. Monika Zgustova
Galaxia Gutenberg, 2020 - 176 págs. - inicio

- Abundan los momentos tragicómicos, Un libro al día
- Merece la pena leerlo, The New Yorker
[curioso]

«Esta es una pequeña ciudad que vive alrededor de una fábrica de cerveza. El padre del narrador es el encargado y su tío Pepin uno de los trabajadores. En esa ciudad donde apenas nada ocurre, pasan los conquistadores nazis y llegan los «liberadores» tanques soviéticos, hasta que el régimen comunista lo cambia todo definitivamente. Pero no tanto para el tío Pepin, una de las creaciones literarias más geniales de Hrabal. Él continuará visitando la barra americana de la ciudad, dando explicaciones sobre higiene sexual a las chicas y bebiendo cerveza como una esponja. Con su peculiar estilo lleno de humor y ternura, Hrabal retrata una vez más lo que somos todos (o casi todos): seres sometidos a los vaivenes de la historia cuya única escapatoria es disfrutar del baile aunque bailemos con la más fea.» (CONTRAPORTADA)

Bohumil Hrabal

viernes, 26 de marzo de 2021

Desmorir, de Anne Boyer


Anne Boyer (Topeka, Kansas, 1973)
DESMORIR. UNA REFLEXIÓN SOBRE LA ENFERMEDAD EN EL MUNDO CAPITALISTA
[The Undying, 2019]
Trad. Patricia Gonzalo de Jesús
Sexto Piso, 2021 - 262 págs. - inicio - fragmento

- Ahora que no muero, Jennifer Szalai
- Laura de Grado habla con Anne Boyer
- Historia cultural y personal del cáncer, Andrea Aguilar
[magnífico]

«Dentro de sesenta horas, y por segunda vez, introducirán adriamicina en mi cuerpo a través de un reservorio de plástico implantado quirúrgicamente en mi tórax y conectado a mi vena yugular. La adriamicina recibió este nombre por el mar Adriático, cerca del cual se descubrió. Su nombre genérico es doxorrubicina, un nombre derivado de rubí porque es de un rojo brillante y voluptuoso. Me gusta pensar en este veneno como el rubí del Adriático, donde nunca he estado, pero adonde me gustaría ir, aunque también es llamado el diablo rojo y, a veces, la muerte roja, así que tal vez debería llamarse también la joya satánica de la mortalidad de las cosas en Venecia.
    Para administrar la medicina, la enfermera oncológica, después de comprobar la prescripción con una compañera, debe vestirse con un elaborado equipo de protección y despacio, personalmente, inyectar la adriamicina a través del reservorio en mi pecho. La medicina destruye el tejido circundante si se escapa de las venas: se la considera demasiado peligrosa para todo y para todos como para ser administrada por goteo. Se rumorea que, si se derrama, funde el linóleo del suelo de la clínica. Durante varios días después de que se me administre la medicación, mis fluidos corporales serán tóxicos para otras personas y corrosivos para los tejidos de mi propio cuerpo. La adriamicina es en ocasiones dañina para el corazón y la cantidad que pueden administrarte tiene un límite de por vida, del cual, al final de este tratamiento, habré alcanzado la mitad.
    En los Estados Unidos el uso generalizado de la adriamicina se aprobó un año después de que yo naciera, en 1974 [...] Éste es, probablemente el mismo tratamiento que le administraron a Susan Sontag antes de que escribiera La enfermedad y sus metáforas, uno de los primeros libros que alguien me envía cuando enfermo. Sufrir la adriamicina parece un rito ancestral, llevado a cabo a través de décadas y con ocasión de muchos tipos de cáncer como una iniciación ritual, la necesite o no el paciente [...] El hecho de que mi tratamiento se inaugure con ella es una clara prueba de los pocos avances que se han hecho.
    El tratamiento con adriamicina puede provocar leucemia, insuficiencia cardiaca, insuficiencia orgánica, y me provocará, casi con toda certeza, infertilidad e infección. Dado que, como muchos tratamientos de quimioterapia, la adriamicina no discrimina en sus efectos destructivos, también es tóxica para el sistema nervioso central y mis mitocondrias empezarán a reaccionar a ella tres horas después de su administración.» (págs. 58-59)
«En el caso del fármaco en cuestión, parece que había otros medicamentos disponibles que eran igual de efectivos con menos riesgo de daños permanentes, pero la medicación con que se nos trató y que nos perjudicó era, para alguien, al parecer, la opción más rentable.» (págs. 156)
  «Un cáncer como el de Acker, que acabó con ella en dieciocho meses, tenía un índice de mortalidad de dos años, se sometiera o no la paciente a quimioterapia. Según los resultados, cinco personas de cada cien con este tipo de cáncer morirán en un plazo de dos años con quimioterapia. Más o menos el mismo número morirá sin ella. Algunos estudios sugieren que un ciclo inicial de quimioterapia pueden acelerar cánceres agresivos.» (págs. 172)

miércoles, 24 de marzo de 2021

Ganarse la vida, de David Trueba


David Trueba (Madrid, 1969)
GANARSE LA VIDA
Una celebración

Nuevos Cuadernos Anagrama, 2020 - 64 págs. - inicio

- Infancia, familia y escritura, Manuel Hidalgo
- Breve, humilde y emocionante, Daniel Gascón
- David Trueba recomienda Bohumil Hrabal
[minidelicia]

«El mayor rasgo de bondad que tendría que agradecerle a mi madre vino a raíz de mi escolarización. En aquella época todos los niños entraban en el ciclo formativo a través de lo que se llamaba Párvulos. Allí aprendían a leer y a escribir hasta alcanzar la hora de la educación primaria, entonces llamada EGB, una educación obligatoria generalizada y básica. Yo oía a menudo los cuentos del colegio al que iban mis hermanos cerca de casa. Una profesora le había perforado el tímpano a un muchacho de un bofetón. Otra le había desgarrado la oreja a un vecino nuestro por el sistema de levantarlo en volandas agarrado tan solo por los lóbulos. Otros te pegaban en la mano con reglas de madera y a uno de mis hermanos le trajeron un día cagado encima porque la profesora no le había dejado salir a los servicios durante la clase. Cuando yo estaba en sexto curso se dictó una ley gubernamental que prohibía que los profesores pegaran a los alumnos. No era una demanda social, porque en general los padres aceptaban que sus hijos volvieran del colegio abofeteados. Es más, solían añadir un latiguillo muy común: algo habrás hecho.
    Con esos precedentes es fácil de entender por qué lloré a lágrima viva cuando mi madre decidió llevarme al colegio de mis hermanos con la idea de que comenzara Párvulos. Lloré tanto en aquel patio, cuando la profesora tiraba de mi mano hacia las aulas, David Trueba que mi madre me rescató.
    – Mejor volvemos mañana –se excusó delante de la profesora.
    Pero no volvimos al colegio en los siguientes tres años.» (págs. 12-13)

viernes, 19 de marzo de 2021

Los chicos de la Nickel, de Colson Whitehead


Colson Whitehead (Nueva York, 1969)
LOS CHICOS DE LA NICKEL
[The Nickel Boys, 2019]
Trad. Luis Murillo Fort
Literatura Random House, 2020 - 224 págs. - prólogo

- La fábrica del dolor, Sergi Sánchez
- Dos chicos y un destino, J. Aparicio Maydeu
[no]

«Desde pequeño, Elwood Curtis ha escuchado con devoción, en el viejo tocadiscos de su abuela, los discursos de Martin Luther King. Sus ideas, al igual que las de James Baldwin, han hecho de este adolescente negro un estudiante prometedor que sueña con un futuro digno. Pero de poco sirve esto en la Academia Nickel para chicos: un reformatorio que se vanagloria de convertir a sus internos en hombres hechos y derechos pero que oculta una realidad inhumana respaldada por muchos y obviada por todos. Elwood intenta sobrevivir a este lugar junto a Turner, su mejor amigo en la Nickel. El idealismo de uno y la astucia del otro les llevará a tomar una decisión que tendrá consecuencias irreparables.
    Después de El ferrocarril subterráneo, Colson Whitehead nos brinda una historia basada en el estremecedor caso real de un reformatorio de Florida que destrozó la vida de miles de niños y que le ha hecho merecedor de su segundo premio Pulitzer. Esta deslumbrante novela, a caballo entre el momento presente y el final de la segregación racial estadounidense de los sesenta, interpela directamente al lector y muestra la genialidad de un escritor en la cima de su carrera. » (CONTRAPORTADA)


[Premios y premios: mejor novela internacional de 2020 (¿¡!?)]

martes, 16 de marzo de 2021

Yoga, de Emmanuel Carrère


Emmanuel Carrère (París, 1957)
YOGA
[Yoga, 2020]
Trad. Jaime Zulaika
Anagrama 2021 - 336 págs. - inicio

- Emmanuel habla con Joana Bonet
- "Entre el yo y lo que no soy yo", Andrés Seoane
- ‘Electroshock’ Carrère, Marc Bassets
- Ego y melancolía, Ana Fornaro en Página12
[peculiar autobiografía psíquica]

«Es pensamiento mágico, desde luego, pero sitúo en aquella noche el principio del desastre. Al asegurar también a la mujer de los gemelos que nos amaríamos siempre, que un día lejano rememoraríamos nuestra vida y recordaríamos ese deseo que contra todo pronóstico se habría realizado, me dejé arrastrar por un entusiasmo sincero, pero al mismo tiempo desafié a los dioses: hibris. Aspirando a la unidad, pacté con la división. ¿Qué puedo decir de este desastre del que hablo? ¿Qué debo callar? Tengo una convicción, una sola, relativa a la literatura, bueno, al género de literatura que yo practico: es el lugar donde no se miente. Es el imperativo absoluto, todo lo demás es accesorio, y creo haberme atenido siempre a este imperativo. Lo que escribo es quizá narcisista y vanidoso, pero no miento. Puedo afirmar tranquilamente, podría afirmar tranquilamente ante el tribunal de los ángeles que escribo «sin hipocresía», como exige Ludwig Börne, lo que me acontece, lo que pienso, lo que soy, lo cual, ciertamente, no me brinda motivos para alardear. Pero Ludwig Börne exige también que se escriba «sin desnaturalizar», y normalmente yo lo procuro también, pero aquí es distinto. Cada libro impone sus reglas, que no se establecen de antemano, sino que descubre el uso. No puedo decir de este libro lo que orgullosamente he dicho de otros varios: «Todo lo escrito es cierto.» Al escribirlo debo desnaturalizar un poco, trasponer y borrar otro poco, sobre todo borrar, porque puedo decir de mí lo que quiera, incluidas las verdades menos halagüeñas, pero no de otras personas. No me arrogo el derecho y no abrigo en el fondo el deseo de contar una crisis que no es el tema de este relato, y por eso voy a mentir por omisión y a abordar directamente las consecuencias psíquicas y hasta psiquiátricas que esta crisis ha tenido para mí y exclusivamente para mí. Porque ocurrió exactamente lo que, con la edad, estaba seguro de que ya no ocurriría. Mi vida, que yo creía tan armoniosa, tan fortificada, tan propicia a la escritura de un ensayo risueño y sutil sobre el yoga, avanzaba en realidad hacia el desastre, que no vino a causa de circunstancias exteriores, el cáncer, un tsunami o los hermanos Kouachi, que sin previo aviso dan una patada a la puerta y abaten a todo el mundo con kaláshnikovs. No, vino de mí. Vino de esta tendencia a la autodestrucción de la que presuntuosamente me creía curado y que se desencadenó como nunca y me expulsó para siempre de mi cercado.» (págs. 157-158)
«[...] Es Martha Argerich, debe tener veinte años, quizás incluso menos, luce ya esa melena negra y suelta, nunca recogida, que tendrá toda su vida. [...] Es salvaje, sensual, intensa, indómita, genial. La escucho, la miro, me pregunto por qué, antes de partir, Erica me ha enviado el enlace con este vídeo, sin otro comentario que el del asunto del mail: 5'30".» (pág. 274)


Martha Argerich en 1965 interpretando la Polonesa en La bemol Mayor
Op.53 (Heroica) de Chopin

viernes, 12 de marzo de 2021

Los llanos, de Federico Falco


Federico Falco (Argentina, 1977)
LOS LLANOS
Anagrama, 2020 - 240 págs. - inicio

- La naturaleza del duelo, Ascensión Rivas
- Contar sin tratar de entender, Carlos Zanón
- Texto sutil y lírico ligado a la naturaleza, R. Baixeras
- Una novela de una belleza sutil y poderosa, V. Abdalá
[todo eso y más; un gustazo]

«Llevo la reposera junto al gallinero, suelto las gallinas y me quedo mirándolas. Son gallinas que nunca vieron a su madre, que nacieron en incubadoras y, sin embargo, sin tener a quién imitar, inmediatamente actúan como gallinas: sus movimientos, sus costumbres, su forma de escarbar el suelo, de alzar la cabeza, su manera de alarmarse por cualquier cosa mínima. Son divertidas y bastante estúpidas.
    [...] Hoy coseché la primera tanda de espinaca. Las lechugas que sembré en surco se descontrolaron, nunca las raleé y llovió demasiado. Eran un tumulto y estaban a punto de pasarse. Corté bastante. La planta de tomates cherries chinos sigue dando y dando.
    Mucha rúcula, mucha lechuga, muchos tomates.
    Todavía florecen las zinnias.» (págs. 89-90)



«Estoy acostumbrado a ser alguien diferente en cada mundo en que me muevo: hablar con algunos de vaquillonas y cosechas; con otros, de libros y poesía, con otros más, de arte contemporáneo o cine; o de flores, tomates y semillas; o de amores y chismes, con otros amigos.
     Pero a veces, muchas veces, deseo ser siempre el mismo.
   Ser el mismo en el pueblo, el mismo en la ciudad, el mismo en el campo, el mismo cuando beso, el mismo cuando extraño, el mismo sembrando en la huerta, el mismo cuando escribo.
    [...] Contar una historia cambia a quien la cuenta.
  Y por momentos la ficción es la única manera de pensar lo verdadero.» (págs. 144-145)

lunes, 8 de marzo de 2021

La huella de los días, de Leslie Jamison


Leslie Jamison (Washington, 1983)
LA HUELLA DE LOS DÍAS
LA ADICCION Y SUS REPERCUSIONES
[The Recovering. Intoxication and his Aftermath, 2018]
Trad. Rita da Costa
Anagrama Argumentos, 2020 - 632 págs - inicio

- Leslie habla con Andrea Aguilar
- Leslie habla con Begoña Gómez Urzaiz
- Leslie relata su confinamiento por coronavirus
[etílicamente interesante]

«[...] Era insaciable nuestra fascinación coletiva por el sufrimiento autoinfligido de una mujer hermosa. Era otra manifestación del asombro de Elizabeth Hardwick ante la «luminosa autodestrucción» de Billie Holiday, aunque fue la propia Holiday quien dijo: «Si crees que la droga sirve para pasártelo bien y vivir emociones fuertes, estás mal de la cabeza.»
    La noche que Amy Winehouse ganó cinco Grammys, le confesó a su amigo Jules: «Esto no hay quien lo aguante sin drogas.» Aquella respuesta en un formulario de la narcogranja lo expresaba con meridiana claridad: «Motivo de la adicción: evitar la monotonía de la vida.» Cuando yo iba al instituto, mi padre se quejaba de que la asignatura de Ética enmascarara la verdad. «Cómo van a impedir que os metáis en líos con las drogas —decía— si no os cuentan la verdad sobre lo bien que te hacen sentir?» Siempre me dijo que una de las cosas más peligrosas de las drogas era el hecho de que fueran ilegales [...].



    No es que las drogas no ofrezcan emociones fuertes. El problema es lo que viene después. Billie Holiday podría haber continuado: si crees que la droga sirve para pasárselo bien, piensa en una mujer poniéndose base de maquillaje para tapar los moratones o preguntándole a su guardaespaldas por qué no le viene la regla, como hizo Winehouse tras años de alcoholismo y bulimia, cuando vivía acosada por la fama y por su adicción, cuando tenía el cuerpo consumido. No era solo una leyenda. sino también una mujer que no podía andar recta, una mujer tumbada en una cama que no estaba dormida sino muerta. Cuando murió, la tasa de alcohol en su sangre era del 0,4 por ciento, bastante por encima del índice de alcoholemia letal. El juez de instrucción determinó que la suya había sido una «muerte accidental».
    «La droga nunca ha ayudado a nadie a cantar mejor», insistía Billie Holiday, aunque es cierto que si Winehouse hubiese ido a rehabilitación aquella primera vez, tal vez nunca hubiésemos, escuchado Back to Black, el álbum que la hizo famosa. Me pregunto qué habríamos escuchado en su lugar. «Como artista lo tenía todo —dijo de ella su idolatrado Tony Bennett—. Si hubiese sobrevivido, le habría dicho que en realidad la vida te enseña a vivirla, siempre y cuando vivas bastante.»



    Me hubiese encantado oír cantar a Amy Winehouse sobria. No cuando llevara tan solo dos semanas sobria, sino dos años, veinte años sin probar alcohol. Nunca he vivido su vida y ella nunca ha vivido la mía, pero sé que cuando yo tenía veintisiete años lo dejé y ella tenía la misma edad cuando se murió. Sé que cuando veo imágenes de su concierto en Belgrado —completamente borracha, como si la hubiesen dejado caer desde arriba en medio de algo que era incapaz de comprender— pienso en las veces que me desperté de una borrachera en el extraño nuevo mundo de un baño mexicano, un sótano con suelo de tierra o una asfixiante habitación en Nicaragua donde me resultaba más fácil dejar que un hombre acabara de follarme que obligarlo a parar.
    Cuando Amy Winehouse avanza con paso tambaleante sobre ese escenario de Belgrado y finalmente se agacha —muda e inmóvil, sonriente—, simplemente esperando que algo ocurra o que algo deje de ocurrir, la sensación que tengo no es tanto de saber qué le está pasando por dentro sino de que sus ojos saben algo que pasó dentro de mí. Me revienta que no llegara a vivir años de citas anodinas para tomar café y gente que le dijera «Sé cómo te sientes», me revienta que sucumbiera a la maldición de su singularidad, su sangre disuelta en vodka y su paso tambaleante bajo la torre desmoronada de un moño sesentero que su cuerpo apenas podía sostener, hasta que ya no pudo más.» (págs. 464-465)

domingo, 7 de marzo de 2021

Corazones cicatrizados, de Max Blecher


Max Blecher (Rumania, 1909 – 1938)
CORAZONES CICATRIZADOS
[Inimi cicatrizate]
Trad. Joaquín Garrigós
Pre-Textos, 2009 - 192 pàgs. - Bibl. Gracia

- El gran enfermo de la literatura rumana, G. Glodeanu
- Escribir desde un corsé de escayola, I. Vidal-Folch
[sí, pero no era su momento]

«Corazones cicatrizados es una novela sobre el sufrimiento humano. En ella, Blecher traslada su experiencia existencial durante el tiempo en que estuvo internado en el sanatorio de Berck, en la costa francesa del canal de la Mancha. Es una obra llena de lucidez, sobriedad, autenticidad y fuerza emocional. No se trata de un libro lacrimógeno sino de la realidad cruda; no del sufrimiento físico, sino del moral, del anímico. El personaje central es un alter ego del autor que acepta lo trágico de su situación pero sin dejarse abrumar por la crueldad implacable de su destino. El sufrimiento del protagonista es un sufrimiento colectivo. De todos los internados en el sanatorio, ninguno se deja desmoralizar por su trágica existencia; al contrario, todos están llenos de una impresionante ansia de vida, tratan de vivir, inmovilizados en sus camillas, dentro de un caparazón de yeso, como seres sanos: hacen amigos, se enamoran e incluso organizan juergas nocturnas. En este libro, Blecher presenta una variedad tipológica de los personajes que pueblan el sanatorio, con sus distintos temperamentos y caracteres. De esta novela dijo el escritor Mihail Sebastian que «penetra en las zonas más complejas del alma y nos las da a conocer con precisión analítica», y sorprende la extraordinaria fuerza expresiva con que el protagonista exterioriza su angustia interior.» (CONTRAPORTADA)

Max Blecher, de paseo durante su estancia en el sanatorio de Berk
Max Blecher, de paseo, durante su estancia en el sanatorio Berk
Max Blecher «Max Blecher (1909-1938). Escritor rumano de origen judío. Desde los 19 años estuvo aquejado de una tisis ósea que lo llevó al sepulcro en plena juventud. Ello condicionó su obra literaria, compuesta de tres novelas, que adquiere un carácter singular dentro de la literatura rumana. La tortura física que le produjo su enfermedad llevó al autor a una particular visión del mundo, su obra adquiere así un tono kafkiano, que le deparó el sobrenombre del Kafka rumano.»
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