viernes, 10 de abril de 2020

A corazón abierto, de Elvira Lindo


Elvira Lindo (Cádiz, 1962)
A CORAZÓN ABIERTO
Seix Barral, 2020 - 382 págs. - inicio

- «Nuestra generación literaria es cosa de dos»
- Su mejor libro, según Pozuelo Ivancos
[admirable homenaje al padre]

«Como mi padre ha supuesto para mí una presencia tan imponente, la de uno de esos hombres a los que siempre les falta espacio para gesticular, me resulta difícil imaginarlo pequeño, flaco, cabezón, infraalimentado, mal abrigado, pobre, desasistido. Trato de visualizar a aquel niño de nueve años y se impone en mi memoria la primera foto que tengo de él, unos años después, de pie, ante una pizarra escolar, y es tan guapo y tan alto para su edad que no encaja en la imagen de un niño desamparado. Como siempre ha sido expansivo, refractario a la reflexión y al silencio, tengo que hacer un esfuerzo para seguir los pasos de ese niño que se levanta solo en una casa helada, que tal vez no se viste porque no se desnudó la noche anterior, que sin lavarse y sin desayunar, sale a la calle, al corazón del Madrid derrotado y popular, y, habiéndose aprendido el camino tras dos o tres mañanas de haber seguido a su tía unos pasos por detrás, sube solo por la calle Mira el Río Baja, llega a la Plaza Mayor, la cruza hasta alcanzar la Puerta del Sol, camina por Preciados hasta la Gran Vía y va siguiendo el rastro, atento como un zorrillo, dejado involuntariamente por la Bestia. A veces, en el entramado pueblerino del centro madrileño, se pierde, tiene un momento de alarma, pero enseguida se atreve a preguntar y algún paisano vuelve a encarrilarlo, sin extrañarse nadie, en el Madrid de pobres, huérfanos y lisiados, de qué hace un niño solo preguntando por un destino que está tan lejos, en la Glorieta de Cuatro Caminos. Como es muy avispado, y su mente no descansa hasta que cae rendido al sueño, pronto se construye su propio mapa mental al que va añadiendo calles, y poco a poco se aventura a probar nuevos caminos y desde la Glorieta de Atocha, Elvira Lindo asombrado por la anchura de las avenidas, camina entre los enormes árboles del Paseo del Prado, tan insignificante él en ese paisaje urbano monumental como lo fueran Hansel y Gretel en el bosque amenazante. Fuerte y audaz mi padre como los niños de los cuentos, con un miedo que en vez de resultarle paralizante lo anima a no quedarse quieto jamás.» (págs. 31-32)

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