sábado, 31 de octubre de 2020

Los amnésicos, de Géraldine Schwarz


Géraldine Schwarz
LOS AMNESICOS
HISTORIA DE UNA FAMILIA EUROPEA
[Les amnésiques, 2017]
Trad. Nuria Viver Barri
Epílogo José Álvarez Junco
Tusquets, 2019 - 400 págs. - inicio

- Apunts de lectura, Quadern Vermell
- “La indiferencia está en el origen de los peores crímenes contra la humanidad”, Marc Bassets
- El peligro de la desmemoria, Bernabé Sarabia
[exhaustivo]

«¿Quién podía seguir siendo ingenuo después del incendio de las sinagogas, los saqueos, la estigmatización con la estrella judía, la privación de los derechos y la profanación continua de la dignidad humana? A quien abría los oídos y los ojos, a quien quería informarse, no se le podía escapar que había trenes llenos de deportados [...] Géraldine Schwarz Era fácil desviar la conciencia, no ser responsable, desviar la mirada, guardar silencio. Al final de la guerra, cuando surgió la verdad indescriptible sobre el Holocausto, fuimos demasiado numerosos los que nos justificanos diciendo que no sabíamos nada o no habíamos sospechado nada.» (pág. 234)

miércoles, 28 de octubre de 2020

Los combatientes, de Cristina Morales


Cristina Morales (Granada, 1985)
LOS COMBATIENTES
Prólogo de Elvira Navarro
Anagrama, 2020 (de 2013) - 120 págs. - inicio

- ¿Arrojo?, Iván Cerdán
[no]

«Eso de que interpretamos los textos como nos da la gana puede sonar a que hacemos demagogia, que es una forma barata de cinismo, cinismo para las masas. Puede ser, porque a nosotros, más que hacer teatro, lo que nos gusta es contar mentiras, y eventualmente la demagogia ocurre. Nosotros creemos en el poder absolutista de la literatura: existe la palabra escrita y nada más. No existe quien la escribió, no existe la época en que se escribió, no existe el lugar donde se escribió. La palabra escrita responde sólo ante ella misma, es ella la que fiscaliza a su autor, a sus lectores, a su época y a su lugar, sean los que sean, coetáneos o futuros. La palabra escrita no es espíritu al que respetar, solo poder al que doblegarse. Preguntarnos por las intenciones y el contexto de la obra es un pasatiempo, es anecdótico, es extraliterario. Banal y disuasorio, es decir demagogo. Para que las ideas, o sea las palabras escritas, tengan poder, hay que desposeerlas de su anecdotario de documental. Si no, Diógenes no habría pasado a la historia porque era un mendigo que dormía dentro de una tinaja y vivía rodeado de perros; ni nadie habría leído a Santa Teresa por ser una pija malcriada que tenía diez doncellas a su servicio en el convento; ni nadie habría concedido a Gandhi el título de Gran Alma porque fue un cabrón que abandonó a su mujer y a sus hijos. En efecto, Diógenes era un mendigo, Teresa era una pija y Gandhi un cabrón, pero eso no los define ni los encadena, que son la misma cosa. Lo que los define y los encadena no son sus actos, que por vivos, pasan; sino sus escritos, que por muertos, quedan. Idea perdurable es la que pasa el filtro del anecdotario y nosotros, los miembros del grupo de teatro de la UGR, creemos en la posteridad.» (págs. 93-94)

lunes, 26 de octubre de 2020

Blanco, de Bret Easton Ellis


Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964)
BLANCO
[White, 2019]
Trad. Cruz Rodríguez Juiz
Literatura Random House, 2020 - 272 págs. - inicio

- La gran desesperanza blanca, Pablo X. de Sandoval
- El lamento de la Generación X, Bari Weiss
- Candoroso autorretrato reaccionario, Sergi Sánchez
- Impresión de apática ecuanimidad, JManuel Ruiz
- Morir y matar en América, Rodrigo Fresán
- El Senyor Dolent s'ha quedat amb ganes de llegir American Psycho i de rellegir Menys que zero
[interesante pero repetitivo (aka pesadico)]

«American Psycho trataba de lo que significa ser una persona en una sociedad con la que no estabas de acuerdo y lo que ocurría cuando intentabas aceptarla y vivir conforme a sus valores, a pesar de que supieras que estaban equivocados. Ponía el foco en el engaño y la ansiedad. La locura iba avanzando, incontenible. Era la consecuencia de perseguir el sueño americano: aislamiento, alienación, corrupción, el vacío consumista esclavo de la tecnología y de la cultura corporativa. Todos los temas de la novela siguen vigentes tres décadas después, cuando de pronto resulta que el 1 por ciento de la población es más rico de lo que jamás ha sido otro ser humano, una época en que un jet es algo tan corriente como un coche nuevo y se pagan alquileres de un millón de dólares. Nueva York a partir de 2016 es American Psycho con esteroides. Y pese a la conexión que ofrecen internet y las redes sociales, muchos se siente aún más aislados y más conscientes de que la idea de la interconexión es una ilusión. Algo particularmente doloroso cuando estás sentado a solas en una habitación mirando a una pantalla reluciente que te promete acceso a la intimidad de un número infinito de vidas ajenas, una situación que refleja la soledad y la alienación de Bateman: lo tiene todo a su alcance y, no obstante, el insaciable vacío persiste. Es lo mismo que sentía yo en los años que pasé en el piso de la calle Trece Este cuando la década de 1980 tocaba a su fin.» (págs. 219-220)

viernes, 23 de octubre de 2020

Alegría, de Manuel Vilas


Manuel Vilas (Barbastro, 1962)
ALEGRÍA
Planeta, 2019 - 337 págs. - inicio

- PDF gratuito en confinamiento
[infumable]

«Desde el corazón de su memoria, un hombre que arrastra tantos años de pasado como ilusiones de futuro, ilumina, a través de sus recuerdos, su historia, la de su generación y la de un país. Una historia que a veces duele, pero que siempre acompaña. El éxito desbordante de su última novela embarca al protagonista en una gira por todo el mundo. Un viaje con dos caras, la pública, en la que el personaje se acerca a sus lectores, y la íntima, en la que aprovecha cada espacio de soledad para rebuscar su verdad. Una verdad que ve la luz después de la muerte de sus padres, su divorcio y su vida junto a una nueva mujer, una vida en la que sus hijos se convierten en la piedra angular sobre la que pivota la necesidad inaplazable de encontrar la felicidad. A medio camino entre la confesión y la autoficción, el autor escribe una historia que toma impulso en el pasado y se lanza hacia lo aún no sucedido. Una búsqueda esperanzada de la alegría.» (CONTRAPORTADA)

jueves, 22 de octubre de 2020

Una mujer, de Annie Ernaux


Annie Ernaux (Normandia, 1940)
UNA MUJER
[Une femme, 1987]
Trad. Lydia Vázquez Jiménez
Cabaret Voltaire, 2020 - 120 págs - fragmento

- Desde la transparencia, Marc Peig
- Conjurar el dolor con las palabras, Marta Sanz
- «Escribir para vivir significa perder libertad», JotDown
[duelo-homenaje a la madre]

«Hace dos meses que empecé escribiendo en una hoja "mi madre murió el lunes 7 de abril". Es una frase que ahora ya puedo soportar, e incluso leer sin sentir más emoción que si esa frase fuera de otra persona. Pero no soporto ir al barrio del hospital y de la residencia de ancianos, ni recordar brutalmente detalles, que había olvidado, del último día que estaba viva. Al principio creía que escribiría deprisa. De hecho, paso mucho tiempo preguntándome por el orden de las cosas que decir, la elección y la disposición de las palabras, como si existiera un orden ideal, el único capaz de restituir la verdad concerniente a mi madre —pero yo sé en qué consiste esa verdad—, y nada más cuenta para mí, en el momento en que escribo, aparte de ese orden.» (pág. 45)

    «Intento no considerar la violencia, los desbordamientos de ternura, los reproches de mi madre como simples rasgos de su personalidad, Annie Ernaux sino situarlos también en su historia y su condición social. Esta forma de escribir, que me parece ir en sentido de la verdad, me ayuda a salir de la soledad y la oscuridad del recuerdo individual, por el descubrimiento de un significado más general. Pero siento que algo en mí resiste, querría conservar de mi madre imágenes puramente afectivas, calor o lágrimas, sin darles un sentido.» (pág. 54)
“Esto no es una biografía, ni una novela, naturalmente, quizá algo entre la literatura, la sociología y la historia”. “Mi proyecto es de naturaleza literaria, puesto que se trata de encontrar una verdad sobre mi madre que solo puede alcanzarse mediante palabras”. “Escribo sobre mi madre para, a mi vez, traerla al mundo”. Annie Ernaux.

lunes, 19 de octubre de 2020

El africano, de JMG Le Clézio


Jean-Marie Gustave Le Clézio (Niza, 1940)
EL AFRICANO
[L'Africain, 2004]
Trad. Juana Bignozzi
Adriana Hidalgo, 2007 - 135 págs. - Bibl. Gracia
Dos miradas eurocénricas de África: Conrad y Le Clezio: "La diferencia radica en que la propuesta de Conrad es ambigua en tanto que critica el expolio y la violencia que conlleva el imperialismo, pero está a favor de sus esfuerzos “civilizatorios”. Mientras que en la novela de Le Clézio, la imagen de África es positiva y la “razón occidental” es lo bárbaro." Celeste Vassallo
[pequeño gran libro / añoranza de África]
«Guyana preparó a mi padre para África. Después de todo el tiempo que pasó en los ríos, no podía volver a Europa, menos aún a la isla Mauricio, ese pequeño país donde se sentía limitado entre gente egoísta y vanidosa. Se acababa de crear un puesto en África occidental, bajo mandato británico, en la franja de tierra quitada a Alemania al final de la Primera Guerra Mundial que comprendía el este de Nigeria y el oeste de Camerún. Mi padre se presentó como voluntario. A comienzos de 1928, estaba en un barco que recorría la costa de África con destino a Victoria, en la bahía de Biafra.

El mismo viaje que hice, veinte años más tarde, con mi madre y mi hermano para reunirnos con mi padre en Nigeria después de la guerra. [...] Tenía entonces treinta y dos años, era un hombre endurecido por dos años de experiencia médica en América tropical, conocía la enfermedad y la muerte y se codeaba con ellas, cada día, con urgencia y sin protección. Su hermano Eugène, que había sido médico en África antes que él, le dijo por cierto: no es un país fácil. Sin duda, Nigeria, ocupada por el ejército británico, estaba "pacificada". Pero era una región donde la guerra era permanente, guerra de los hombres entre sí, guerra de la pobreza, guerra de los malos sueldos y de la corrupción heredados de la colonización, y, sobre todo, guerra microbiana. [...] Los enemigos se llamaban kwashiorkor, bacilo vírgula, tenia, bilharzia, viruela, disentería amebiana. Frente a estos enemigos, su equipo médico debió parecerle muy pobre a mi padre. Escalpelo, pinzas Clamp, trepanador, estetoscopio, torniquetes y algunos instrumentos básicos, como la jeringa de latón con la que más tarde me puso las vacunas. No existían los antibióticos ni la cortisona. Las sulfamidas eran raras y los polvos y ungüentos se parecían a pociones de brujo. La cantidad de vacunas, para combatir las epidemias, era muy limitada, y el territorio que debía recorrer para librar esta batalla contra las enfermedades, inmenso. Al lado de lo que le esperaba a mi padre en África, las expediciones para remontar los ríos de Guyana debieron de parecerle paseos. Se quedará en África occidental veintidós años, hasta el límite de sus fuerzas. Allí conocerá todo, desde el entusiasmo del comienzo, el descubrimiento de los grandes ríos, el Níger, el Benue, hasta las tierras altas de Camerún. Compartirá el amor y la aventura con su mujer, a caballo, por los senderos de montaña.» (págs. 72-74)


«El hombre que había recibido el entrenamiento de médico para países lejanos: ser ambidestro, capaz de operarse a sí mismo utilizando un espejo o de reducir su hernia. El hombre con las manos callosas de los cirujanos, que podía serruchar un hueso o entablillar, que sabía hacer nudos y empalmes, ese hombre que sólo utilizaba su energía y su saber en tareas minúsculas e ingratas que se negaban a hacer la mayoría de los jubilados; con el mismo cuidado, lavaba los platos, reparaba las baldosas rotas de su departamento, lavaba su ropa, zurcía sus calcetines, construía bancos y estantes con la madera de los cajones. África le había impreso una marca que se confundía con las huellas dejadas por la educación espartana de su familia en Mauricio. El traje occidental que usaba cada mañana para ir al mercado debía pesarle. Apenas volvía a su casa, se ponía una ancha camisa azul a la manera de las túnicas de los huasas del Camerún que llevaba hasta la hora de acostarse. Así lo vi al final de su vida. Ya no el aventurero ni el militar inflexible, sino un hombre viejo desterrado, exiliado de su vida y de su pasión, un superviviente. Para mi padre, África empezó cuando llegó a la Costa de Oro, a Accra. Imagen característica de la Colonia: desembarcaban a los viajeros europeos vestidos de blanco con casco Cawnpore en un barquito y los transportaban a tierra a bordo de una piragua guiada por negros. Esta África no era muy exótica: era sólo la estrecha franja que sigue el contorno de la costa, desde la punta de Senegal hasta el golfo de Guinea, y que conocían todos los que llegaban de las metrópolis para hacer negocios y enriquecerse prontamente. Una sociedad que, en menos de medio siglo, se arquitecturó en castas, lugares reservados, prohibidos, privilegios, abusos y beneficios. Banqueros, agentes comerciales, administradores civiles o militares, jueces, policías y gendarmes. Alrededor de ellos, en las grandes ciudades portuarias, Lomé, Cotonou, Lagos, como en Georgetown en Guyana, se creó una zona limpia, lujosa, con céspedes impecables, canchas de golf y palacios de estuco o de maderas preciosas en vastos palmerales, al borde de un lago artificial, como la casa del director del servicio médico en Lagos. Un poco más lejos, el círculo de los colonizados, con el andamiaje complejo que han descrito Rudyard Kipling para la India y Rider Haggard para el África oriental. Es la franja doméstica, el elástico colchón de intermediarios, escribanos, mensajeros, ujieres, servidores (¡las palabras no faltan!), vestidos a medias a la europea, con zapatos y paraguas negros. Y finalmente, el exterior es el océano inmenso de los africanos, que sólo conocen de los occidentales sus órdenes y la imagen casi irreal de un auto con carrocería negra que circula a gran velocidad en medio de una nube de polvo y que cruza tocando bocina sus barrios y sus pueblos.

Ésa es la imagen que mi padre detestó. Él había roto con Mauricio y su pasado colonial, y se burlaba de los plantadores y de sus aires de grandeza; él, que había huido del conformismo de la sociedad inglesa, para la que un hombre valía sólo por su tarjeta; él que había recorrido los ríos salvajes de Guyana, que había vendado, cosido, curado a los buscadores de diamantes y a los indios subalimentados: ese hombre no podía sino sentir náuseas por el mundo colonial y su injusticia presuntuosa, sus cócteles parties y sus golfistas de traje, su domesticidad, sus amantes de ébano, prostitutas de quince años que entraban por la puerta de servicio, y sus esposas oficiales muertas de calor que por unos guantes, el polvo o la vajilla rota descargaban su rencor en la servidumbre.» (págs. 72-74)


Conversación entre Vargas Llosa y Le Clézio (Institut Français, 2015 aprox.).

sábado, 17 de octubre de 2020

El mundo


Il Mondo (1965), Jimmy Fontana (1934 - 2013).

No, stanotte amore
non ho più pensato a te,
ho aperto gli occhi
per guardare intorno a me
e intorno a me
girava il mondo come sempre.

Gira, il mondo gira
nello spazio senza fine
con gli amori appena nati,
con gli amori già finiti
con la gioia e col dolore
della gente come me.

Oh mondo, soltanto adesso,
io ti guardo
nel tuo silenzio io mi perdo
e sono niente accanto a te.
(RIPRESA)
Il mondo,
non si é fermato mai un momento,
la notte insegue sempre il giorno,
ed il giorno verrà.

Oh, il mondo...
No, esta noche amor
no he pensado más en ti,
he abierto los ojos
para mirar a mi alrededor
y a mi alrededor,
giraba el mundo como siempre.

Gira, el mundo gira
en el espacio sin fin
con amores recién nacidos,
con amores ya acabados
con la alegría y con el dolor
de la gente como yo.

Oh mundo, en este momento
yo te miro
en tu silencio yo me pierdo,
y no soy nada a tu lado.
(ESTRIBILLO)
El mundo,
nunca se ha parado ni un momento,
a la noche le sigue siempre el día,
y el día llegará.

Oh, el mundo...

La nación de las plantas, de Stefano Mancuso


Stefano Mancuso (Italia, 1965)
LA NACION DE LAS PLANTAS
[La nazione delle piante, 2019]
Trad. David Paradela López
Galaxia Gutenberg, 2020 - 120 págs.

- El hombre que habla con las plantas, JCarrión en NYT
- “No somos mejores que las plantas, como especie somos estúpidos”, JBarranco en LV
[más sobre el apasionante mundo vegetal]

«Las plantas y los animales se separaron hace entre 350 y 700 millones de años, durante un periodo decisivo para la historia de nuestro planeta. De resultas de este alejamiento, la vida siguió avanzando por dos sendas distintas que desembocarían, por un lado, en el nacimiento de las plantas y, por otro, en el de los animales. Las primeras, gracias a su prodigiosa habilidad fotosintetizadora, consiguieron ser energéticamente autónomas y no tuvieron necesidad de desplazarse para buscar alimento. Los segundos, por el contrario, obligados a depredar otros organismos vivos para sobrevivir, quedaron condenados a desplazarse en búsqueda contaste de la misma energía química que las plantas obtienen a partir de la luz solar. Una elección inicial de la cual derivaron organismos sumamente distintos en términos de organización y funcionamiento.
    El hecho de vivir anclado al suelo, sin posibilidad de alejarse del lugar de nacimiento, tiene consecuencias decisivas. Las plantas no huyen ante un depredador; no van en busca de comida; no migran hacia hábitats más agradables. Las plantas no pueden adoptar la principal solución que los animales aplican a la hora de resolver cualquier dificultad: el movimiento. Pero, si no pueden escapar, ¿cómo se las arreglan para enfrentarse a los depredadores? El truco está en no tener ningún órgano fundamental simple o doble, y, en lugar de ello, distribuir por todo el cuerpo las funciones que los animales concentran en órganos especializados. Los animales ven con los ojos, oyen con los oídos, respiran con los pulmones, razonan con el cerebro, etc. Las plantas ven, oyen, respiran y razonan con todo el cuerpo. Concentración frente a distribución: una diferencia clave cuyas implicaciones para la vida animal resulta difícil intuir a primera vista.» (págs. 49-50)


martes, 13 de octubre de 2020

Tarde en McBurger's, de Ana Galvañ


Ana Galvañ (Murcia)
TARDE EN McBURGER'S
APA-APA, 2020 - 64 págs. - inicio
- Pulse Enter para continuar, 2018

- Uno de los cómics del año, Hablemos de cómics
- Explorando la cuarta dimensión formal, MondoSonoro
- Como un capítulo de Black Mirror, Sala de Peligro
- Ana habla con Iván Galiano en JotDown
[fantástico y extraño]

«Un grupo de amigas de once años van a descubrir, de un portazo, un momento crucial de su vida. Quizás lo hagan en lugares donde Alexa es una especie de patata que canta temas de radiofórmula, los hermanos pueden ser peligrosos y alguien puede deslizar en tu mano el secreto más importante dentro de una canica. ¡No es fácil guardar el futuro en tu mano!» (contraportada)
Ana Galvañ Madrid, Spain, by Ana Galvañ

POSTCARDS FROM A PANDEMIC
Illustrators around the world, from Madrid to Guangzhou, share scenes from their eerily empty cities.
By The New Yorker
April 6, 2020

(Ilustración de Ana Galvañ para The New Yorker)

viernes, 9 de octubre de 2020

El iceberg, de Marion Coutts


Marion Coutts (1965)
EL ICEBERG
[The Iceberg, A memoir, 2014]
Trad. Inmaculada C. Pérez Parra
Dioptrias, 2019 - 314 págs.

- Tom Lubbock (1957-2011)
- Marion lo explica (en inglés)
[exquisita crónica de un final]

«Se le está destruyendo el lenguaje con el que se manifiesta su intelecto. Se le derrumban grandes trozos de discurso. Aparecen los huecos. Las avenidas se desmoronan y las barricadas impiden que haya tráfico de un lado a otro de la conciencia. Tom ata las palabras como si fuesen cuerdas para cruzar el vacío. Es un maestro de la improvisación, un artista del salto que va del pensamiento a la palabra. Optimismo, contento, publicación, orquesta escalera. Ayer se quedó sin esas palabras y no podía ni evocarlas ni decirlas. Las ha recuperado hoy probando despacio una y otra vez, pero ¿las volverá a perder? No entra nunca en pánico. ¿Qué pasaría si lo hiciera? Desde el punto de vida estratégico, nuestras vidas dependen de este aspecto de su carácter. ¿Y qué pasará cuando pierda del todo esas palabras? Se acabaron el optimismo, el contento, las publicaciones, las orquestas, las escaleras.
    Su vocabulario está hecho trizas. A veces los lapsus son temporales. Después de un tiempo puede volver a rastrear las palabras, pero ya no puede transmitirlas. Cuando escribo transmitirlas, estoy transmitiendo palabras. Palabras que conozco. Sé lo que significan sin tener que pensarlas. Sé en qué orden van y cómo se deletrean. Sé que puedo usar la expresión al alcance de la mano sin referirme en sentido literal a mi propia mano. Tom ya no lo experimenta así. Se le va al traste la ortografía o cambia de sitio las sílabas o sustituye un sonido por otro similar. Es tan intrincada la complejidad del problema que casi no se entiende: a veces es minúsculo, como un salto en una pieza de música digital, o surrealista, como cortar y pegar en bloque un mensaje con glosolalia, ante el que todos, hasta él, nos quedamos atónitos. Es como un atasco de tráfico que avanza a centímetros. Cuando se hace crónico, se paraliza todo. ¿Qué significa trabajo? ¿Qué es por supuesto? Sabe qué significa trabajar y cómo se hace, pero ¿cómo se escribe? En las últimas dos semanas, deletrear se ha convertido en un problema considerable. Pongo en la parte de arriba de su ordenador una tira de cinta adhesiva en la que escribo con rotulador rojo: A B C D E F G H I J K L M N Ñ O P Q R S T U V W X Y Z. Le señalo las letras. Funciona, más o menos, un rato.» (págs. 122-123)


Tom Lubbock, Marion Coutts y su hijo.
«Hay libros difíciles de clasificar. En este caso, no nos encontramos ante una autobiografía, tampoco un diario y, desde luego, no ante una novela; decir que es un ensayo quizás sería precipitado.
      Volvamos al inicio: a Tom Lubbok, marido de la autora, le diagnostican un tumor cerebral alojado en el área del lenguaje y comienzan un periodo de tratamientos y nuevas rutinas que, sin embargo, no lograrán curar el cáncer. Un detalle: Tom Lubbok era crítico de arte, y parte de su trabajo pasaba por la redacción de libros y artículos. El lenguaje, por tanto, era parte de su oficio.
      En un escenario del que también es partícipe el hijo pequeño de la pareja, asistimos a los últimos meses que pasan juntos, a cómo generan nuevos códigos ante el desgaste paulatino del lenguaje de Lubbok, de las idas y venidas entre el optimismo y el desconsuelo. La cotidaneidad en la que integran esta nueva variable en sus vidas es uno de los grandes ejes del libro, un rasgo que como lectores no es fácil de encontrar. Con un lenguaje transparente y sencillo, la autora consigue un texto de asombrosa profundidad y, sin caer ni un momento en el dramatismo o en la autocompasión, crea un texto conmovedor que traza la crónica de una enfermedad.» [y coincido en todo con Daniel]

lunes, 5 de octubre de 2020

Todo en vano, de Walter Kempowski


Walter Kempowski (1929-2007)
TODO EN VANO
[Alles umsonst, 2006]
Trad. Carlos Fortea
Libros del Asteroide, 2020 - 352 págs. - inicio

- Memoria de trazo fino, E. Calabuig
- El año del hundimiento. JM Guelbenzu
[extraordinario y sutil]

«¿Plata? ¿Porcelana? El economista se asombraba de que todas aquellas exquisiteces aún estuvieran en uso y no hubieran sido facturadas hacía mucho, escondidas en alguna parte o enviadas a Berlín o sabe Dios adónde.
    —¿Y si vienen los rusos?
    Más aún con toda esa gentuza merodeando. Comenzó a gotearle la nariz y sacó una especie de pañuelo, dejando ver que llevaba un anillo con un brillante en el dedo meñique.
    —¿Qué cree usted que pasará aquí si todo sale mal?
    Aunque no se había puesto a lamer la cuchara, estaba claro que quería comer más, así que la tiíta cogió la sopera con las dos manos y vertió el resto de la sopa en su plato con un chapoteo.
    Katharina se rio un poco, pero sin saber muy bien si procedía, o si la tiíta iba a tomárselo a mal.
    «¿Cómo es que te has reído en un momento así? ¿Cómo has podido hacerlo?»
    ¿Si todo sale mal? ¿Qué quería decir ese hombre con eso?
    Con eso se refería a los rusos, que estaban en la frontera. Cualquier día podían avanzar y, entonces, ¡ay de nosotros!
[...]
    Al hombre no dejaba de asombrarle la frivolidad de seguir empleando aquella vajilla y esa plata... ¡debían empaquetarlo todo!
    ¡Por Dios! ¡Incluso los cuchillos de fruta con mango de asta de ciervo! No se podía confiar en aquella chusma de ahí enfrente.
    —Si todo sale mal...
    ¿Quién podía imaginar lo que vendría después? ¿Los rusos? ¿Cómo saberlo? En aquellos momentos, dijo, el frente estaba sumido en un sueño profundo, pero eso podía cambiar con rapidez, tenía una sensación extraña... Al día siguiente iría a Mitkau y luego a Insterburg, y regresaría lo antes posible. Quizá también a Allenstein. No les dijo qué tenía que hacer en Mitkau e Insterburg.
[...]
¿Los rusos? ¿Es que iban a llegar hasta aquí?, preguntó la tiíta, y volvió a ordenar las tazas dentro de su estuche. En ese momento, quizá se había percatado de que bien podía darse el caso. A fin de cuentas, había sido durante la guerra anterior cuando ella misma había llegado a Georgenhof.
Walter Kempowski     Pero la guerra mundial de 1914 había sido una guerra muy distinta. Entonces los ánimos de la humanidad aún no estaban tan alterados. Esta vez las cosas no iban a ser tan civilizadas.
  —Nosotros, los alemanes, tampoco somos ningunos inocentes... —dijo Schünemann, y alzó las cejas e hizo algunas alusiones que nadie comprendió en aquella casa. Pero nadie dijo nada.
    Se hizo el silencio y se oyó crepitar el fuego.» (págs. 29-31 / 38)


Alemania, año cero (1948), R. Rossellini

sábado, 3 de octubre de 2020

En el Ripollès

Amanites en Llanars. Octubre 2020 Colchiques en Llanars. Octubre 2020Molsa en Llanars. Octubre 2020 Rocabruna (Can Po). Octubre 2020de la esglesia de Santa Cecília de Molló
"Colchiques dans les prés, fleurissent, fleurissent
Colchiques dans les prés, c'est la fin de l'été.
"
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