lunes, 8 de marzo de 2021

La huella de los días, de Leslie Jamison


Leslie Jamison (Washington, 1983)
LA HUELLA DE LOS DÍAS
LA ADICCION Y SUS REPERCUSIONES
[The Recovering. Intoxication and his Aftermath, 2018]
Trad. Rita da Costa
Anagrama Argumentos, 2020 - 632 págs - inicio

- Leslie habla con Andrea Aguilar
- Leslie habla con Begoña Gómez Urzaiz
- Leslie relata su confinamiento por coronavirus
[etílicamente interesante]

«[...] Era insaciable nuestra fascinación coletiva por el sufrimiento autoinfligido de una mujer hermosa. Era otra manifestación del asombro de Elizabeth Hardwick ante la «luminosa autodestrucción» de Billie Holiday, aunque fue la propia Holiday quien dijo: «Si crees que la droga sirve para pasártelo bien y vivir emociones fuertes, estás mal de la cabeza.»
    La noche que Amy Winehouse ganó cinco Grammys, le confesó a su amigo Jules: «Esto no hay quien lo aguante sin drogas.» Aquella respuesta en un formulario de la narcogranja lo expresaba con meridiana claridad: «Motivo de la adicción: evitar la monotonía de la vida.» Cuando yo iba al instituto, mi padre se quejaba de que la asignatura de Ética enmascarara la verdad. «Cómo van a impedir que os metáis en líos con las drogas —decía— si no os cuentan la verdad sobre lo bien que te hacen sentir?» Siempre me dijo que una de las cosas más peligrosas de las drogas era el hecho de que fueran ilegales [...].



    No es que las drogas no ofrezcan emociones fuertes. El problema es lo que viene después. Billie Holiday podría haber continuado: si crees que la droga sirve para pasárselo bien, piensa en una mujer poniéndose base de maquillaje para tapar los moratones o preguntándole a su guardaespaldas por qué no le viene la regla, como hizo Winehouse tras años de alcoholismo y bulimia, cuando vivía acosada por la fama y por su adicción, cuando tenía el cuerpo consumido. No era solo una leyenda. sino también una mujer que no podía andar recta, una mujer tumbada en una cama que no estaba dormida sino muerta. Cuando murió, la tasa de alcohol en su sangre era del 0,4 por ciento, bastante por encima del índice de alcoholemia letal. El juez de instrucción determinó que la suya había sido una «muerte accidental».
    «La droga nunca ha ayudado a nadie a cantar mejor», insistía Billie Holiday, aunque es cierto que si Winehouse hubiese ido a rehabilitación aquella primera vez, tal vez nunca hubiésemos, escuchado Back to Black, el álbum que la hizo famosa. Me pregunto qué habríamos escuchado en su lugar. «Como artista lo tenía todo —dijo de ella su idolatrado Tony Bennett—. Si hubiese sobrevivido, le habría dicho que en realidad la vida te enseña a vivirla, siempre y cuando vivas bastante.»



    Me hubiese encantado oír cantar a Amy Winehouse sobria. No cuando llevara tan solo dos semanas sobria, sino dos años, veinte años sin probar alcohol. Nunca he vivido su vida y ella nunca ha vivido la mía, pero sé que cuando yo tenía veintisiete años lo dejé y ella tenía la misma edad cuando se murió. Sé que cuando veo imágenes de su concierto en Belgrado —completamente borracha, como si la hubiesen dejado caer desde arriba en medio de algo que era incapaz de comprender— pienso en las veces que me desperté de una borrachera en el extraño nuevo mundo de un baño mexicano, un sótano con suelo de tierra o una asfixiante habitación en Nicaragua donde me resultaba más fácil dejar que un hombre acabara de follarme que obligarlo a parar.
    Cuando Amy Winehouse avanza con paso tambaleante sobre ese escenario de Belgrado y finalmente se agacha —muda e inmóvil, sonriente—, simplemente esperando que algo ocurra o que algo deje de ocurrir, la sensación que tengo no es tanto de saber qué le está pasando por dentro sino de que sus ojos saben algo que pasó dentro de mí. Me revienta que no llegara a vivir años de citas anodinas para tomar café y gente que le dijera «Sé cómo te sientes», me revienta que sucumbiera a la maldición de su singularidad, su sangre disuelta en vodka y su paso tambaleante bajo la torre desmoronada de un moño sesentero que su cuerpo apenas podía sostener, hasta que ya no pudo más.» (págs. 464-465)

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