“Se indaga, pues, en la realidad misma. Y hay una línea que me gustaría llamar realismo interno y que estaría contrapuesta con lo que suele llamarse realismo mágico o maravilloso. La diferencia es substancial. Una trata de reflejar una realidad externa, mágica o maravillosa –bastante pelmaza para mi gusto, la prueba es que es fácil de imitar y la narrativa se ha poblado últimamente de buques perdidos en la selva-, mientras que yo busco una profundización psicológica, pues siempre me gustó ver el lado oculto de las cosas, la otra cara de los lugares comunes, de las frases hechas, decir diego donde Isabel Allende dijo digo.
Se indaga, pues, en la realidad interna –eso, por fortuna, es práctica muy extendida entre los escritores de bandera apátrida- y hay tantas realidades como escrituras y obsesiones, pues no olvidemos que, como dijo Gombrowicz, la verdadera realidad es la propia de uno mismo. Esa indagación la llevamos a cabo, pues, sobre nosotros mismos, y se realiza entre rejas propias y con las ventajas pero también con los inconvenientes que ofrecen la soledad y el no pertenecer a escuela ni país alguno y ser, además, conscientes de que no hay fronteras y que si escribimos es para saber algo de nosotros mismos, para recordar y para ser recordados, para no morir (como decía Blanchot), para postergar la ejecución, la muerte, como le ocurría a Scherezade; escribimos como medicina, escribimos para ser felices, para no suicidarnos, para no volvernos locos, para llevar la contraria a los académicos y hundirlos, escribimos para jugar.
Saber algo de nosotros es lo más difícil de entre las perspectivas que abre el realismo interno. Conocernos a nosotros mismos puede acarrearnos sorpresas desagradables, tales como la que le sobrevino a un amigo de Italo Svevo que en 1919 se precipitó a Viena para iniciar una terapia. Tras psicoanalizarse durante dos años, salió de la cura completamente destrozado. Tan abúlico como antes, pero con su abulia agravada por la convicción de que al ser así por naturaleza no podía comportarse de otra manera. «Fue él –escribió Svevo- quien me convenció de que era peligroso explicarle a un hombre cómo era por dentro.»
Sea como fuere, lo mejor de la literatura actual pertenece al realismo interno sin fronteras, y la libertad ha llegado incluso a Inglaterra, donde se vive, además, un momento particularmente dorado para la narrativa de la isla, para esa generación –entre los 30 y 45 años- que escribe fuera del corsé angustioso de lo que hasta ahora se consideró la buena novela británica. Se dice que Julian Barnes es un escritor afrancesado, que Martin Amis está americanizado o que Ishiguro es anglojaponés. Nos encontramos, pues, en una especie de Commonwealth de escritores que no están más que recordándonos que Londres –al igual que la Nueva York de Paul Auster o la monumental ciudad de México o la misma vieja, más que vieja Europa- son también lugares exóticos, algo más de lo que hasta ahora lo eran cuando sólo los veíamos en blanco y negro. De ahí que París se parezca tanto a Buenos Aires, y ésta a su vez a un barrio de Nueva York. Esto no hace más que confirmarnos que Bioy Casares es francés y Muñoz Molina tan uruguayo como Onetti, que a su vez es un caballero inglés. Y es que la narrativa europea, española o hispanoamericana no existen, precisamente porque existen.”
Se indaga, pues, en la realidad interna –eso, por fortuna, es práctica muy extendida entre los escritores de bandera apátrida- y hay tantas realidades como escrituras y obsesiones, pues no olvidemos que, como dijo Gombrowicz, la verdadera realidad es la propia de uno mismo. Esa indagación la llevamos a cabo, pues, sobre nosotros mismos, y se realiza entre rejas propias y con las ventajas pero también con los inconvenientes que ofrecen la soledad y el no pertenecer a escuela ni país alguno y ser, además, conscientes de que no hay fronteras y que si escribimos es para saber algo de nosotros mismos, para recordar y para ser recordados, para no morir (como decía Blanchot), para postergar la ejecución, la muerte, como le ocurría a Scherezade; escribimos como medicina, escribimos para ser felices, para no suicidarnos, para no volvernos locos, para llevar la contraria a los académicos y hundirlos, escribimos para jugar.
Saber algo de nosotros es lo más difícil de entre las perspectivas que abre el realismo interno. Conocernos a nosotros mismos puede acarrearnos sorpresas desagradables, tales como la que le sobrevino a un amigo de Italo Svevo que en 1919 se precipitó a Viena para iniciar una terapia. Tras psicoanalizarse durante dos años, salió de la cura completamente destrozado. Tan abúlico como antes, pero con su abulia agravada por la convicción de que al ser así por naturaleza no podía comportarse de otra manera. «Fue él –escribió Svevo- quien me convenció de que era peligroso explicarle a un hombre cómo era por dentro.»
Sea como fuere, lo mejor de la literatura actual pertenece al realismo interno sin fronteras, y la libertad ha llegado incluso a Inglaterra, donde se vive, además, un momento particularmente dorado para la narrativa de la isla, para esa generación –entre los 30 y 45 años- que escribe fuera del corsé angustioso de lo que hasta ahora se consideró la buena novela británica. Se dice que Julian Barnes es un escritor afrancesado, que Martin Amis está americanizado o que Ishiguro es anglojaponés. Nos encontramos, pues, en una especie de Commonwealth de escritores que no están más que recordándonos que Londres –al igual que la Nueva York de Paul Auster o la monumental ciudad de México o la misma vieja, más que vieja Europa- son también lugares exóticos, algo más de lo que hasta ahora lo eran cuando sólo los veíamos en blanco y negro. De ahí que París se parezca tanto a Buenos Aires, y ésta a su vez a un barrio de Nueva York. Esto no hace más que confirmarnos que Bioy Casares es francés y Muñoz Molina tan uruguayo como Onetti, que a su vez es un caballero inglés. Y es que la narrativa europea, española o hispanoamericana no existen, precisamente porque existen.”
Enrique Vila-Matas
"De banderas apátridas" (1991) en El traje de los domingos (2006)
Huerga y Fierro Editores
5 comentarios:
El demasiado buen tiempo de Barcelona ha hecho que esta semana pudiera inaugurar mi temporada de lectura en la terraza. Y lo he hecho disfrutando de El traje de los domingos, delicioso libro que encontré por casualidad, e inmensa alegría, en el rincón que tanto me gusta de autores que empiezan por V de la librería La Central de la calle Mallorca. Se trata de una reedición de artículos literarios que ya fueron publicados en 1995 y que, como se dice en la contraportada del libro, nos hablan “del Vila-Matas que por aquellos días se acercaba sin pies de plomo a los temas recurrentes de sus obras futuras”.
Una lectura muy divertida, y creo que también muy interesante para intuir todo lo que vino después.
Me quedo con
La realidad no es más que la propina de uno mismo...
y también con eso de
acercarse con pies de plomo a (...) sus obras futuras
Haciendo caso a esto último, quizás podríamos deducir que EMV es profundamente feliz, porque ¿qué es la felicidad sino dedicarte a desentrañar aquéllas incógintas que durante tanto tiempo habías rumiado que eran tus claves?.
Yo de mi encuentro pienso que es profundamente feliz. Abrazos, Am
Andrés, me encanta el sentido surrealista que puede tener la realidad como propina de uno mismo. Por otra parte, has dotado a EVM/EMV de unos pies de plomo de los que se supone que carecía.
Y, por cierto, se acerca Sant Jordi y toda su parafernalia.
Caray, siempre ojo avizor! Pero, ¿qué quiere decir sin pies de plomo. Sabes que St.J tampoco es un plato que me guste especialmente; sólo trato de contentar a la mujer con la que comparto mi vida. ¡Abrazos! Am
Sin pies de plomo supongo que es lo contrario de tener mucha cautela al hacer las cosas, ir con mucho cuidado, despacito, paso a paso, de forma delicada.
Sant Jordi está bien si lo divides por 365 y cada día lo vives un poquito: qué felicidad disfrutar cada día de libros y flores!
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