domingo, 29 de marzo de 2020

Búnker, de Toteking


Manuel González Rodríguez (Sevilla, 1978)
BÚNKER
Blackie Books, 2020 - 232 págs.

- Prólogo de Enrique Vila-Matas
- La amistad de Bartleby y el rapero
- Gansbaai Hooligan, de Toteking
[a corazón abierto]

«No soporto que me enseñen vídeos y música.
    No juego a eso de sentarme alrededor del portátil con amigos a ver quién sorprende más al de al lado con su hallazgo del mes. Y no se trata de autoridad ni de ego, se trata de timing. Esto es un principio que gobierna toda mi vida.
    Hablar de timing es hablar de armonía, sincronización, empatía, bondad incluso.
    Una persona sin timing es capaz de cargarse la atmósfera que se ha conseguido con los últimos tres temas que han ido sonando en una reunión, para, egoístamente, poner algo tóxico, dañino, algo que rompe por completo el ambiente del grupo con el único fin de destacar su separado y refinado gusto. Una persona sin timing es aquella que en un grupo de Telegram interviene una vez cada dos meses para poner el más ridículo de los gifs, o preguntar por algo que se dijo hace un año. Alguien sin timing se cruza contigo en la calle y, cuando se entabla una conversación normal, es capaz de interrumpirte en el momento en que estas empezando a contestarle a su estúpida pregunta de los cojones.
    No hacen falta tantos amigos, ni en internet ni en el mundo real. Los amigos son un coñazo. Considero que ninguna amistad merece la pena si no puedes mantenerla por e-mail, y la mayoría de las veces es más agradable y rica en matices cuando se desarrolla a través de largos audios de Telegram. Y juro que no es mi orgullo tirano el que se impone con fuerza aquí, más bien son los zancos de mis obsesiones. Pura supervivencia. Salir con vida de esta. Porque una reunión equivocada, con un mal timing y un contenido miserable, implica para mí pagar unos peajes que no tienen nada que envidiar a las antiguas torturas medievales.» (págs. 64-65)

Toteking y Quique Peinado. Presentación de Búnker en el Espacio Fundación Telefónica. Madrid, 5/03/2020.

miércoles, 25 de marzo de 2020

La penumbra que hemos atravesado, de Lalla Romano


Lalla Romano (Italia, 1906-2001)
LA PENUMBRA QUE HEMOS ATRAVESADO
[La penombra che abbiamo attraversato, 1964]
Trad. Natalia Zarco
Periférica, 2019 - 288 págs. - inicio
- a ella le ha gustado
[no era para mí]

«La antigua felicidad que mamá había perdido junto con Ponte, cuando era pequeña, yo la percibía sólo por breves instantes, en inesperados relámpagos. Era, creo, como una corriente profunda que alimentaba mis raíces, mientras yo me sentía azotada por conflictos, incertidumbre y miedo. En esos momentos me esforzaba por aislar o recuperar el hilo de los recuerdos. La singularidad de ese esfuerzo consiste en que pertenece a aquel tiempo. Fue entonces cuando empezó.
    Apenas fui capaz de reflexionar, conseguí distinguir un presente y un pasado; en el mismo pasado distinguía dos tiempos; uno comprendía mi primera infancia y la vida de mis padres, tiempos de los que, a retazos, lograba rescatar la memoria; antes se daba otro tiempo aún más vago, los antecedentes: episodios de la infancia y juventud de mis padres. Lalla Romano (La historia y los cuentos coinciden en algo que no es temporal, porque no iba ligado a mi existencia ni a la de los míos.) Esta cronología era amplia, compleja y, además, esquemática, igual que decimos: alto, medio y bajo Imperio.
    El sentimiento dominante era el de haber llegado tarde: cuando lo más importante ya había sucedido. El tiempo maravilloso era siempre "el tiempo pasado".» (págs. 13-14)

martes, 24 de marzo de 2020

Todo lo que no puedo decir, de Emilie Pine


Emilie Pine (Dublín, 1977)
TODO LO QUE NO PUEDO DECIR
[Notes to Self, 2018]
Trad. Cruz Rodríguez Juiz
Literatura Random House, 2020 - págs. - inicio

Emilie habla con Begoña en Vogue
Para cambiar algo, el feminismo debe ser ‘mainstream'
[poderoso (e imprescindible)]

«Cuando miro a mujeres -ya sea bailando desnudas en escena o en bikini en una revista-, en el fondo me da igual si son peludas o se depilan. Me dan igual sus cuerpos y lo que hagan con ellos. Me da igual si piensan que el vello es antiestético o nada sexy. Porque en el fondo no las juzgo a ellas, me juzgo a mí. Me juzgo por no acicalarme adecuadamente el vello público. Me juzgo por no afeitarme las piernas con la frecuencia que debiera. Me juzgo por no afeitarme nunca los sobacos. Me juzgo todo el tiempo. Y este juicio constante es la cosa más inútil que he hecho jamás.
    A veces, cuando estoy en compañía de mujeres más sofisticadas, me pregunto si yo -una occidental blanca de clase media, heterosexual, cisgénero- soy una chica como es debido. Así, sin más: ¿Soy una chica como es debido? Me comparo con las mujeres que me rodean y siento que no doy la talla. Y ahí es cuando sé que soy una chica, una chica como es debido. Emilie Pine Porque, por supuesto, está paranoia de que no soy lo bastante femenina, lo bastante deseable, lo bastante buena, es la representación máxima de la feminidad. Esta paranoia es un elemento crucial del control de las mujeres. Y de cómo nos controlamos nosotras mismas.» (págs. 106-107)

jueves, 19 de marzo de 2020

En la Tierra somos fugazmente grandiosos, de Ocean Vuong


Ocean Vuong (Ciudad Ho Chi Minh, antes Saigón, 1988)
EN LA TIERRA SOMOS FUGAZMENTE GRANDIOSOS
[On Earth We're Briefly Gorgeous, 2019]
Trad. Jesús Zulaika Goicoechea
Anagrama, 2020 - 232 págs. - inicio
[bien]

«Tengo y he tenido muchos nombres. Perro Pequeño era como me llamaba la abuela Lan. ¿Qué hacía una mujer que se ponía a sí misma y a su hija nombres de flores llamando “perro” a su nieto? Una mujer así mira solo por sí misma. Como sabes, en el pueblo donde nació Lan, al niño más pequeño o débil de la prole, como era mi caso, se le pone el nombre de las cosas más despreciables: demonio, niño fantasma, morro de cerdo, hijo de mono, cabeza de búfalo, bastardo... Perro Pequeño es el nombre más tierno que encontraron. Porque los malos espíritus, errantes por el mundo en busca de niños sanos y hermosos, Ocean Vuong al oír que llamaban a cenar a niños con nombres de cosas horribles y repulsivas, pasaban de largo de la casa y el niño se salvaba. Amar algo, por tanto, es darle el nombre de algo tan falto de valor que se puede ignorar y dejar intocado y vivo. Un nombre, delgado como el aire, puede ser también un escudo. Un escudo de Perro Pequeño.» (pág. 29)

sábado, 14 de marzo de 2020

La historia de mis dientes, de Valeria Luiselli


Valeria Luiselli (México, 1983)
LA HISTORIA DE MIS DIENTES
Ilustraciones de Daniela Franco
Sexto Piso, 2014 - 156 págs. - inicio
[me perdí]

CONTRAPORTADA: «"Soy el mejor cantador de subastas del mundo. Pero nadie lo sabe porque soy un hombre comedido. Me llamo Gustavo Sánchez Sánchez y me dicen, yo creo que de cariño, Carretera". Además de saber imitar a Janis Joplin, de poder parar un huevo de gallina en una mesa, o de saber contar hasta ocho en japonés, en su fulgurante trayectoria como cantador de subastas, Carretera aparece como inventor del revolucionario "Método de las alegóricas", en el cual "no se subastaban objetos, sino las historias que les daban valor y significado".
    Carretera no siempre fue este showman eminente. Antes de convertirse en subastador fue durante muchos años vigilante en una fábrica de jugos, hasta que el ataque de pánico de una compañera laboral cambió su vida de manera irremediable. En el tránsito de Carretera hacia su destino deberá enfrentar la ira de un hijo al que ha abandonado, sortear una subasta para ayudar a un cura a salvar su iglesia, y realizar a manera de gran performance final la subasta alegórica conocida como «La historia de mis Gustavos personales».
    La historia de mis dientes, segunda novela de Valeria Luiselli, revela una fascinante dimensión en su escritura, y confirma su capacidad para generar atmósferas llenas de enigmas y de sutiles guiños en los que cada gesto está cargado de sentido. Con una destreza que combina el dominio del lenguaje con una estructura atrevida y desfachatada, Valeria Luiselli Luiselli retrata –a veces con humor, otras con ternura y unas más de manera despiadada– eso que llamamos "condición humana", al hacer confluir en sus personajes el peso de la historia personal con ese motor cotidiano que es el anhelo.»

martes, 10 de marzo de 2020

El trabajo de los ojos, de Mercedes Halfon


Mercedes Halfon (Buenos Aires, 1980)
EL TRABAJO DE LOS OJOS
Las Afueras, 2019 - 104 págs.

- La mirada estrábica de M.H., Manuel Hidalgo
- La dictadura de los ojos, Carlos Pardo
[delicatessen]

«(XVIII) Horvilleur resultó ser una señora bajita de anteojos estilo Silvina Ocampo. De trato distante. Sentada en una silla moderna y bastante incómoda, su consultorio minimalista, intenté contarle mi caso con todos los detalles que recordaba. Garabateó unas notas, displicente, aunque en ciertas partes del relato arqueó las cejas con interés. Me pareció que se sorprendía con el recorrido de mi desviación, que fue convergente en la infancia y divergente después. Sentí esa extraña clase de regocijo que confiere tener una enfermedad extraordinaria.
    Aunque lo normal a veces es agradable. La vista, como cualquier parte del cuerpo, también se deteriora con el tiempo. Hay algo reconfortante en eso, no ser los testigos más agudos de nuestro propio declive.
    Es por esta tendencia a la pérdida de visión que el aumento, en quienes llevan anteojos, tiende a ser mayor conforme pasan los años. Horvilleur me propuso hacer lo contrario. Para corregir el estrabismo, en vez de darme más aumento me iba a dar menos. El objetivo era que al hacer un esfuerzo para ver, la desviación de mis ojos se corrigiera naturalmente. Lina Fue algo inesperado y —me di cuenta después— no muy cómodo de llevar a la práctica. Cada quince días iba a su consultorio para que me modificara la corrección. Cada vez, los cristales se volvían más finitos. El mundo, un lugar menos definido.» (págs. 45-46)


Francisco LLorca y Magda Anglès creadores de una editorial en "las afueras" del canon.

lunes, 9 de marzo de 2020

La ley del menor, de Ian McEwan


Ian McEwan (Reino Unido, 1948)
LA LEY DEL MENOR
[The Child Act, 2014]
Trad. Jaime Zulaika
Anagrama, 2015 - 216 págs. - inicio
[creíble]

«Hacia el final de la cena, cuando ya habían agotado los temas más seguros, se instauró un silencio amenazador. Habían perdido el apetito, no probaron los postres ni consumieron la mitad del vino. Una tácita recriminación mutua les turbaba. La insolente escapada de él perduraba en el pensamiento de ella; en el de Jack, supuso, su exagerada reacción ofendida. Con un tono forzado, él empezó a hablarle de una conferencia sobre geología a la que había asistido la noche anterior. Versó sobre el hecho de que la secuencia de estratos de roca sedimentaria podía leerse como un libro de la historia de la tierra. Como conclusión, el conferenciante se permitió algunas especulaciones. Dentro de cien millones de años, cuando gran parte de los océanos se hubiesen hundido en el manto de la tierra y no hubiera en la atmósfera dióxido de carbono suficiente para sustentar a las plantas y la superficie del planeta fuese un desierto rocoso sin vida, ¿qué pruebas de la existencia de nuestra civilización encontraría un geólogo extraterrestre que nos visitara? A unos pocos centímetros por debajo del suelo, una gruesa línea oscura en la roca nos separaría de todo lo que había habido previamente. Condensados en esa capa fuliginosa de unos quince centímetros estarían nuestras ciudades, vehículos, carreteras, puentes, armas. Además, toda clase de compuestos químicos que no existían en el anterior registro geológico. El cemento y el ladrillo se erosionarían con tanta facilidad como la piedra caliza. Nuestro mejor acero se convertiría en una mancha ferrosa que se desmenuzaba. Un examen microscópico más detallado quizá revelase una preponderancia de polen procedente de las monótonas praderas que habíamos creado para alimentar a una gigantesca población de ganado. Con suerte, Ian McEwan el geólogo podría encontrar huesos fosilizados, incluso nuestros. Pero los animales, incluidos todos los peces, apenas representarían una décima parte del peso de todas las ovejas y vacas. Se veía obligado a concluir que estaba contemplando el comienzo de una extinción masiva en la que la variedad de la vida había empezado a disminuir.»


El veredicto (Richard Eyre, 2018)

sábado, 7 de marzo de 2020

jueves, 5 de marzo de 2020

Demasiado tarde para volver, de MA Hernández Navarro


Miguel Ángel Hernández Navarro
DEMASIADO TARDE PARA VOLVER
[Microficciones]
Tres Fronteras (Murcia, 2008) - 73 págs.
- Diario de Escritura, MAHN en La Verdad
[lo bueno si breve]

Un cuento sin sentido
«En la página cuarenta y seis, justo después de "Profecía", el lector se encontró con un cuento sin sentido. Comenzó a leerlo con curiosidad, aunque pronto comprendió que se trataba de un simple ejercicio literario. De todos modos, un extraño impulso le animó a seguir leyendo. Una frase más. Y otra. Y otra después. Y así continuó hasta que el cuento comenzó a darle órdenes. "Levántate", le dijo. Pero él hizo caso omiso y siguió leyendo. "Levántate de una puñetera vez", le volvió a insistir el cuento. Pero él no quiso hacerlo.
    El cuento entonces dio un pequeño salto de párrafo y lo siguió importunando, ahora con órdenes imposibles y absurdas. órdenes que el lector se negó a acatar. "Ponte a cuatro patas y ladra", "cierra los ojos y levanta un pie", "dobla los codos hacia atrás".
    Tras otro pequeño salto de párrafo, el cuento le dijo "Repite conmigo en voz alta: siento un dolor inmenso y no puedo salir de aquí, siento un dolor inmenso y no puedo salir de aquí", "sácame de esta prisión", "no me dejes sólo", "quédate conmigo", "no te vayas". "Dame sentido, por lo que más quieras, dame un sentido. Miguel Ángel Hernández Navarro Es lo único que te pido. Sentido. Un sentido". Pero el lector no hizo nada. Ni siquiera se inmutó. Simplemente siguió leyendo como si nada, como si aquellas palabras fuesen como otras cualquiera. Sólo letras y nada más. Letras sin sentido. Sin embargo, en aquel cuento había algo escondido, algo que domaba por salir fuera, por ser liberado. Un sentido. Algo a lo que el lector no quiso atender. Por eso el cuento no tuvo más remedio que expulsarlo.» (págs. 46-47)

lunes, 2 de marzo de 2020

Cartas de la monja portuguesa, de Mariana Alcoforado


Mariana Alcoforado
CARTAS DE LA MONJA PORTUGUESA
[Lettres Portugaises, 1669]
Trad. Enrique Badosa
Acantilado, 2008 - 72 págs.

  • Carta de Soledad Puértolas
  • Una falsificación literaria
  • De Leer es la vida, Julia Luzán: «A la mujer sólo debía enseñársele lo necesario para llevar la casa, y sus lecturas, si las había, debían ser de entretenimiento. Pero hubo alguna excepción. Concretamente, dos mujeres japonesas: Murasaki Shikibu, que escribió hacia el año 1001 la primera novela del mundo, Historia de Genji, y Sei Shonagon, autora de El libro de la almohada. Era la épica de las mujeres contada en un mundo de hombres. Una monja portuguesa, sor Mariana Alcoforado, en el siglo XVII, inauguró un nuevo tipo de lectura amorosa en sus prohibidas cartas de amor dirigidas a su amado. Sus Cartas portuguesas son las primeras confesiones eróticas plasmadas en un libro. Isabel Coixet pone en boca del personaje que encarna Tim Robbins en su película La vida secreta de las palabras el descubrimiento amoroso del libro.»
  • De la editorial: «Mariana Alcoforado (Beja, 1640-1723) era la segunda de ocho hermanos de una poderosa familia portuguesa e ingresó en el convento de la Concepción de su ciudad natal a los once años, donde pasó el resto de sus días. La autoría de estas cartas ha sido, sin embargo, cuestión controvertida: Gabriel-Joseph Guilleragues (pseudónimo de G.-J. Lavagne, 1628-1685) es considerado hoy como el autor real de las palabras de sor Mariana.»
  • domingo, 1 de marzo de 2020

    Tsunami, Marta Sanz (et alii)


    Pilar Adón, Flavita Banana, Nuria Barrios, Cristina Fallarás, Laura Freixas, Sara Mesa, Cristina Morales, Edurne Portela, María Sánchez, Clara Usón
    TSUNAMI. MIRADAS FEMINISTAS
    Edición y prólogo de Marta Sanz
    Sexto Piso, 2019 - 200 p.
    [sin desperdicio]


    Fragmento de MARÍA PANDORA de Nuría Barrios:
    «La representación de Dios es siempre masculina en el imaginario católico. Cuando, en 1987, Juan Pablo I declaró que Dios era padre y madre se produjo un gran revuelo. Lo que escandalizaba no era la imagen del amor de Dios como amor también materno, sino la afirmación explícita de la existencia de Dios Madre. Antes de convertirse en el Papa Benedicto, Joeeph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quiso zanjar el tema: "No estamos autorizados a transformar el Padre Nuestro en una Madre Nuestra: el simbolismo utilizado por Jesús es irreversible, esta basado en la misma relación hombre-Dios que vino a revelarnos". Al decir "hombre", Ratzinger no interpretaba ese concepto como genérico, sino como alusivo en exclusiva al varón. Sus palabras parecían encaminadas a acallar las reivindicaciones de las mujeres dentro de la Iglesia. La superioridad masculina era reafirmada como doctrina.
        Si los hombres están hechos a imagen y semejanza de Dios, el referente de las mujeres es María. Más que un referente, es un proyecto de vida. La Iglesia impuso que todas las niñas unieran su nombre al de la Virgen. María Paz, María Olga, Ana María, María Dolores, María del Mar, Eva María, María Gema, María Pilar, Rosa María... Aún hoy sigue siendo uno de los nombres más utilizados en España. El correlato masculino habría exigido que los niños añadieran el nombre de Jesús al suyo, pero tal demanda no existía. Eran las mujeres quienes debían tener siempre presente el ejemplo de María: una persona dócil y silenciosa, sin voz ni voluntad. Antes de iniciar la confesión el cura nos recibía son un: "Ave María Purísima", y nosotras debíamos responder: "Sin pecado concebida". El pecado, del que María estaba libre, era el de la desobediencia de Eva. La desobediencia fue el primer pecado femenino.
        Ese relato elaborado por la Iglesia ha propiciado la subordinación social y familiar de la mujer y contribuido a afianzar la jerarquia masculina.

    Pilar Adón - Flavita Banana - Nuria Barrios - Cristina Fallarás - Laura Freixas - Sara Mesa - Cristina Morales - Edurne Portela - María Sánchez - Clara Usón

        En su ensayo Y la Iglesia inventó a la mujer, la escritor sarda Michela Murgia deconstruye la imagen femenina que se proyecta a través de la devoción católica a María y cuestiona el modo en el que somos narradas. De todos los interesantísimos puntos que señala, me parece especialmente relevante el que aborda cómo la relación desigual entre el hombre y la mujer, legitimada espiritualmente por la Iglesia, subyace a la violencia de género. En el matrimonio católico a la esposa le corresponde la resignación y la sumisión mientras que al esposo le corresponde el dominio. Basta con llevar la negación de sí misma a un extremo de autodestrucción para llegar a la violencia de género.
        Mis monjas fueron las transmisoras de semejante narración. Sin saberlo, y con toda seguridad sin quererlo, predicaban como virtudes rasgos que comparten muchas mujeres maltratadas: la obediencia, el sacrificio, el silencio, el sufrimiento...
        ¡Ah, el sufrimiento! Hay una relación simbólica entre mujeres, sufrimiento y muerte. Una de las representaciones más habituales de María es la de Mater dolorosa. En el catolicismo el dolor es considerado un sentimiento connatural a la mujer hasta extremos grotescos. Cuando hacia la mitad del siglo XIX se comenzó a estudiar la posibilidad de eliminar el sufrimiento en el parto mediante la anestesia, se abrió un debate teológico. ¿Cómo osaba la ciencia desafiar el castigo divino, aquella resonante condena a Eva en el Paraíso: "Parirás con dolor"? Hubo que esperar hasta 1956 para que el Papa Pío XII declarara "no ilegítimo" el parto sin dolor.» (págs. 157-159) [manda huevos]


        Presentación de Tsunami en el Espacio Fundación Telefónica. 29 de mayo de 2019.
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