sábado, 30 de mayo de 2020

Falso espejo, de Jia Tolentino


Jia Tolentino (Toronto, 1988)
FALSO ESPEJO
Reflexiones sobre el autoengaño

[Trick Mirror: Reflections on Self-Delusion, 2019]
Trad. Juan Trejo
Temas de Hoy, 2020 - 384 págs. - inicio

- Jia habla con Begoña Gómez Urzaiz
- A Jorge Carrión también le ha gustado

«Tradicionalmente, los personajes literarios masculinos son escritos y percibidos como emblemas de la condición humana, no sólo como entidades masculinas. Stephen Dedalus, Gregor Samsa, Raskólnikov, Neddy Mirrell (más conocido como el Nadador), el ciego de Carver, Holden Caulfield, Conejo Angstrom, Sydney Carton, Karl Ove Knausgard, etcétera: ninguno de ellos se mueve fuera de los márgenes del viaje del héroe tradicional, en el que sus aventuras le llevan por el mundo, vence a algún enemigo y regresa victorioso. Pero el viaje del héroe, en todas esas historias, proporciona sin embargo el código al que hay que adscribirse o refutar. Más allá de la trama, sobre la trama se cierne la mitologización de uno mismo.
jia_tolentino_by_elena_mudd     Los personajes literarios femeninos, por el contrario, ponen en evidencia el hecho de ser mujer. Se ven condenadas a un universo que funciona alrededor del sexo, la familia y lo doméstico. Sus historias tienen que ver con temas relacionados con el amor y el sentido de obligación; el amor como concepto, según indica la crítica Rachel Blau DuPlessis, que "nuestra cultura utiliza [en el caso de las mujeres] para condensar todo posible Bildung, éxito/fracaso, aprendizaje, educación y transición a la edad adulta". Y también utilizó el término heroína simplemente para aquellas mujeres cuya versión de la feminidad literaria ha quedado atascada. En ocasiones repudian los compromisos, como los personajes suicidas, o Maria Wyeth, que pierde la cabeza en la autopista en Según venga el juego (1970). A veces convierten la opresión en una historia fundacional, como a Lisbeth Salander, personaje fundamental de Los hombres que no amaban a las mujeres (2006), o la Julia de Los magos (2009), heroínas oscuras marcadas por la violación. (Señalaré aquí que ambas series de novelas fueron escritas por hombres; si bien, por supuesto, estos pueden crear y han creado novelas maravillosamente perceptivas sobre mujeres, también parecen bastante propensos a utilizar la violación de un modo reducido y utilitarista.) En algunas ocasiones, esos personajes manipulan las expectativas que genera la narración en su propia ventaja, como sucede con Becky Sharp en La feria de las vanidades (1848), Scarlett O'Hara en Lo que el viento se llevó (1936), o Amy Dunne, la sociópata de Perdida (2012). (De nuevo De Beauvoir: "A las mujeres se les ha adjudicado el papel de parásitos y todo parásito es un explotador".) Todas esas mujeres buscan una libertad basica. Pero nuestra cultura entiende la libertad femenina como una erosión y, durante mucho tiempo, no había modo alguno de que una mujer fuese libre y buena al mismo tiempo.» (págs. 152-153)


martes, 26 de mayo de 2020

Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh


Ottessa Moshfegh (Boston, 1981)
MI AÑO DE DESCANSO Y RELAJACIÓN
[My year of Rest and Relaxation, 2018]
Trad. Inmaculada C. Pérez Parra

Alfaguara, 2020 - 256 págs. - inicio
- Una apuesta de riesgo, Olga merino
- Hoy no me puedo levantar, M. Schifino
- A Mariana y a mí también nos ha gustado, M. Enriquez

«Cada vez que me despertaba, de día o de noche, me arrastraba por el luminoso vestíbulo de mármol de mi edificio y subía por la calle y doblaba la esquina donde había un colmado que no cerraba nunca. Me pedía dos cafés grandes con leche y seis de azúcar cada uno, me tomaba de un trago el primero en el ascensor de regreso a casa y luego a sorbos el segundo, despacio, mientras veía películas y comía galletitas saladas con formas de animales y tomaba trazodona y zolpidem y Nembutal hasta que volvía a dormirme. Así perdía la noción del tiempo. Pasaban los días. Las semanas. Unos cuantos meses. Cuando me acordaba, pedía comida al tailandés de enfrente o una ensalada de atún a la cafetería de la Primera Avenida. Me despertaba y me encontraba en el móvil mensajes de voz de peluquerías o spas confirmando citas que había reservado mientras estaba dormida. Llamaba siempre para cancelarlas, y odiaba hacerlo porque odiaba hablar con la gente.

[...] Me duchaba una vez a la semana como mucho. Dejé de depilarme las cejas, dejé de decolorarme, de hacerme la cera, de cepillarme el pelo. Nada de hidratante ni de exfoliante. Nada de afeitarme las piernas. Rara vez salía del apartamento. Tenía las facturas domiciliadas. Había dejado pagado el impuesto anual de la propiedad del piso y de la antigua casa al norte del estado de mis padres muertos. El alquiler que los inquilinos de esa casa pagaban por transferencia aparecía una vez al mes en mi cuenta. Me llegaría el seguro de desempleo mientras siguiera llamando una vez por semana y pulsando «1» para «sí» cuando el robot me preguntase si me había esforzado de verdad en encontrar trabajo. Eso bastaba para los copagos de todas las recetas y lo que fuera que comprase en el colmado.

[...] Había empezado a «hibernar» lo mejor que pude a mitad de junio de 2000. Tenía veintiséis años. A través de un listón roto de la persiana vi cómo moría el verano y el otoño se volvía frío y gris. Se me atrofiaron los músculos. Las sábanas amarilleaban en la cama, aunque por lo general me dormía delante de la televisión en el sofá, que era uno muy caro, de Pottery Barn y de rayas azules y blancas y estaba hundido y lleno de manchas de café y sudor.

[...] Cuando necesitaba más pastillas, me aventuraba hasta la farmacia que estaba a tres manzanas. Era siempre un trayecto penoso. Cuando caminaba por la Primera Avenida, todo me estremecía. Era como un bebé naciendo; el aire me hacía daño, la luz me hacía daño, el mundo parecía estridente y hostil en sus detalles. Me confiaba al alcohol solo los días de aquellas excursiones; un trago de vodka antes de salir y pasaba por delante de todos los bistrós y cafeterías y tiendas que solía frecuentar cuando aún pisaba la calle, fingiendo que vivía la vida. Si no, procuraba limitarme al radio de una manzana alrededor de mi casa.

Todos los hombres que trabajaban en el colmado eran egipcios jóvenes. Aparte de mi psiquiatra la doctora Tuttle, mi amiga Reva y los porteros del edificio, los egipcios eran las únicas personas a las que veía habitualmente. Eran bastante guapos, unos más que otros. Tenían la mandíbula cuadrada y la frente varonil, las cejas marcadas como orugas. Y todos parecían llevar pintada la raya del ojo. Debían de ser como media docena, hermanos o primos, suponía yo. Su estilo era de lo más disuasorio. Llevaban camisetas de fútbol y cadenas de oro con cruces y escuchaban Los 40 Principales. No tenían ningún sentido del humor. Cuando me acababa de mudar al barrio, habían tonteado conmigo hasta el hartazgo, pero en cuanto empecé a entrar arrastrando los pies a horas raras con legañas en los ojos y porquería en la comisura de los labios, dejaron de intentar ganarse mi cariño.

[...] Después de unos cuantos meses de aparecer desaliñada y medio dormida, los egipcios empezaron a llamarme «jefa» y a aceptar sin problema cincuenta centavos cuando pedía un cigarrillo suelto, lo que hacía bastantes veces. Podría haber ido a un montón de sitios a por café, pero me gustaba el colmado. Estaba cerca y el café siempre era malo Ottessa Moshfegh y no tenía que toparme con nadie pidiendo un brioche o un latte sin espuma. Ningún niño con los mocos caídos ni niñeras suecas. Ningún profesional esterilizado ni nadie en una cita. El café del colmado era café para la clase trabajadora, café para porteros y repartidores y operarios y limpiadores.» (págs. 11-14)

viernes, 22 de mayo de 2020

Tristeza de la tierra, de Éric Vuillard



«La función [Wild West Show] ha terminado; la gente pasea entre los puestos de artesanía y los quioscos de perritos calientes. Echan un vistazo, se prueban un collar. ¡Les encantaría llevarse un tomahawk, una pluma aunque sea! Es lo que en la actualidad llamamos merchandising. Los indios venden los productos derivados de su genocidio. Regatean con los curiosos, y luego amontonan los pequeños billetes en sus carteras de piel.
    El reality show no es, pues, como pretendemos, el último avatar, cruel y posesivo, del entretenimiento de masas. Es más bien su origen: impele a los autores del drama a una amnesia sin retorno. Los supervivientes de Wounded Knee deberán recibir eternamente los tiros de fogueo de los rangers del general Miles, día y noche, puesto que, gracias a unos proyectores gigantes, el del Salvaje Oeste será el primer espectáculo con iluminación de la historia del mundo, el primer espectáculo nocturno.
    De ahora en adelante, ya sea en Estrasburgo o en Illinois, los supervivientes de la masacre interpretarán una y otra vez la versión soft de Wounded Knee. Una versión en la que los indios y el 7º Regimiento de Caballería se enfrentan heroicamente y de la cual el ejército americano sale victorioso. Y esa interpretación "buffalo-billesca" de los hechos será representada durante más de un año por toda Europa. En esa versión retocada no se relata ni la traición de los ganaderos ni la emboscada de Riley Miller, que mató a todos los indios que pudo antes de ceder a cambio de calderilla sus túnicas y sus cabelleras a Charles Bristol para su pequeña caseta de reliquias de la Exposición Universal de Chicago. Es una versión de la masacre revisada y corregida por Buffalo Bill y John Burke, al más puro estilo norteamericano. Es una versión para nuestros libros de texto. Una versión para niños. En ese pequeño montaje teatral no caben ni la larga y agotadora marcha de los sioux que huían de su reserva ni las maniobras de los rangers para conducirlos dócilmente, hordas condenadas, a Wounded Knee. No está tampoco el cañón Hotchkiss, ni su tecnología milagrosa. Como tampoco están ya la ventisca, ni la fosa común, ni las mujeres, ni los niños.» (págs. 82-84)

Éric Vuillard (Lyon, 1968)
TRISTEZA DE LA TIERRA. LA OTRA HISTORIA DE BUFFALO BILL
[Tristesse de la terre : Une histoire de Buffalo Bill Cody, 2014]
Traducción de Regina López Muñoz
Errata Naturae, 2015 - 144 págs. - inicio - Bibl. Gracia

["Con un lenguaje de una precisión, elocuencia y belleza sobrecogedoras, Vuillard nos presenta el retrato de un hombre devorado por su mito y desposeído de sí mismo, así como el de toda una nación cimentada sobre la masacre, el expolio y el espectáculo."]

jueves, 21 de mayo de 2020

Poeta chileno, de Alejandro Zambra


Alejandro Zambra (Chile, 1975)
POETA CHILENO
Anagrama, 2020 - 421 págs. - inicio

- Los gozos y las sombras, JA Masoliver Ródenas
- AZ y la complejidad de la vida, Nadal Suau
- Los detectives domésticos, Rodrigo Fresán
- Enrique Vila-Matas recomienda
[doctores tiene la iglesia]

«Despierta a mediodía, asombrado, conmovido y ansioso: quiere recordarlo todo, siente el deseo urgente de anotarlo todo, no solamente los detalles del encuentro, sino que también, por ejemplo, quiere ser capaz de recordar los pormenores de esa pieza de hostal que no tuvo tiempo ni de mirar la noche anterior, lo que le provoca una suerte de latido culposo, porque Vicente piensa que son los poetas y no los narradores los que deben capturar absolutamente todos los detalles de cada experiencia vivida, pero no para contarlos, no para vociferarlos en un relato, sino para inscribirlos, por así decirlo, en su sensibilidad, en su mirada: para vivirlos en una palabra. Inspecciona entonces con avidez las imágenes emblemáticas que decoran las paredes: hay pósters de Violeta Parra, de Víctor Jara, de Salvador Allende, de Joe Vasconcellos, de las Torres del Paine, de Isla de Pascua, de Valdivia, de San Pedro de Atacama, además de una foto pequeña de Barack Obama, lo que parece inexplicable, seguramente se trata de un guiño hospitalario.» (págs. 190)


sábado, 16 de mayo de 2020

[escribir] PARÍS, de Syvia Molloy y Enrique Vila-Matas (y 2)


Syvia Molloy y Enrique Vila-Matas
[escribir] PARÍS
Brutas editoras, 2012 - 102 págs.
Banda Propia, 2019
- El código Saint-Sulpice
[delicatessen]

De la parte de Enrique:
«¿Qué sucede cuando la gente no tiene el mismo sentido del humor? No reaccionan adecuadamente entre sí. Es lo que acaba de ocurrirme con el camarero de este Café Tabac de la plaza de Saint-Sulpice, café Perec para algunos. [...] Decido olvidarme del camarero de humor distinto y miro hacia la iglesia de Saint-Sulpice. Estoy en el mismo lugar de observación desde el que Georges Perec, en los años setenta, se dedicaba a catalogar esta plaza y anotar de ella muy especialmente "lo que generalmente no se anota, lo que se nota, lo que no tiene importancia, lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes". Aquí escribió Tentativa de agotar un lugar parisino, un libro que consistía en una meticulosa larga lista de lo que había visto en la plaza a lo largo de varios días diferentes. En su momento lo leí con infinita diversión. Allí había anotado Perec todo lo que pasaba cuando no pasaba nada y había excluido de su lista sólo lo que pudiera resultar demasiado trascendente, y sobre todo lo que ya estaba "suficientemente catalogado, inventariado, fotografiado, contado o enumerado”.
[...]
Pasa un autobús de la línea 63, y lo anoto -como todo- meticulosamente. Pasa luego uno de la línea 96, que va a Montparnasse. Frío seco, cielo gris. Pasa una mujer elegante llevando tallos en alto, un gran ramo de flores. El 96 es el mismo autobús que Perec atrapara en sus apuntes, y el mismo que luego me trasladará a mi hotel aquí en París, el Littré. Un rayo de sol. Viento. Un mehari verde. Lejano vuelo de palomas. Instantes de vacío. Ningún coche. Después cinco. Después uno. “La trama es una vulgaridad burguesa”. Le adjudico la frase a Nabokov. “El estilo avanza dando triunfales zancadas, la trama camina detrás arrastrando los pies”, recuerdo que respondió John Banville en una entrevista.
[...]
¿Y cuáles eran esas tramas? Vonnegut se las sabía de memoria, tenía una lista muy perecquiana: “Alguien se mete en un lío y luego se sale de él; alguien pierde algo y lo recupera; alguien es víctima de una injusticia y se venga; el caso conmovedor de Cenicienta; alguien empieza a ir cuesta abajo y así continúa; dos se enamoran, y mucha otra gente se entromete; una persona virtuosa es acusada falsamente de haber pecado o de haber cometido un crimen; una persona se enfrenta a un desafío con valentía, y tiene éxito o fracasa; alguien inicia una investigación para conocer la verdad de un asunto...”.» (CAFÉ PEREC, págs. 78-82, texto completo)


Syvia Molloy y Enrique Vila-Matas en la librería McNally Jackson
Nueva York, 2012
AYUDANTE DE VILNIUS: "La editorial colombiana BANDA PROPIA amplía a otros países la distribución de «Escribir París» de Sylvia Molloy y Enrique Vila-Matas".

[escribir] PARÍS, de Syvia Molloy y Enrique Vila-Matas (1)


Syvia Molloy y Enrique Vila-Matas
[escribir] PARÍS
Brutas editoras, 2012 - 102 págs.
Banda Propia, 2019
- Desde lejos: la escritura a la intemperie
[delicatessen]

De la parte de Sylvia:
«En la ciudad universitaria los estudiantes vivían más o menos agrupados por nacionalidades, en pabellones cuyos nombres anunciaban el lugar de sus habitantes, lugar tanto geográfico como simbólico. Había un pabellón argentino, otro de Estados Unidos, otro neerlandés, otro brasileño, y así sucesivamente. Hasta había un pabellón con el nombre de France d'Outre-Mer, apelación ya para entonces -Francia estaba en plena guerra de Argelia- dudosa. Esto no significaba que todos los habitantes de tal o cual pabellón necesariamente coincidieran con la nacionalidad del edificio; cada uno abría sus puertas a los diferentes, tenía sus otros. Así, una amiga mía, tucumana, vivía en el pabellón neerlandés, donde conoció a Farah Diba y fue testigo de su encuentro con el Shah de Persia. Otra fue a parar a la maciza Maison du Brésil, recién construida por Le Corbusier y Lucio costa y hoy registrada como monumento histórico, lo cual no impide que a mi amiga le resultara un lugar muy poco acogedor.

    Yo fui a parar al pabellón argentino y allí viví dos años. No hace mucho lei el primer volumen de la correspondencia de Puig, enviada a su familia desde Europa. Con deleite volví a encontrar el tono conversado en esas cartas dirigidas a una querida familia a la que trata a menudo de vos como si fuera un único interlocutor. Pero en ese libro descubrí, con enorme pena retrospectiva, que en 1958, mientras yo estaba allí, Manuel llevaba meses en ese mismo pabellón. En las cartas a la querida familia habla de lo que veía en el cine en ese momento (La femme et le pantin), en el teatro, comenta el recital de Yves Montand al que asistió, como también asistí yo. ¿Habremos ido el mismo día? ¿Habré visto a Manuel alguna vez? Sylvia Molloy ¿Cómo es que no lo conocí entonces, que no coincidí con él alguna vez a la hora del desayuno, cómo es que no lo recuerdo? Tengo la sensación de una ocasión desperdiciada, de un Lo que no fue, esa pésima traducción del Brief Encounter de Noel Coward, film que acaso le gustaba a Manuel.» (DESENCUENTRO, págs. 25-26)
AYUDANTE DE VILNIUS: "La editorial colombiana BANDA PROPIA amplía a otros países la distribución de «Escribir París» de Sylvia Molloy y Enrique Vila-Matas."

viernes, 15 de mayo de 2020

La vida secreta, de Andrew O'Hagan


Andrew O'Hagan (Glasgow, 1968)
LA VIDA SECRETA
Tres historias verdaderas

[The Secret Life. Three True Stories, 2017]
Trad. Antonio-Prometeo Moya
Anagrama Argumentos, 2020 - 264 págs. - inicio

- Enganchados a una vida inventada, J.G. Mora
- Identidad digital, Jordi Amat
[laborioso]

«Mattews adujo que desde la desaparición de Sathoshi, en 2011, Wright había estado trabajando en nuevas aplicaciones de la tecnología de cadena de bloques que había inventado como Satoshi. En otras palabras, estaba utilizando la tecnología de base del bitcoin para crear nuevas versiones de la fórmula que pudieran, de un golpe, reemplazar los sistemas de contabilidad, registro y centralización que necesitan los bancos y gobiernos. Wright y su personal estaban preparando docenas de patentes y el objetivo de cada invento era, de manera muy concreta, reformar servicios financieros, sociales, jurídicos y médicos, apoyándose en la idea fundamental de la "base de datos pública y repartida" que constituye la cadena de bloques. Puede que las matemáticas que articulan esta tecnología sean alucinantes, pero el bitcoin es una forma de dinero digital cuya fluidez y circulación están garantizadas por su aparición en una base de datos pública y común, actualizada y renovada con cada transacción, es decir, una "historia pública" que ninguna entidad individual puede corromper. Julian Assange, Andrew O'Hagan, Craig Wright Funciona por consenso, y su seguridad se basa en una serie de claves codificadoras públicas y privadas. Es como un documento de Google que puede ser utilizado y actualizado por cualquiera que esté en la "cadena". Puede ser útil para muchas cosas, pero el aspecto revolucionario de la cadena de bloques es que despoja al sistema bancario de su autoritarismo y sus artimañas, poniendo todo el poder sobre el efectivo en el software autodepurador y en la gente que lo usa. La tecnología de la cadena de bloques es un tema de gran actualidad en informática y en la banca y se están invirtiendo cientos de millones en estas ideas.» (págs. 150-151)

miércoles, 13 de mayo de 2020

Yecla, amapolas

Paseando por el Pulpillo. Yecla, mayo 2020.
"El Pulpillo es un paraje de antigüedad prehistórica, con 50 siglos de presencia humana. Existe un campo de pretrogrifos, en su zona norte en la loma de La Sartén, en la zona este se encuentran asentamientos de la Edad de Bronce, en la zona sur algunas tumbas árabes y un manantial de origen romano, con la balsa que aún suministra a los viejos caserones para regar sus huertos y jardines. Entre ellos el caserón del Cura Obispo, Antonio Ibáñez Galiano, con un reloj de sol de Isidro Carpena de 1805".
De Ruta Azorín, Yecla.

lunes, 11 de mayo de 2020

Calypso, de David Sedaris


David Sedaris (Nueva York, 1956)
CALYPSO
[Calypso, 2018]
Trad. Jorge de Cascante
Blackie Books, 2020 - 272 págs.
- Sedaris en The New Yorker
[te ríes, que ya es mucho]

«Echo la vista atrás hacia aquella época donde solo caminaba treinta mil pasos al día y pienso: "Joder, ¿cómo se puede ser tan vago?". Cuando alcanzo los treinta y cinco mil pasos, el Fitbit me manda un dibujo de una medallita, y otra cuando llego a cuarenta mil y otra más, a los cuarenta y cinco mil. Ahora rondo los sesenta mil pasos diarios, que son unos cuarenta kilómetros. Caminar esa distancia con cincuenta y siete años, los pies planos y una bolsa de basura gigante a las espaldas me lleva unas nueve horas. Es mucho tiempo, pero procuro no malgastarlo: escucho audiolibros, podcasts. Hablo con la gente. Aprendo cosas. Por ejemplo, ahora sé que antaño los granos de pimienta se vendían de uno en uno, y tenían tanto valor que la gente se cosía los bolsillos después de guardárselos, para que no se los robaran.
    Al final de mi primer día de hacer sesenta mil pasos llegué a casa, linternita en mano, teniendo muy claro que lo siguiente sería alcanzar los sesenta y cinco mil, y que no me rendiría hasta que los pies se me separaran por completo de los tobillos. Quizás incluso sin pies seguiría caminando, clavando mis tibias desnudas en el suelo una vez tras otras.
    [...] se me murió el Fitbit. Cuando le di un toquecito y vi que la pantalla seguía en negro, casi me da algo. Pero al instante me invadió una gran sensación de libertad. Era como si volviera a recuperar mi vida. Pero... ¿así era? distancias andadas 28/4 a 4/5/2020 Caminar cuarenta kilómetros, o tan solo subir y bajar las escaleras, de repente parecían actos sin sentido. Si nadie cuenta y registra todos tus pasos, ¿para qué los das? Aguanté cinco horas antes de encargar un nuevo Fitbit, con envío exprés. Me llegó al día siguiente, por la tarde. Al abrir la caja me temblaban las manos. Diez minutos más tarde, con mi nuevo amo bien ceñido a la muñeca izquierda, ya estaba saliendo a dar una vuelta, a pleno trote, casi corriendo, ansioso por recuperar el tiempo perdido.» (págs. 50-51)

sábado, 9 de mayo de 2020

Bella Ciao, Najwa Nimri


Esta mañana, me he levantado,
Bella Ciao, Bella Ciao, Bella Ciao, Ciao, Ciao,
Esta mañana, me he levantado, y he descubierto al invasor.
Compañero, quiero ir contigo,
Bella Ciao, Bella Ciao, Bella Ciao, Ciao, Ciao,
Oh compañero, quiero ir contigo, porque me siento aquí morir.
Y si yo caigo, en la batalla,
Bella Ciao, Bella Ciao, Bella Ciao, Ciao, Ciao,
Y si yo caigo en la batalla, coge en tus manos mi fusil.
Cava una fosa, en la montaña,
Bella Ciao, Bella Ciao, Bella Ciao, Ciao, Ciao,
Cava una fosa en la montaña, bajo la sombra de una flor.
Asi la gente, cuando la vea,
Oh Bella Ciao, Bella Ciao, Bella Ciao, Ciao, Ciao,
Asi la gente, cuando la vea, se dirá qué bella flor.
[canción popular italiana adoptada
como himno de resistencia antifascista]

martes, 5 de mayo de 2020

Si puede, no vaya al médico, de Antonio Sitges-Serra


Antonio Sitges-Serra (Barcelona, 1951)
SI PUEDE, NO VAYA AL MÉDICO
Debate y Libros del Zorzal, 2020 - 320 págs. - inicio

- Juan SI habla con Antonio SS
- Exceso de medicación, ¿usos o abusos?
[esclarecedor]

«LOS CRIBADOS POBLACIONALES.
Una de las consecuencias indeseables del aparato preventivo que trata de mitigar (yendo en dirección contraria) la hipocondria social, ha sido la implementación de programas de detección de enfermedades potencialmente graves en fase asintomática, es decir, en individuos sanos, no solo en relación con el cáncer sino incluso en el caso de enfermedades benignas como el aneurisma (dilatación) de la aorta o la osteoporosis. Son los llamados "cribados poblacionales".
    Que hacerse pruebas con regularidad contra el cáncer no alarga la vida parece a primera vista algo contrario a la intuición porque ya se sabe, el cáncer, cuanto antes se detecte, mejor. La mayoría de ciudadanos están convencidos de que estas revisiones forman parte de la medicina preventiva por más que, en realidad, nada tengan que ver con esta. La medicina preventiva reúne un conjunto de conocimientos acerca de la influencia de los estilos de vida y de potenciales factores de riesgo para enfermar, pero no se ocupa del diagnóstico precoz. Que los legos en medicina confundan estos términos es comprensible; lo que resulta extraño es que haya tantos médicos que sufran una confusión similar. Además, se les pasa por alto el hecho de que, aunque los cribados detecten más cánceres que los que se diagnosticarían si los pacientes fueran estudiados cuando desarrollan síntomas, no prolongan la esperanza de vida. En cambio, sí es cierto que los cribados generan miles de exploraciones y análisis innecesarios, cada uno de ellos con sus potenciales riesgos para la salud, amén de la ansiedad que acompaña a la espera de resultados y los falsos positivos cuando las pruebas sugieren, por error, que el o la paciente padece cáncer. Antonio Sitges-Serra [...] Una investigación publicada en 2013 demostró que la supervivencia a largo plazo de los individuos sanos sometidos o no al cribado para cáncer de colon es idéntica. [...] Otro dato interesante es que a los diez años de seguimiento el número de fallecimientos por cualquier causa entre la población cribada mediante mamografía es idéntico al de las pacientes no cribadas, tal como sucede con el cáncer de colon y de próstata. » (págs. 197-198)
«El siguiente ejemplo humorístico, que circuló hace un tiempo por las redes sociales, ilustra bien la actual pandemia de sobrediagnóstico:
    Don Jaime se encontraba bien de salud hasta que su mujer, preocupada, le dijo:
    —Jaime, vas a cumplir sesenta y cinco años, sería bueno que te hicieras una revisión médica.
    —¿Y para qué? Si me siento muy bien —contestó Jaime.
    —Porque la prevención debe hacerse ahora, cuando todavía te sientes joven —respondió su esposa.
    Así pues, Jaime fue a consultar al médico, quien le mandó hacerse pruebas y análisis muy completos. A los quince días, el doctor le dijo que estaba bastante bien, pero que había algunos valores que podían mejorarse. Le recetó atorvastatina para el colesterol, losartán para la hipertensión, metformina para prevenir la diabetes, un polivitamínico para aumentar las defensas y desloratadina para la alergia. Para proteger el estómago, le añadió omeprazol.
    Jaime fue a la farmacia y se gastó una parte importante de su exigua mensualidad. Días después, como no recordaba si debía tomar las pastillas verdes para la alergia antes o después de las cápsulas para el estómago, y si las amarillas para el corazón se tomaban durante o al terminar las comidas, volvió al médico, que tras aclararle las dudas lo notó algo contracturado y le recetó alprazolarn.
    A pesar de todo, Jaime se resfrió y su mujer lo mandó a la cama. Esta vez, además de tratarse con tila y limón con miel, llamó al médico, quien le explicó que no parecía nada grave, pero le recetó, por si acaso, Sanigrip con efedrina. Como esta última le provocó taquicardia, le agregó atenolol y amoxicilina, un antibiótico. Como consecuencia, a Jaime le salieron hongos en la lengua y le recetaron fluconol.
    Lamentablemente, Jaime se puso a leer los prospectos de los medicamentos que tomaba y así se enteró de las contraindicaciones, las reacciones adversas, los efectos colaterales y las interacciones medicamentosas. Podía tener arritmias, hemorragias, insuficiencia renal, cólicos, alteraciones mentales, incluso podía morirse. Asustado, llamó al médico, quien le dijo que no hiciera caso de esas cosas, porque los laboratorios las ponían por ponerlas, y que lo mejor sería que tomara un tranquilizante. Así que le recetó Rivotril con un antidepresivo, sertralina de cien miligramos y, como le dolían las articulaciones, diclofenaco. La salud de Jaime empeoró progresivamente; haciendo caso de los prospectos, se murió. El día del entierro el que más lloraba era el farmacéutico. Aún hoy, su esposa afirma que menos mal que lo mandó al médico a tiempo, porque si no seguro que se habría muerto mucho antes. (págs. 116-117)»

viernes, 1 de mayo de 2020

Baba Yagá puso un huevo, de Dubravka Ugresic


Dubravka Ugrešic (Zagreb (Croacia), 1949)
BABA YAGÁ PUSO UN HUEVO
[Baba Jaga je snijela jaje, 2007]
Trad. Luisa Fernanda Garrido / Tihomir Pistelek
Impedimenta, 2020 - 376 págs. - inicio
[tampoco era para mí]

«Y, en verdad, parece que las aves están fuera de control, han ocupado nuestras ciudades, invadido los parques, las calles, los arbustos, los bancos, las terrazas de los restaurantes, las estaciones de metro y de tren. Y parece que nadie se ha fijado en esta invasión. Las urracas rusas, según cuentan, se han apoderado de las ciudades europeas, las ramas de los árboles en los parques municipales se doblan bajo su peso. Las palomas, las gaviotas, las urracas surcan el cielo, y las pesadas cornejas negras con los picos abiertos como pinzas se pavonean por los espacios verdes públicos. En los parques de Ámsterdam se han multiplicado las cotorras, huidas de las jaulas de sus sueños: volando bajo en bandadas, cruzan el cielo como cometas verdes. Grandes gansos blancos se han apoderado de los canales de Ámsterdam; volaban desde Egipto, se detuvieron un rato para reposar y allí se quedaron. Los agresivos gorriones locales se han vuelto tan insolentes que te arrebatan el bocadillo de las manos y se pasean desdeñosamente por las mesas de los bares al aire libre. Las ventanas de mi piso provisional en Dahlem, uno de los barrios más bellos y verdes de Berlín, eran la superficie preferida de los pájaros locales para depositar sus excrementos. Y no había nada que hacer, salvo bajar las persianas y correr las cortinas, o dedicarse todos los días a la ardua tarea de fregar las ventanas que ensuciaban.
    Asiente con la cabeza, pero da la impresión de que no escucha…
    La invasión de estorninos en su barrio había empezado unos tres años atrás, cuando "enfermó".» (págs. 14-15)
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