jueves, 29 de mayo de 2008

La mejor África posible

SaharaSegundaTravesia1978Nosotros conocimos y empezamos a amar África en 1977, cuando Jesús, un anestesista algo loco del HVH, nos convenció para que lo acompañáramos a buscar fósiles de dinosaurios en las planicies de un entonces inimaginable lugar llamado Chad. A Chad no llegamos, pero aquella primera travesía del desierto del Sahara –de Orán a Tamanraset ¡ida y vuelta! en un destartalado aunque autosuficiente Land Rover– nos marcó para siempre.

Éramos muy jóvenes y el desierto se convirtió en el paisaje de nuestra vida, por encima de todo y comparable a nada. Y creo que la insondable sensación de vacío cósmico -interior y exterior, como si fuera lo mismo- que sentí allí, en medio de aquella nada, es lo más parecido a un sentimiento religioso que he tenido nunca.

Después de aquel iniciático viaje vinieron muchísimos más a lo largo y ancho del continente, a algunos de los cuales no me permitieron ir mis incipientes obligaciones maternales pero que, entre lactancias y pañales, viví con la misma intensidad y entusiasmo que sus participantes.

Hasta su fallecimiento en el año 2000, el alma de estos viajes fue un lujo llamado Ángelo Gutt -como gustaba autodenominarse-, el amigo que amaba África con pasión desmesurada y que lo sabía todo sobre ella (y cuando digo todo, quiero decir todo), hasta el punto de que en la primera página de su libro África entrañable copió estas palabras de una canción de Cecilia “quiero ser tu tierra, quiero ser tu hierba, cuando yo me muera”.

He revivido todos estos recuerdos africanos tras la noticia de la muerte de Sidney Pollack, alguien que también debía amarla mucho, pues sino ¿cómo habría podido hacernos un regalo como Memorias de África? La mejor África posible Fuera de África.

[Dedicado a Jesús, Ángel, Sidney, Karen y Luis.]

6 comentarios:

El Escondrijo dijo...

Elena:

Lamento haberme desaparecido por este buen tiempo. Sin embargo, debo decirte que he seguido visitando regularmente y con felicidad tu blog, que siempre es un buen postre. Te platico que, aunque no mantendré la actividad anterior en mi blog, empezaré a aportar un poco más.

Un saludo,

Héctor

Anónimo dijo...

Héctor, hace poco descubrí que habías vuelto y, además, con Bolaño (mi asignatura pendiente), cosa que te quería haber comentado (y ahora acabo de descubrir que Andrés se ha adelantado! ;)

Espero que todo esté bien para ti, que si piensas volver a desaparecer al menos avises a los amigos, y que podamos seguir platicando como si nos conociéramos de toda la vida, que es lo que tiene esto de los blogs. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Pero... esta Africa que aquí cuentas, ¿no sería más la del paciente inglés que out of Africa? ¡Abrazos! Am

Anónimo dijo...

Es cierto que en El paciente inglés hay mucho más desierto que en la Kenia de los cafetales, pero a mí El paciente me debió pillar en un mal momento porque tanto la peli como sus desiertos me parecen falsos y maquillados. En cambio, Memorias de África, Karen, Denys y los kikuyos, me emocionan siempre.

Y para desiertos, desiertos, en cine, Lawrence de Arabia. Sin duda.

Manuel Márquez dijo...

Qué envidia, compa Elena (y de la buena, de la de verdad, de la cochina), lógica en alguien que ha viajado tan poquito, respecto a tu amplia experiencia africana. En mi caso, apenas conozco, y poquito, Marruecos -al que, por cierto, estoy deseando volver: me encantó...-. Eso sí, Memorias de África, una hermosa película; quizá no una gran peli, pero sí un auténtico festín visual, desde luego.

Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

La verdad es que me sabe mal hablar de un concepto tan romántico de África y frivolizar sobre un territorio tan desdichado en todos los sentidos (menos en el de su belleza). Supongo que es muy egoísta echar de menos el África colonial, o añorar las aventuras de los grandes viajeros occidentales del siglo XIX, aunque, desgraciadamente, no creo que África esté ahora mucho mejor que entonces.

Para compensar, y para ayudar a comprender la situación actual, recomiendo el libro África, pecado de Europa de Luis de Sebastián (Editorial Trotta, 2006). Indispensable.

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