DE LA ESCRITURA A LA OBRA
Trampa que tiende la infatuación: hacer creer que acepta considerar lo que escribe como una "obra", pasar de una contingencia de escritos a la transcendencia de un producto unitario, sagrado. La palabra "obra" es ya un imaginario.
La contradicción es, en verdad, entre la escritura y la obra (el Texto, a su vez, es una palabra magnánima: no toma en cuenta esta diferencia). Gozo sin solución de continuidad, sin fin, sin término, de la escritura como de una producción perpetua, una dispersión incondicional, una energía de seducción a la que ninguna defensa legal del sujeto que echo sobre la página puede ya detener. Pero en nuestra sociedad mercantil 'hay que llegar a la postre a una "obra": hay que construir, es decir, terminar una mercancía. Así, mientras escribo, la escritura se ve en todo momento aplanada, banalizada, culpabilizada por la obra a la cual se ve obligada a contribuir. ¿Cómo escribir en medio de todas las trampas que me tiende la imagen colectiva de la obra? –Pues bien, ciegamente–. Perdido, enloquecido y presionado, durante el trabajo sólo puedo repetirme a mí mismo a cada momento la palabra con que termina el A puerta cerrada de Sartre: continuemos.
La escritura es ese juego en el cual me doy la vuelta más o menos bien dentro de un espacio demasiado estrecho: estoy arrinconado, me debato entre la histeria necesaria para escribir y el imaginario, que vigila, amanera, purifica, trivializa, codifica, corrige, impone la mira (y la visión) de una comunicación social. Por un lado quiero que me deseen y por el otro que no me deseen: histérico y obsesivo al mismo tiempo.
Y sin embargo: mientras más me dirijo hacia la obra, más desciendo hacia la escritura; me acerco a su fondo inaguantable; aparece un desierto y se produce, fatal, desgarradora, una suerte de pérdida de simpatía: ya no siento simpatía (hacia los demás, hacia mí mismo). Es en este punto de contacto entre la escritura y la obra donde se me aparece la dura verdad: ya no soy un niño. O bien ¿será la ascesis del goce lo que así descubro? (pp. 183-184)
Trampa que tiende la infatuación: hacer creer que acepta considerar lo que escribe como una "obra", pasar de una contingencia de escritos a la transcendencia de un producto unitario, sagrado. La palabra "obra" es ya un imaginario.
La contradicción es, en verdad, entre la escritura y la obra (el Texto, a su vez, es una palabra magnánima: no toma en cuenta esta diferencia). Gozo sin solución de continuidad, sin fin, sin término, de la escritura como de una producción perpetua, una dispersión incondicional, una energía de seducción a la que ninguna defensa legal del sujeto que echo sobre la página puede ya detener. Pero en nuestra sociedad mercantil 'hay que llegar a la postre a una "obra": hay que construir, es decir, terminar una mercancía. Así, mientras escribo, la escritura se ve en todo momento aplanada, banalizada, culpabilizada por la obra a la cual se ve obligada a contribuir. ¿Cómo escribir en medio de todas las trampas que me tiende la imagen colectiva de la obra? –Pues bien, ciegamente–. Perdido, enloquecido y presionado, durante el trabajo sólo puedo repetirme a mí mismo a cada momento la palabra con que termina el A puerta cerrada de Sartre: continuemos.
La escritura es ese juego en el cual me doy la vuelta más o menos bien dentro de un espacio demasiado estrecho: estoy arrinconado, me debato entre la histeria necesaria para escribir y el imaginario, que vigila, amanera, purifica, trivializa, codifica, corrige, impone la mira (y la visión) de una comunicación social. Por un lado quiero que me deseen y por el otro que no me deseen: histérico y obsesivo al mismo tiempo.
Y sin embargo: mientras más me dirijo hacia la obra, más desciendo hacia la escritura; me acerco a su fondo inaguantable; aparece un desierto y se produce, fatal, desgarradora, una suerte de pérdida de simpatía: ya no siento simpatía (hacia los demás, hacia mí mismo). Es en este punto de contacto entre la escritura y la obra donde se me aparece la dura verdad: ya no soy un niño. O bien ¿será la ascesis del goce lo que así descubro? (pp. 183-184)
Roland Barthes por Roland Barthes. Trad. Julieta Sucre. Ed. Paidós Ibérica, 2004
2 comentarios:
Este dicen que es grande y yo fue a una tesis sobre su obra que era muy bonita.
LUCIDEZ
Este libro no es un libro de "confesiones"; no porque sea insincero, sino porque hoy tenemos un saber diferente del de ayer; este saber puede resumirse así: lo que escribo sobre mí no es nunca la última palabra respecto a mí: mientras más "sincero" soy, más me presto a la interpretación ante instancias muy distintas a las de autores anteriores que creían que no tenían que someterse más que a una ley única: la autenticidad. Estas instancias son la Historia, el Inconsciente, la Ideología. Abiertos (¿y cómo podría ser de otra manera?) hacia estos diferentes porvenires, mis textos se desajustan, ninguno de ellos encaja con otro; éste no es otra cosa que un texto más, el último de la serie, no el último en cuanto al sentido: texto sobre texto, lo cual no aclara nunca nada.
¿Qué derecho tiene mi presente de hablar de mi pasado? ¿Puede mi presente meter en cintura a mi pasado? ¿Qué "gracia" me asiste? ¿Sólo la del tiempo que transcurre, o la de una buena causa que he encontrado en mi camino?
No se trata nunca de otra cosa: ¿cuál es el proyecto de escritura que presenta, no el mejor amago, sino simplemente: un amago indecidible (lo que dice D. de Hegel)? (RB dixit)
[Sí, sí que es grande, demasiado para mi body. Pero como decía aquel, cuando lo entiendo (y creo que la traducción no ayuda mucho) me gusta.]
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