«Pero para esto habría que estar, volver a Barcelona, a la Vía Augusta, cerca de la calle Marià Cubí. La calle que Sébastien Heayes considera, consideró du- rante un tiempo, la más bonita de Barcelona.» (pp. 47- 48) «A raíz de sus vagan- bundeos nocturnos, Sé- bastien Heayes considera la calle Marià Cubí una de las más bellas de Bar- celona. Parte de la Vía Augusta, que uno quisiera evitar (...) Este breve peregrinaje nos alejará y nos retrasará en nuestro deambular a lo largo de la calle Marià Cubí, consi- derada la más bella de Barcelona.» (pp. 103-104) |
«Para entonces estaba ya lo bastante alcoholizado, desinhibido, y paraba un taxi en las Ramblas para que me llevase a la parte alta de la ciudad, exactamente a la calle Marià Cubí, que se encuentra subiendo por la Vía Augusta a la izquierda (...) En aquella calle que por lo demás no tenía nada especial había cinco burdeles, o bares de chicas, o clubs, puticlubs, como se quieran llamar, que era lo que me atraía como un imán. En los alrededores también había algunas saunas, donde las chicas te recibían en braguitas y se pasaba directamente al acto sexual, sin preámbulos, sin palabras, pero aquello no me interesaba: incluso con las prostitutas necesitaba soñar. Sin embargo, a algunas de estas chicas el acto sexual sin preámbulo, sin la prostitución del lenguaje, les parecía menos envilecedor. Hacía un alto en el Más i Más, frente a la discoteca pija L'Atmosfera, donde ingurgitaba un último gin-tonic para desinhibirme del todo antes de lanzarme al asalto; se trataba de un bar pequeño y moderno (...)
De los cinco burdeles de la calle Marià Cubí, yo elegí como cuartel general el Preston, sobre todo por su discreta entrada. Invitaba a todas las chicas, una detrás de otra, a beber una copa, así que en aquel burdel regido por gallegos se me trataba muy bien.» (pp. 136-137)
Alexandre Diego Gary S. o la esperanza de vida (S. ou l'espérance de vie, 2009) Trad. Ignacio Vidal-Folch / Galaxia Gutenberg, 2010 |
sábado, 15 de diciembre de 2012
Esperanza de vida en la calle Marià Cubí
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«Me quedé solo. Solo en Barcelona. Lo confieso sin ningún rubor: lo primero en que pensé no fue en el huracán que acababa de abatirse sobre mí, no pensé en la tristeza de perder a Nadia, en su dolor, en su locura. Pensé: estoy solo. No, lo que me parecía intolerable no era perder a Nadia, sino mi soledad y el miedo, la angustia que conllevaba. Y, como por un deslizamiento del terreno, el recuerdo de mi madre en la calle Vaneau, en el hotel De Suède, la última vez que la vi, acaparó mi atónita conciencia.
Por supuesto yo no sabía, no podía saber, que aquélla sería la última vez que la vería. Estaba serena. Acababa de vender deprisa y corriendo su piso de la calle del Faubourg Saint-Germain (...). Le pregunté qué pensaba hacer y me dijo que a lo mejor se iría a Barcelona, quizás para abrir un restaurante.»
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