jueves, 25 de agosto de 2016

Moehringer y su bar

«—¿Quién es Cheever? —pregunté. [...]
    Me llevó a la sección de ficción y sacó todos los títulos de John Cheever, entre ellos un grueso volumen con sus relatos breves que se acababa de publicar. Se llevó los libros al almacén y, rápidamente les arrancó la cubierta a todos. Parecía como si hacerlo le causara un dolor físico, como si se estuviera arrancando un vendaje. Le pregunté qué estaba haciendo. Me dijo que las librerías no podían devolver todos los ejemplares no vendidos de las ediciones en rústica a las editoriales —las editoriales no tenían sitio para tanto libro—, por lo que les enviaban sólo las cubiertas. Cuando Bill y Bud querían quedarse con algún libro, simplemente arrancaban la cubierta, se la enviaban a la editorial, que les reembolsaba el gasto realizado, "y todos contentos". Me aseguró que aquello no era robar. A mí, la verdad, no me importaba lo más mínimo.
    Me pasé aquel fin de semana leyendo a Cheever, nadando en Cheever, enamorándome de Cheever. Yo no sabía que las frases podían construirse así. Cheever hacía con las palabras lo que Seaver con los lanzamientos rápidos. Describía un jardín lleno de rosas diciendo que olía a mermelada de fresas. Escribía que anhelaba un "mundo más pacífico". Cheever escribía sobre mi mundo, las afueras de Manhattan, que olían a leña (su palabra favorita) y estaban habitadas por hombres que se alejaban a toda prisa de estaciones de tren para entrar en bares, antes de regresar a ellas. Todos los cuentos giraban en torno a cócteles y al mar, y, por tanto, todos ellos parecían ambientados en Manhasset. Uno de ellos, de hecho, lo estaba. En el primer relato de la antología se mencionaba Manhasset por su nombre. [...]
J. R. Moehringer (1964)
El bar de las grandes esperanzas
[The Tender Bar, 2005]
Traducción: Juanjo Estrella
Duomo, Nefelibata, 2015
460 interm. páginas | 19,80 €

 [ni Kiko ni Fran: blandengue a morir] 
    —Cada libro es un milagro —decía Bill—. Cada libro representa un momento en el que alguien se sentó en silencio (y ese silencio forma parte del milagro, no te engañes), e intentó contarnos a los demás una historia.
    Bud podía hablar sin fin de la esperanza de los libros, de la promesa de los libros. Decía que no era casualidad que un libro se abriera igual que una puerta. Además, decía, intuyendo una de mis neurosis, los libros podían usarse para poner orden al caos.» (págs. 152-154)

viernes, 19 de agosto de 2016

Dan O'Brien: Los búfalos de Broken Heart


Dan O'Brien (Ohio, 1947)
LOS BÚFALOS DE BROKEN HEART
La aventura de recobrar
una vida noble y salvaje
[Buffalo for the Broken Heart, 2001
Restoring Life to a Black Hills Ranch]
Trad. Miguel Ros González
ERRATA NATURAE, 2016
[primeras páginas]
392 págs. | 21,5 €
«En el imaginario estadounidense, las Grandes Llanuras septentrionales siempre han sido territorio del ganado. Sin embargo, al igual que ocurre con el propio imaginario estadounidense, esa noción es producto de la cultura popular, la mitología y la publicidad. La realidad es que el ganado lleva muy poco tiempo en estas llanuras. Los rebaños de ganado no llegaron aquí hasta después de la derrota de los sioux, a finales de la década de 1870. Antes de eso, por supuesto, el nicho de los grandes herbívoros estaba ocupado por los búfalos. En realidad su verdadero nombre es bisonte, pero los primeros europeos que los vieron confundieron al bisonte con el búfalo del Viejo Mundo, y el nombre cuajó. Pero independientemente de cómo los llamasen, los europeos, con su nueva tecnología y sus cálculos abrumadores, no pudieron resistirse a explotar las enormes manadas. En un abrir y cerrar de ojos la mayoría de búfalos del planeta fueron exterminados por sus lenguas y su pelaje. Acto seguido, los rebaños de texas longhorn y otro ganado del noroeste llegaron a las llanuras septentrionales en oleadas, para garantizar que la hierba no se "desperdiciase". Los búfalos pueden sobrevivir con mucha menos agua que el ganado, y obtenida de fuentes más insólitas: comen nieve, buscan pequeños manantiales, e incluso picotean la tierra en busca de agua, lo que les permite recorrer muchas millas entre grandes fuentes. Esa diferencia entre el ganado y los búfalos es lo bastante obvia para que cualquiera pueda verla. Más sutil, resulta, en cambio, el matiz de que el búfalo evolucionó en las llanuras septentrionales al mismo tiempo que las especies de plantas de las que dependía. Se benefician mutuamente de su existencia. No importa la intensidad con que los búfalos pasten las especies de plantas nativas, Estampida de búfalos en Dakpta del Sur pues éstas han tenido miles y miles de años para desarrollar estrategias con las que sobrevivir y florecer. La introducción de especies ajenas, como el ganado, deteriora estas relaciones naturales y empuja al ecosistema hacia la entropía. Un millón de años de evolución compartida produce comunidades de especies con una relación simbiótica, y ese concepto se extiende hasta la relación del hombre con el búfalo como fuente de alimento.» (p. 43-44)


viernes, 12 de agosto de 2016

Luke Rhinehart: El hombre de los dados

Luke Rhinehart
EL HOMBRE DE LOS DADOS
[The Dice Man, 1971]
Trad. Manuel Manzano
Editorial Malpaso, 2016
571 páginas | 24 €

Luke, profeta de los dados, 2010
Nihilismo, caos y azar, 2006

[pasmoso: que causa pasmo, admiración o asombro]
«Por desgracia para nuestro querido Luke Rhinehart y sus amigos y admiradores, los dados siguieron y siguieron rodando y junio se convirtió en el mes nacional de los juegos de rol y aquello ya fue demasiado. Me ordenaron que consultara regularmente con el dado para cambiar de personalidad a cada hora, de un día para otro o de una semana para otra. Esperaban que aumentara el número de personajes que podía adoptar, tal vez incluso para poner a prueba los límites de la maleabilidad del alma humana.
    ¿Puede existir un hombre totalmente aleatorio? ¿Puede acaso desarrollar un ser humano sus aptitudes hasta ser capaz de cambiar de estado de ánimo a cada hora a voluntad? ¿Puede ser un hombre una personalidad infinitamente múltiple? ¿O incluso, como afirman algunos teóricos que sucede con el universo, una personalidad múltiple en constante expansión, a la que sólo la muerte puede poner fin? Y, entonces, incluso entonces, ¿quién sabe?
    Al amanecer del segundo día, otorgué al dado seis personalidades optativas, una de las cuales intentaría interpretar durante toda la jornada. Intentaba dar con opciones sencillas, nada ofensivas para la sociedad. Las seis eran: Molly Bloom, Sigmund Freud, Henry Miller, Jake Ecstein, un niño de siete años y el doctor Lucius Rhinehart anterior a la llegada del hombre de los dados.» (p. 287)

sábado, 6 de agosto de 2016

Doug Peacock: Mis años grizzly


Doug Peacock
MIS AÑOS GRIZZLY
En busca de la naturaleza salvaje
[Grizzly Years, 1990]
Trad.: Miguel Ros González
errata naturae, 2015

Expedición de Lewis y Clark (1804-1806)
«La Gran Divisoria era la frontera tradicional entre los indios flathead y los pies negros, que dominaban la zona antes de la aparición del hombre blanco. No hay demasiados indicios de que ninguna de las dos tribus, ni sus ancestros, usaran demasiado las montañas, aunque tampoco hay señales de que las evitases, salvo por las razones evidentes del mal tiempo y el terreno escarpado. A menos que fuesen en busca de una visión, los indios no necesitaban venir aquí, pues había caza por doquier, de una riqueza y diversidad que hoy día sólo podemos imaginar.
    La expedición de Lewis y Clark consideraba las Altas Llanuras del alto Misuri un territorio mucho más salvaje y rico que la Gran Divisoria. Allí, en tierra de los pies negros, vieron infinitas manadas de búfalos, nidos de águila, enormes manantiales repletos de berro, y lobos fornidos y osos tranquilos alimentándose de los cadáveres de búfalos ahogados. Esas Altas Llanuras y sus bosques de álamos a nuestro oeste eran tan salvajes entonces como lo son ahora las montañas. De hecho, el propio concepto de "salvaje" era claramente europeo, no compartido por los habitantes nativos de este continente. Lo que nosotros llamamos "tierras salvajes" era para los indios el hogar, "belleza duradera" en salish o piegan. La tierrra no era algo que había que temer o conquistar, y la "vida salvaje" no era ni salvaje ni ajena: era familiar. Luther Standing Bear, el sioux oglala, dijo en una ocasión: "Sólo para el hombre blanco la naturaleza era un lugar salvaje, y sólo para él estaba la tierra infestada de animales y pueblos salvajes. Para nosotros era mansa y pródiga, y estábamos rodeados de las bendiciones del Gran Misterio".» (p. 252-253)

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