viernes, 25 de mayo de 2018

Teoría general del olvido, de José Eduardo Agualusa

José Eduardo Agualusa (Angola, 1960)
TEORIA GENERAL DEL OLVIDO
[Teoria geral do esquecimento, 2012]
Trad. Claudia Solans
edhasa, 2017 - 192 págs. - inicio
[peculiar para mí, penetrante para Nicolás]
«A Ludovica nunca le gustó enfrentarse al cielo. Desde niña, ya la atormentaba el horror a los espacios abiertos. Al salir de casa se sentía frágil y vulnerable, como una tortuga a la que le hubieran arrancado el caparazón. De muy pequeña, de seis o siete años, se negaba a ir a la escuela sin la protección de un paraguas negro, enorme, fuera cual fuese el estado del tiempo. Ni la irritación de los padres, ni las bromas crueles de los otros niños la disuadían. Más tarde mejoró. Hasta que ocurrió aquello que ella llamaba «El accidente» y empezó a ver ese pavor primordial como una premonición.
    Después de la muerte de sus padres se fue a vivir a la casa de su hermana. Raramente salía. Ganaba algún dinero dando clases de portugués a adolescentes aburridos. Además de eso, leía, bordaba, tocaba el piano, veía la televisión, cocinaba. Al anochecer, se acercaba a la ventana y miraba la oscuridad como quien se asoma a un abismo. Odete sacudía la cabeza, fastidiada:
    –¿Qué pasa, Ludo? ¿Tienes miedo de caerte entre las estrellas?
  Odete daba clases de inglés y alemán en el liceo. Amaba a su hermana. Evitaba viajar para no dejarla sola. Pasaba las vacaciones en casa. Algunos amigos elogiaban su altruismo. Otros le criticaban la excesiva indulgencia. Ludo no se imaginaba viviendo sola. La inquietaba, sin embargo, haberse convertido en un peso. Pensaba en las dos como gemelas siamesas, prendidas por el ombligo. Ella, paralítica, casi muerta, y la otra, Odete, obligada a arrastrarla por todas partes. Se sintió feliz, se sintió aterrorizada, cuando la hermana se enamoró de un ingeniero de minas. Se llamaba Orlando. Viudo, sin hijos. Había ido a Aveiro a resolver una compleja cuestión de herencias. Angoleño, natural de Catete, vivía entre la capital de Angola y Dundo, pequeña ciudad administrada por la compañía de diamantes para la cual trabajaba. Dos semanas después de haberse conocido por casualidad en una confitería, Orlando le pidió casamiento a Odete. Anticipando un rechazo, conociendo las razones de Odete, insistió en que Ludo fuera a vivir con ellos. Al mes siguiente estaban instalados en un apartamento inmenso, en el último piso de uno de los edificios más lujosos de Luanda. El llamado Edificio de los Envidiados.» (págs. 11-12)

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