jueves, 29 de noviembre de 2007

Bienestar

ClaudioMagris“Mi calidad de vida no es sólo el café que tomo, también el mundo que me circunda, los otros que viven en él. Para mi bienestar no basta con que yo no sea agredido, también hace falta que los otros no lo sean. Mi bienestar depende del de los demás. Parte de mi egoismo crea un mundo civil.”

Claudio Magris (Trieste, 1939)

lunes, 26 de noviembre de 2007

Sorprendente Vila-Matas

Enrique Vila-MatasEnrique Vila-Matas ha sido entrevistado en paper de vidre y no resisto la tentación de reproducir fragmentos de algunas de sus respuestas:
  • “Aquí en este país, hasta hace muy poco, si alguien casualmente se enteraba de que, por ejemplo, yo leía a un tal Blanchot, lo consideraban una anomalía más de las mías. En realidad esas anomalías no han consistido más que en ser normal, culturalmente hablando, en un país de anormales. Esas anomalías han consistido siempre en estar interesado por todo y leer cualquier cosa que se ponga a mi alcance, hasta los papeles de periódico que el viento mueve en la calle.”

  • “Ahora parece que sea anómalo que me rodee por Internet y lea blogs. Pero yo creo que, conociéndome, es algo normal que suceda. Que a los solemnes escritores españoles famosos se les caigan los anillos por leer blogs no significa que yo no lo haga, no significa que no pueda bajar a la arena de internet y perder anillos que, a fin de cuentas, recupero pronto. Leo blogs literarios como leo periódicos y libros. No le cierro puertas a ninguna lectura ni información. Y sí, me divierte y me instruye y me interesa ver qué se dice y qué se mueve en ciertos blogs que considero honestos e interesantes, y no conducidos por el tontolaba de turno. Pondré ejemplos de blogs muy diversos pero todos francamente estimulantes:

    • El lamento de Portnoy
    • El dormitorio de Maud
    • el de Pierre Assouline en Francia
    • Apostillas literarias de la mexicana Magda
    • Borra el humo de tu frente
    • La segona perifèria
    • el Moleskine literario de Iván Thays en Perú
    • Paraguas en llamas en el barrio del Clot de Barcelona
    • el de la madrileña Cristina Núñez Pereira
    • Hasta siempre Elena
    • el del Llibreter
    • el de Guillermo Urbizu
    • el de Miguel SanFeliu
    • el de Daniel Link en Argentina (Linkillo.com)
    • No ha lugar en Murcia
    • el de Enrique Ortiz
    • el de Gustavo Faverón en USA
    • el de Fadanelli en México...

    Ahora que ya he compuesto esta lista —que era lo que más pereza me daba hacer—, creo que cualquier día de éstos dedicaré uno de mis dietarios volubles de El País a los blogs literarios.”

  • “¡Ay, ese texto, «La gloria solitaria»...! En realidad, a mí me gustaría poder escribir siempre como lo le hecho en ese ensayo que cierra Exploradores del abismo. En ese escrito es donde más me reconozco. Ahí precisamente queda claro que el público lector puede ser a veces un gran engorro. Como no estoy actualmente para perder el tiempo, creo que cada vez haré más lo que realmente quiero hacer y que por tanto mi literatura se dirigirá hacia ese tipo de escritura en la que me siento más auténtico y más libre. […] Creo que en realidad con tanto hablar en mi última novela del caso de Pasavento y de su desaparición, lo que ha ocurrido es que con el colapso físico quien realmente ha desaparecido soy yo o, mejor dicho, el «yo» que era yo el año pasado. Ahora quizás me haya convertido en alguien que se esfuerza por cambiar su pasado. Necesitamos todos —tanto si escribimos como si no— vivir otras historias. Estamos constituidos por historias.”

  • “No soy solemne y soy autocrítico y si la gente no se inclina a mi paso es porque yo así lo he querido para poder sentirme, entre otras cosas, cómodo. Y es que soy un pendejo. Me he recorrido en otra época todas las barras de todos los bares del mundo y he hecho el ridículo en mil lugares y en otros mil he brillado. Lo he pasado genial y los mediocres han creído encontrar ahí un flanco para hundirme. No saben que mentalmente soy fuerte y puedo destrozarme a mí mismo y salir incólume. Por eso me hace gracia que algún ratón sin obra me considere vulnerable e intente, encima, medrar a mi costa. Estoy más cerca de Montgomery Clift o de Guy Debord que de cualquier monstruo académico de nuestra literatura. Soy barriobajero cuando quiero, detesto todo lo solemne, soy una víbora, soy abyecto, soy una bellísima persona en mis ratos libres. Mi literatura ha ido creciendo en importancia sin que yo haya movido un dedo para ello y en los últimos años el reconocimiento ha ido cayendo por su propio peso.”

  • “Dice Rodrigo Fresán, en su nota sobre Exploradores del abismo, que haga yo lo que haga, siempre me ocurrirán cosas vila-matasianas. Es cierto que ficción y realidad se confunden notablemente en mí, pero yo no he inaugurado esto, pues estamos hablando de una pasión por la vida y la literatura de tipo cervantinos. ¿Que me ocurren cosas vila-matasianas? Lo sabe todo el mundo que me conoce. Basta salir un momento conmigo a la calle, ir a algún sitio y armarse de una relativa paciencia y al poco rato verá usted que ocurre siempre algo que parece salido de uno de mis relatos. Toda la realidad se parece a lo que escribo. En esta situación, Vila-Matas es obviamente uno de mis personajes. Y se da, por cierto, la paradoja de que gracias a escribir de forma tan aparentemente autobiográfica, mi verdadera vida personal se ha preservado por completo, pues no ha estado nunca ni remotamente al alcance del público. Me hace gracia cuando a veces alguien pregunta para qué sirve la literatura. Yo lo tengo precisamente muy claro...”

  • “¿Ha leído los aforismos de Lichtenberg?: «A lo más que puede llegar un mediocre es a descubrir los errores de quienes lo superan.» ¿Le digo otro aforismo? «En Zezu los profesores enseñan sentido común. Los estudiantes viven abatidos.»”

  • “El próximo lunes hemos quedado Quim Monzó y yo para comer. Un mano a mano. Tal vez sorprenda esto, dado que la cultura controlada por la política (véase Frankfurt) ha creado la absurda imagen de que hay un abismo entre los escritores de Barcelona en lengua castellana y los de lengua catalana. Y no es exactamente así. Monzó, al igual que Pàmies, son amigos míos desde hace 30 años y yo conecto mil veces más con lo que escriben ellos que con lo que escribe el cebollo de Trapiello, por ejemplo. He dicho Monzó y Pàmies. Y bien, son dos escritores que considero imprescindibles. Pero también conecto con autores como Carme Riera, como el oulipiano Màrius Serra, como Lluís-Anton Baulenas, Ramon Solsona, Jordi Coca, Francesc Serés (tan distinto de lo que yo hago, pero al que admiro por su inteligente y vigoroso trabajo), como Biel Mesquida (por su constante vanguardismo), como Miquel de Palol (especialmente por El jardí dels set crepuscles), como Lolita Bosch, como Empar Moliner, como Pere Guixà. Y presidiéndolo todo, el profesor Jordi Llovet, uno de los últimos intelectuales sabios que le queda a Cataluña.”

domingo, 25 de noviembre de 2007

Razones para pintar

Hopper_LuzDelSolenelSegundoPiso“If you could say it in words there would be no reason to paint.”
Edward Hopper (Luz del sol en el segundo piso)

jueves, 22 de noviembre de 2007

Fernando, sin tesis

En 2004, con motivo de la publicación de El tiempo de los trenes, Arcadi Espada conversó con Fernando Fernán-Gómez (1921-2007) para El País Semanal:FernadoFernAn-GOmezP. Esta novela es una acumulación de estampas, sin un sentido que las una. Algo así como la vida.
R. Eso mismo.
P. ¿Una conclusión a la que se llega con el envejecimiento?
R. No necesariamente. A esta conclusión puede llegar mucho antes un observador avezado. Pero, desde luego, yo sí tenía la intención de que esta especie de novela fuese concebida sin trama, sin principio, sin final, casi sin relación entre uno y otro episodio. Pensé que así el relato podría tener un gran parecido con la vida. Y como si al construir así la novela hubiese una acusación a la llamada “novela realista”. En cuanto esta novela sí tiene una trama, una construcción ilusoria que delata que el realismo no es tal realismo, puesto que en nuestra vida no hay tal coherencia. El mérito de la novela tradicional es dársela, precisamente. Lo que yo pretendía con este experimento es ver si podía escribirse una novela sin tal coherencia. Y desde luego lo que yo no quería es que hubiese una..., una, sí, esta palabra tan usual de los profesores...
P. Moral.
R. No, tampoco una moral, desde luego. Pero no es la palabra... ¡Tesis! Tesis. Que no tuviera tesis. Que no se pudiera desprender una tesis de la vida real. Creo que cuando en la vida real un hombre inteligente encuentra una tesis es porque se la ha añadido él. También quería que sin necesidad de poner continuará se viera claro que no se ha llegado al final.

[...]

P. También tengo pocas dudas sobre el personaje que dice: “¡Estoy hasta los cojones de comprender!”. Ha comprendido a la CNT, a Azaña, al Caudillo, se ha pasado la vida comprendiendo y está hasta los cojones.
R. Cuando estaba escribiendo esta página la verdad es que me puse muy contento. Esto está bien, pensé, sin temor de autoelogiarme: no sólo es ingenioso sino verdadero. Porque es evidente que yo estoy hasta los cojones de comprender. Es evidente que yo ya he comprendido mucho. Incluso demasiado. Ahora bien: se me ocurrió de repente. Producto estricto de la escritura.

[...]

P. Usted no conoció a su padre. ¿Le causó algún problema el asunto?
R. Sí, durante mi adolescencia. Luego después ya no. Por una razón: por haber vivido yo en este mundo del teatro donde este hecho no es tan insólito. Yo he tenido la desgracia de ser hijo de padre desconocido; pero esto paliado por haberlo sido en una ambiente muy superior moralmente al del resto de la sociedad española. La profesión nuestra ya había llegado adonde ahora están llegando las leyes.
P. De todos modos, ¿cómo le contó su madre la circunstancia?
R. Yo me crié con mi madre y con mi abuela. Siendo chico, con siete u ocho años, ya me había enterado de la circunstancia. Porque mi madre era partidaria de no contármelo, pero mi abuela sí. Y como yo estuve más tiempo con mi abuela que con mi madre... Un día, en una habitación de la pensión donde vivíamos mi madre y mi abuela discutían sobre el hecho. Yo lo oía a través de la puerta. Mi madre reprendía a mi abuela que no hubiese mantenido la versión de que mi padre había muerto en un accidente. Por el contrario mi abuela sostenía que no convenía decirle al chico esas mentiras. Por lo demás había bastante literatura sobre mi tema. Recuerdo que había leído cosas de Dickens y un libro de Alphonse Daudet, Jack, creo que se llamaba. Estos libros estaban en casa de mi abuela y los leía y mi abuela me decía, “Mira lo mismo que a ti te ha pasado, pobrecito.”

[...]

P. Usted tiene más de ochenta años y una actividad casi espeluznante. Le oí cargar un día contra las inyecciones de resignación que se les pone a los hombres ya desde niños. Su actividad parece una forma contundente de no resignarse.
R. A mí siempre me ha parecido normal trabajar. Nunca he tenido, ni tengo, sensación de rebeldía ante el hecho indiscutible de tener que trabajar. Ahora tampoco. Cuando a mí alguien me dice, qué raro Fernando que hagas tantas cosas, el raro me parece en seguida el que lo dice. En cuanto al envejecimiento... En lo único que me atemoriza a mí, el hecho ya evidente, no ya de envejecer, sino de haber envejecido, es en el problema económico.
P. Es una constante de su vida. Hasta lo último. El eventual.
R. Eso mismo. ¡La palabra eventual! Yo debía de tener cuatro o cinco años cuando la oí por primera vez. Era mi abuela la que la decía: “¡No, por dios, eventual no!” Fue cuando me enteré que mi oficio era eso. Y sigue siéndolo. No puedo hacer lo que quiero.

[...]

P. Le he escuchado decir antes que va a escribir un libro sobre los fracasos.
R. Pero no sé si eso va a tener interés. A veces tengo visiones. Un ángel que me dice que eso no interesa a nadie.
P. ¡Todo lo contrario! No hay nada que interese más a la gente que los fracasos de los otros.
R. Puede que tenga razón. Pero los del marketing me dicen que sería más comercial una historia de mis triunfos.
P. Son buena gente, los del marketing.
R. Ja, ja, es verdad que la gente también disfruta con las penalidades ajenas. Yo lo que quería incluir, sobre todo, en ese libro son los hechos que para los demás pueden ser éxitos, pero que uno sabe que en realidad son fracasos. Una vez escribí en algún lugar que el éxito y el fracaso no son hechos sino sensaciones. Pero lo que ocurre con ese libro es que los fracasos son demasiados.

[...]

P. ¿Y en cuanto a la vida sentimental?
R. Esto es aún más complicado. La vida sentimental está demasiado de moda. Es excesivamente vulgar hablar de los fracasos o de los éxitos sentimentales
P. Los hijos. ¿Está satisfecho del oficio de padre?
R. Yo, yo..., no me he portado... Si el padre ha de ser una persona ejemplar y ser muy útil a sus hijos y todo eso, yo no me he portado bien. Yo me separé de mi mujer cuando mis hijos tenían como seis o siete años... He procurado seguir viéndoles pero nunca he representado la figura de un padre ejemplar. Ahora: no creo que esto sea un fracaso. Pero, ay, esto es muy difícil de explicar. Mire: Bernard Shaw en un ensayo dice que los que tienen obligación de educar a los hijos son los maestros y no los padres. Porque los padres no tiene por que haber recibido enseñanza de educadores y porque además los hijos cada dos o tres años son distintos. Son otros. En cambio el maestro tiene siempre a los mismos niños, a la misma edad: son especialistas en los cuatro, en los siete, en los once. Mientras que el padre, en cuanto ha aprendido a lidiar con el niño de siete años, pues el niño ya tiene once.
P. Le tranquilizaría Shaw.
R. No sé, no sé... Que no sé si lo leí antes o después de necesitarlo.

[...]

P. En un artículo que publicó hace unos años en El País iba recorriendo el camino de su vida a través de algunos libros. Los cuentos de Calleja fueron lo primeros.
R. Me los compraba mi abuela. Eran baratos y en algunos casos incluso los regalaban en las tiendas al comprar cosas. Debía de tener cinco o seis años y es mi primer recuerdo vinculado con la lectura.
P. Luego alude a los libros de aventuras. ¿Cuál?
R. Salgari. En uno de los colegios donde estudié tenían todos los libros de Salgari. La soberana del campo de oro, En las fronteras del Far West. No podían dejarse.
P. Más tarde los libros folletinescos.
R. A los catorce años, sí. Una novela folletinesca que me marcó para siempre. Tal vez el autor se enfadaría por que la llame folletinesca. En fin: Los miserables, de Víctor Hugo. Esta novela me produjo un vuelco en el cerebro. Vi en ella que la literatura servía para otras cosas al margen del entretenimiento. He vuelto a leerla otras veces, la última hace un par de años, y no me ha decepcionado nunca. Yo sé que esta obra ha estado muy desprestigiada a causa de lo que tiene de folletín; pero a mí me parece una obra maestra y me ha dado un inmenso placer releerla.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Nece(si)dades

Antes, muy antes, la tecnología no formaba parte de nuestra vida. No teníamos teléfonos móviles, ni ordenadores portátiles, ni ADSLs, ni DVDs, ni pendrives, ni iPods, ni fotos digitales. No existía Internet y, por tanto, tampoco había correo electrónico, ¡ni google!, ni blogs, ni sindicación de contenidos. Pero alguien estaba inventando todo esto para nosotros, y ha tenido tanto éxito que ahora todo ello forma parte de nuestra cotidianidad y parece impensable sobrevivir al margen. Cuesta acordarse de cómo vivíamos antes, o imaginar cómo sería nuestra vida unplugged. Quizás por eso hay días en que dan muchas ganas de desconectarse de todo, y dedicarse sólo a buscar la esencia. O sea, a nada.

martes, 6 de noviembre de 2007

domingo, 4 de noviembre de 2007

Las benévolas

Jonathan Littell (Nueva York, 1967) ha ganado con Les bienveillantes el Premio Goncourt y el Grand Prix de la Académie Française, pero no fue a recogerlos porque opina que la literatura no forma parte de la sociedad del espectáculo, y que lo importante es el texto y no el autor. Para preparar este libro, Littell vivió en los lugares donde sitúa la acción, Ucrania, la región rusa de Stalingrado, el Cáucaso y Polonia, y obtuvo información de más de 200 libros de sus bibliotecas. Dice que tardó pocos meses escribir esta asombrosa historia, en la que trabajó durante un lustro y le rondaba la cabeza desde hacía una década.JonathanLittellMaximilien Aue, el protagonista y narrador de Las benévolas (RBA en castellano) o Les benignes (Quaderns Crema en catalán), es un refinado intelectual alemán convertido en oficial de las SS, lo que permite a Littell repasar las crueldades cometidas por el Tercer Reich desde el punto de vista de los verdugos ya que, según ha dicho en alguna de las escasa entrevistas que ha concedido, quería abordar el tema desde la perspectiva de quienes "eligen convertirse en una porquería" y expresar que "la cultura no nos protege de nada, los nazis son la prueba". El narrador declara al principio del libro que asume sus acciones y que no intenta justificarse: sólo quiere explicar cómo fueron los hechos, y mostrar las situaciones y los acontecimientos que le llevaron a actuar como lo hizo. En cualquier caso, se trata de un libro inquietante y extraordinario -que también habla de nosotros- en cuya lectura llevo absorta varios días, con un atlas de Europa a un lado y un diccionario de alemán en el otro. Estos son dos párrafos del capítulo introductorio de esta deslumbrante novela:
  • “Con frecuencia han comentado los filósofos políticos que, en tiempos de guerra, el ciudadano, el ciudadano varón al menos, pierde uno de sus derechos más elementales, el de vivir, y eso desde los tiempos de la Revolución Francesa y la invención del reclutamiento, que es ahora un principio universalmente admitido o casi. Pero pocas veces han dejado constancia de que ese ciudadano pierde al mismo tiempo otro derecho, no menos elemental y más vital quizá incluso para él en lo tocante a la idea que se hace de sí mismo en tanto en cuanto hombre civilizado: el derecho a no matar. Nadie nos pide opinión. El hombre que está a pie firme junto a la fosa común no ha pedido, en la mayor parte de los casos, estar en ese sitio, de la misma forma que tampoco lo ha pedido el que se halla tendido, muerto o moribundo, dentro de esa misma fosa.”
  • “Para lo que hice, siempre hubo razones, buenas o malas, no lo sé; en cualquier caso, razones humanas. Los que matan son hombres, como también lo son los muertos; eso es lo terrible. Nunca podemos decir: no mataré nunca, es imposible; como mucho, podemos decir: espero no matar. Yo también lo esperaba; yo también quería vivir una vida buena y provechosa; ser un hombre entre los hombres, igual a los demás; yo también quería poner mi piedra en la obra común. Pero no se cumplió RBAlasBenEvolas esa esperanza, y utilizaron mi sinceridad para realizar una obra que resultó ser mala y malsana, y crucé las sombrías orillas, y toda esa maldad se me metió en la vida y no existe reparación posible, y nunca la habrá. Tampoco las palabras sirven para nada, desaparecen como el agua en la arena, y esa arena me llena la boca. Vivo, hago lo que es factible, eso es lo que hace todo el mundo, soy un hombre como los demás, soy un hombre como vosotros. ¡Venga, si os digo que soy como vosotros!”

viernes, 2 de noviembre de 2007

Javier Gómez Bermúdez

"Así por esta nuestra sentencia, la pronunciamos, mandamos y firmamos." Javier Gómez Bermúdez, Alfonso Guevara y Fernando García Nicolás, 31 de octubre de 2007.

JuezGómezBermúdez
Arcadi Espada dice hoy: “Escribir feliz supone un problema. Ya lo dijo Hemingway: cuando uno es feliz debe dedicarse a serlo. Pero hablaba de la vida íntima. Si las razones de la felicidad pueden presentarse en público, la escritura es una forma de celebración. Que el Estado le haga a uno feliz en España es una rareza que roza la perversión. Siempre que en España ha despuntado la mera posibilidad del Estado rápidamente se le ha sometido a la estrangulación. La última, por cierto, ha sido obra del presidente Zapatero y de una legislatura cuya enjundia y propósito define aquella afirmación presidencial de que las palabras han de estar al servicio de la política y no viceversa. El atropello y la subasta del sentido han afectado a zonas muy delicadas del Estado de Derecho, y valga como imagen sintética la actual situación del Tribunal Constitucional. Por fortuna la sentencia de la matanza de Madrid devuelve a los españoles una confianza sometida a la tumefacción histórica. No es la menor la confianza sintáctica: ahí tienen los educandos un texto para aprender a escribir la verdad en español. La sentencia es también una muestra de coraje fáctico frente a la opinión. Se niega que exista un solo indicio que vincule a los terroristas etarras con la matanza y tampoco da noticia de que la invasión de Irak fuera un elemento desencadenante de la voluntad de los asesinos.”
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