Carlos Risco (Orense, 1977)
OBJETOS A LOS QUE ACOMPAÑO
Ilustraciones de Iria Cortizo
Círculo de Tiza, 2024 - 352 págs. - inicio
— Carlos Risco habla con Raquel Sánchez
— Habitar lo imprescindible, Neus Botellé
— ¿Quién necesitaba más?, Jacobo de Arce
[opíparo]
«“Hace poco que regresé a Galicia. Supongo que uno se va para volver y es precisamente ese el sentido de marcharse. Ahora vivo en una aldea despoblada en el interior despoblado de un país despoblado. Vine a esta aldea sin vecinos porque, aunque me gustan las personas, también me molesta su compañía. Encontré esta casa. O ella me encontró a mí, porque fue todo sencillo y rápido, como en los buenos amores. En la intimidad de una vida silenciosa, lo útil nos habla mejor Las cosas cotidianas, las del trajín en la cocina, las herramientas del huerto, la ropa con la que uno envejece, tienen esa misión de compañía, han sido hechas para hacer la vida fácil. Y es aquí donde nos hablan en un lenguaje más sencillo y más próximo. Son, además, cosas hermosas, porque todo lo útil es también hermoso.
Hay algunas cosas con las que nos cruzamos para largo. Ellas y nosotros lo sabemos. Cuanto más las usamos, más las amamos. Este librito es un conjunto de amores. Aquí están cien objetos a los que acompaño. Cien objetos a los que quiero de una manera profunda y transparente. Los acompaño porque ellos estaban antes que yo y seguirán estando cuando me vaya. Son herencias y serán herencias de mercancía o de trapero, porque las vidas terminan en los cementerios y también en los rastrillos.”
Todos tenemos nuestros objetos favoritos y queremos a las cosas. Quizá porque la vida va de querer. Es urgente que lo bien hecho no cambie.» (CONTRAPORTADA)
- Árboles y más árboles. Sin ellos, todo lo demás es imposible. Los árboles transforman la luz en azúcar, respiran por nosotros, nos permiten vivir. Con el problemón climático, el alcalde que no defiende los árboles es cómplice de muchas desgracias. Preguntadle al vuestro cuántos ha plantado, cuántos ha talado y cuántos ha dejado de plantar.
- Fuera los coches. Los humanos del futuro (si acaso hay humanos en el futuro) nos verán como a imbéciles en ciudades-autopistas llenas de ruido y humo. Fuera armatrostes de los vivideros. Abajo el cochismo y los alcaldes cochistas.
- Proteger los negocios históricos. Cada ferretería, cada bar, cada tiendita de otro tiempo necesita atención y cuidado. Para que sigan existiendo. Para que la ciudad no se desmemorie. Para que no cambien los carteles, ni las ventanas, ni el suelo. Cualquier día viene un listo, hace un raspado vaginal y monta una casa de las carcasas o una estupidez de esas de yogur helado. Lo antiguo no se puede inventar.
- Muchas bicicletas. El mejor invento de la humanidad es silencioso, aleja el tumor y dibuja sonrisas. La cacareada ciudad del futuro debería ser como las ciudades chinas de hace unas décadas: mareas de pedaleadores libres de humos.
- Fuera el delivery. Y todas esas plataformas que permiten que cualquier mindundi se sienta superior pagando a un esclavito para que le lleve tabaco o pizza en su mochilón cuadrado. Nadie es mejor que nadie. El delivery no es el futuro. Es medieval.
- Rehabilitar lo histórico. Nada de licencias de construcción hasta que todos los edificios atiguos estén curados de heridas y llenos de gente. Convienen gobernantes valientes que restauren el patrimonio en peligro, que graven las casas vacías, que no permitan reformas antojadizas fuera de la norma. El pasado es de todos.
- Que apague las luces. El alumbrado navideño es una enfermedad civilizatoria hija de la incultura y de instagram. Todo alcalducho que insista en este derroche mezquino que agita los nervios e invita al comprar debería ser desterrado. Que las ciudades abracen la penumbra y paseemos tranquilos con nuestros pensamientos.
- Fuera patinetes. Las aceras, por el amor de dios, están hechas para caminar. Para protestar. Para besarse. Un alcalde competente es aquel que prohíbe los patinetes eléctricos y demás golosinas rodantes. A la mierda con estos gizmos portagordos.
- Que gentrifique Rita. Se debe gobernar para los de adentro y no para los de afuera. Deben desaparecer los trenecitos ridículos para turistas, la cartelería que hace del patrimonio “monumento” y el desmande de los pisos turísticos.
- Jardines salvajes. Que la gente se esparza y celebre la maravilla de todos. Y que los parques no cierren nunca, porque lo público debe estar siempre abierto.
Carlos Risco (et moi)
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