Éramos muy jóvenes y el desierto se convirtió en el paisaje de nuestra vida, por encima de todo y comparable a nada. Y creo que la insondable sensación de vacío cósmico -interior y exterior, como si fuera lo mismo- que sentí allí, en medio de aquella nada, es lo más parecido a un sentimiento religioso que he tenido nunca.
Después de aquel iniciático viaje vinieron muchísimos más a lo largo y ancho del continente, a algunos de los cuales no me permitieron ir mis incipientes obligaciones maternales pero que, entre lactancias y pañales, viví con la misma intensidad y entusiasmo que sus participantes.
Hasta su fallecimiento en el año 2000, el alma de estos viajes fue un lujo llamado Ángelo Gutt -como gustaba autodenominarse-, el amigo que amaba África con pasión desmesurada y que lo sabía todo sobre ella (y cuando digo todo, quiero decir todo), hasta el punto de que en la primera página de su libro África entrañable copió estas palabras de una canción de Cecilia “quiero ser tu tierra, quiero ser tu hierba, cuando yo me muera”.
He revivido todos estos recuerdos africanos tras la noticia de la muerte de Sidney Pollack, alguien que también debía amarla mucho, pues sino ¿cómo habría podido hacernos un regalo como Memorias de África? La mejor África posible Fuera de África.
[Dedicado a Jesús, Ángel, Sidney, Karen y Luis.]