jueves, 12 de septiembre de 2019

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac


Tatiana Ţîbuleac (Moldavia, 1978)
EL VERANO EN QUE MI MADRE
TUVO LOS OJOS VERDES

[Vara în care mama a avut ochii verzi, 2016]
Trad Marian Ochoa de Eribe
Impedimenta, 2019 - 256 págs. - inicio
[intenso y extraño]

«Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. Yo la miraba desde la ventana mientras ella esperaba junto a la puerta de la escuela como una pordiosera. La habría matado con medio pensamiento. Junto a mí, silenciosos y asustados, desfilaban los padres. Un triste hatajo de perlas falsas y corbatas baratas, venido a recoger a sus hijos defectuosos, escondidos de los ojos de la gente. Al menos ellos se habían tomado la molestia de subir. A mi madre yo le importaba un pimiento, al igual que el hecho de que hubiera conseguido terminar unos estudios.
    Dejé que sufriera casi una hora; observé que al principio se mostraba irritada, caminaba arriba y abajo a lo largo de la valla, luego se quedó inmóvil, a punto de echarse a llorar, como alguien con quien se hubiera cometido una injusticia. Tatiana Ţîbuleac
    Tampoco entonces bajé. Pegué la cara al cristal y permanecí así, contemplándola, hasta que salieron todos los chicos: incluso Mars, con su silla de ruedas, incluso los huérfanos, a los que tras la puerta esperaban las drogas y los hospicios.» (págs. 7-8)

Los ojos de mi madre eran un despropósito.
Los ojos de mi madre eran los restos de una madre guapa.
Los ojos de mi madre lloraban hacia dentro.
Los ojos de mi madre eran el deseo de una ciega cumplido por el sol.
Los ojos de mi madre eran campos de tallos rotos.
Los ojos de mi madre eran mis historias no contadas.
Los ojos de mi madre eran las ventanas de un submarino de esmeralda.
Los ojos de mi madre eran conchas despuntadas en los árboles.
Los ojos de mi madre eran cicatrices en el rostro del verano.
Los ojos de mi madre eran brotes a la espera. (págs. 245-246)

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