Fernando Savater, El País, 16/03/2010
“Hace varios lustros asistí en la Universidad de Minnesota a un congreso sobre las nacionalidades en la España actual (o sea, en la de entonces que es también la de ahora, agravada). Asistían representantes de cada una de ellas y también algunos españoles que nos considerábamos "sin" -como las cervezas de 0'0 alcohol- frente a la borrachera identitaria reinante. Se profirieron las habituales quejas sobre la marginación de sus lenguas por parte de nacionalistas catalanes, vascos y gallegos, mejor o peor justificadas. Pero la temperatura del simposio subió hasta el acaloramiento dramático cuando intervino el representante andaluz, que era un poeta si no recuerdo mal. Sostuvo que la situación de su nacionalidad era más desesperada y agónica que las otras, "porque nosotros no tenemos lengua propia". ¡Quién lo hubiera dicho! Recordando mi última visita a Sevilla y a mi padre granadino, que hablaba con razonable fluidez, pensé: "¡Pues se la habrá comido el gato!".
Me ha venido a la memoria esa ocasión americana al leer el mes pasado en Deia la "Carta abierta a Joseba Arregui" (10-2-2010) del señor Marín Guruceaga, profesor y físico. Entre otras cosas jugosas y dignas de comentario, dice: "Por mi parte no hablo mi propia lengua -el euskera- pero te garantizo que he colaborado, a lo largo de toda mi vida profesional, para que muchos y muchas la aprendieran". Y después continúa, algo contrito: "Mis clases las imparto en castellano. No leo poesía en la lengua de Orixe, pero disfruto oyendo a los bertsolaris, con la inestimable ayuda de un traductor". Se nota la incomodidad que esta declaración causa al señor Marín Guruceaga, pero a mí me deja un tanto asombrado. ¿Cómo puede ser que alguien no hable su lengua propia? ¿Por qué la llama "propia" si no la habla? ¿Cómo denomina entonces a la lengua que realmente habla? No discuto el interés que siente por el euskera y su promoción, que me parece muy respetable, pero que lo tenga por su lengua propia será algo quizá políticamente explicable aunque en el campo estrictamente idiomático resulta desde luego... impropio. Y hasta descortés, digo yo, con la lengua que efectivamente es la suya.
Se trata sin embargo de un equívoco que no cesa de extenderse. Por lo visto -en Euskadi, Cataluña, Galicia y otras autonomías en busca de algo irreductible que vender en el mercado de las identidades- los nacionalistas y asimilados llaman "lengua propia" no a la materna o a la que la gente prefiere hablar, sino a la que ellos consideran apropiada para consolidar la singularidad del miniestado que quieren administrar. Así se explica la inmersión lingüística, las disposiciones coactivas sobre rotulación de comercios o doblaje de películas, los Parlamentos autonómicos en los que se prefiere chapurrear malamente a hablar en castellano y tantas otras cosas: hay que convertir por las buenas o por las malas lo políticamente apropiado en lingüísticamente propio. Si no se toman las medidas adecuadas, la gente puede equivocarse de lengua, preferir la común del Estado o la que mayores posibilidades de entendimiento universal ofrece, dejar en segundo lugar a la que más conviene a los gestores de su campanario. Si la desafección de los hablantes no garantiza la hegemonía cultural que se busca -diferencial e identitaria- hay que asegurarla por la vía institucional, caiga quien caiga: al final el rostro remiso terminará pareciéndose a su retrato preestablecido, faltaría más.”
Me ha venido a la memoria esa ocasión americana al leer el mes pasado en Deia la "Carta abierta a Joseba Arregui" (10-2-2010) del señor Marín Guruceaga, profesor y físico. Entre otras cosas jugosas y dignas de comentario, dice: "Por mi parte no hablo mi propia lengua -el euskera- pero te garantizo que he colaborado, a lo largo de toda mi vida profesional, para que muchos y muchas la aprendieran". Y después continúa, algo contrito: "Mis clases las imparto en castellano. No leo poesía en la lengua de Orixe, pero disfruto oyendo a los bertsolaris, con la inestimable ayuda de un traductor". Se nota la incomodidad que esta declaración causa al señor Marín Guruceaga, pero a mí me deja un tanto asombrado. ¿Cómo puede ser que alguien no hable su lengua propia? ¿Por qué la llama "propia" si no la habla? ¿Cómo denomina entonces a la lengua que realmente habla? No discuto el interés que siente por el euskera y su promoción, que me parece muy respetable, pero que lo tenga por su lengua propia será algo quizá políticamente explicable aunque en el campo estrictamente idiomático resulta desde luego... impropio. Y hasta descortés, digo yo, con la lengua que efectivamente es la suya.
Se trata sin embargo de un equívoco que no cesa de extenderse. Por lo visto -en Euskadi, Cataluña, Galicia y otras autonomías en busca de algo irreductible que vender en el mercado de las identidades- los nacionalistas y asimilados llaman "lengua propia" no a la materna o a la que la gente prefiere hablar, sino a la que ellos consideran apropiada para consolidar la singularidad del miniestado que quieren administrar. Así se explica la inmersión lingüística, las disposiciones coactivas sobre rotulación de comercios o doblaje de películas, los Parlamentos autonómicos en los que se prefiere chapurrear malamente a hablar en castellano y tantas otras cosas: hay que convertir por las buenas o por las malas lo políticamente apropiado en lingüísticamente propio. Si no se toman las medidas adecuadas, la gente puede equivocarse de lengua, preferir la común del Estado o la que mayores posibilidades de entendimiento universal ofrece, dejar en segundo lugar a la que más conviene a los gestores de su campanario. Si la desafección de los hablantes no garantiza la hegemonía cultural que se busca -diferencial e identitaria- hay que asegurarla por la vía institucional, caiga quien caiga: al final el rostro remiso terminará pareciéndose a su retrato preestablecido, faltaría más.”
7 comentarios:
¿Volverá alguna vez a ser el sentido común el más común de los sentidos?
Creo que no.
Desgraciadamente crees bien, Sister: vamos para atrás. O como diría más elegantemente (brother) Will citando a Einstein: "Sólo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana... y de la primera no estoy seguro".
Hola Elena,
Soy gallego y no soy nacionalista.Considero como lenguas propias tanto el gallego como el castellano, aunque como materna solo al gallego. Digo esto, porque es la lengua propia del lugar donde vivo, al igual que la lluvia, la catedral de Santiago, nuestra gastronomía, nuestra manera de entender las cosas. Creo que la propia cultura de una región, comunidad o país, es algo que se debe cuidar para que no se pierda. Creo que es labor de las instituciones públicas velar por todo este patrimonio.
Espero que no te cieguen nis las declaraciones de los fundamentalistas como son las de Sabater y las de muchos nacionalistas. Lo único importante es ser tolerante.
Un abrazo,
RATO
Gracias por tu comentario, Rato.
Totalmente de acuerdo contigo en la tolerancia: la libertad de uno acaba donde empieza la del otro. Por eso nunca intentaré convencer a nadie de nada. Ni siquiera a mí misma.
Por lo demás, los que no nos sentimos de ningún sitio (y eso me ha recordado No soy de aquí ni soy de allí), es lo que tenemos: nos gusta montar en bicicleta y perseguir a Manuela.
Es broma.
Otro abrazo.
Elena
¿Quién es Manuela? :)
NO SOY DE AQUÍ NI SOY DE ALLÁ
(Facundo Cabral)
'Me pongo el sol al hombro
y el mundo es amarillo
y si llueve, me mojo,
y no me enojo por que no encojo.'
'Una lechuga me basta y sobra
para hacer sombra
y qué me importa si no me nombran'.
'Limpio mi vagón de carga,
duermo una semana larga,
como una porción de pizza
y me vivo de la risa.'
'Me gusta andar
pero no sigo el camino
pues lo seguro ya no tiene misterio,
me gusta ir con el verano muy lejos
para volver donde mi madre en invierno
y ver los perros que jamás me olvidaron
y los abrazos que me dan mis hermanos,
me gusta, me gusta.'
Me gusta el sol, Alicia y las palomas,
el buen cigarro y las malas señoras,
saltar paredes y abrir las ventanas
y cuando llora una mujer.
Me gusta el vino tanto como las flores
y los conejos pero no los tractores,
el pan casero y la voz de Dolores
y el mar mojándome los pies.
No soy de aquí ni soy de allá
no tengo edad ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad,
no soy de aquí ni soy de allá,
no tengo edad ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad.
Me gusta estar tirado siempre en la arena
o en bicicleta perseguir a Manuela
o todo el tiempo para ver las estrellas
con la María en el trigal.
RATO: Somos habitantes del planeta Tierra. Un hermoso lugar, sí, pero muy pequeñito. Un lugar perdido en una galaxia, que, siendo enorme, es también pequeña si la comparamos con la magnitud del Universo.
Y estamos aquí de paso, y tenemos el planeta en usufructo, no es nuestro. NADA ES NUESTRO. No tenemos NADA.
Y nos hemos creado una serie de cosas para diferenciarnos, para marcar territorios, ¡qué risa, territorios! ¿Qué territorios? ¿Qué banderas? Mira una foto de la Tierra desde el espacio. Mira una foto de la galaxia.
Y esas diferencias nos valen para odiarnos, para sentirnos diferentes y superiores a los que no TIENEN lo que tenemos nosotros: una identidad, una lengua, una tierra, una bandera, una religión, una cultura...
Si no fuera tan patético daría risa. Pero no la da. No la da porque sólo sabemos odiarnos: odiarnos por creernos diferentes y superiores; diferentes y maltratados; diferentes y separados; diferentes e insultados.
Y muchos se matan por ello: “Mi dios es mejor que el tuyo y vamos a matarnos en masa para demostrarlo”. O también: “Una vez alguien de tu “pueblo” me impidió hablar en una lengua y ahora vosotros vais a pagar por ello”.
Deberíamos pensar a nivel, si no de Universo, porque no podemos asimilar ese concepto por su enormidad, sí a nivel de planeta. Pero nunca a nivel de individuo, de raza, de religión o de nacionalidad, porque repito: no tenemos NADA y no somos CASI NADA.
Estamos TODOS HECHOS DE LO MISMO, somos, como alguien dijo "polvo de estrellas". La materia cósmica es nuestra naturaleza. Los astros son nuestros padres comunes. Todos iguales. Todos exactamente iguales.
Ni dios, ni patria, ni bandera, ni lengua.
Y más nos vale no seguir buscando motivos para odiarnos.
Publicar un comentario