«Retomé mi vida de siempre en el internado, hecha de estudio, de obediencia y de sombra. También de resignación, como si al fin hubiera entendido un antiguo secreto, que toda la vida era una larga, paciente espera.» |
Verde agua (Verde acqua, 1987) Marisa Madieri (1938-1996) Posfacio de Claudio Magris Trad. Valeria Bergalli Rev. Marta Hernández Minúscula, Barcelona, 2000 Colección: Paisajes narrados | |
«En cada palabra dada y recibida, en cada gesto y pensamiento, en cada fragmento incluso breve y casual de nuestra existencia y de la de los otros, hay algo de precario y algo de ineluctable, de caduco y de indestructible.» | ||
«Lloré la muerte de mis abuelos, el encarcelamiento de mi padre, la lejanía de mamá, el exilio y la soledad, la falta de besos, los agujeros en los zapatos, lloré el esfuerzo de crecer y la pena de existir.» | ||
«La profundidad del tiempo es una reciente conquista mía. En el silencio de la casa, cuando durante la mañana me quedo sola, reencuentro la felicidad de pensar, de recorrer el pasado adelante y atrás, de escuchar el fluir del presente. Es algo que pocas veces me había pasado antes. Después de una infancia satisfecha y sin problemas inmediatos, una adolescencia pobre e introvertida y una juventud empecinada, he llegado a una madurez en la que las cosas y los acontecimientos parecen tener un ritmo más lento, que permite la reflexión.» | ||
«Un día, mientras volvía de la playa antes que de costumbre, a causa de una breve y violenta tormenta de verano, y me encaminaba por la orilla a la parada del tranvía nº 6, saltando de un charco a otro para no mojarme las sandalias, me paré de improviso y vi sobre mí un cielo dilatado, cruzado por grandes nubarrones que el viento deshilachaba en largos hilos azules, parecidos a las nervaduras de la mesa de mármol de mi abuela paterna, y transportaba hacia un horizonte transparente como el cristal. En el fondo, al final del golfo, se recortaban nítidos y cercanos los contornos de las casas y del campanario de Pirano. Un poco más lejos, más allá de Istria, pensé, está mi ciudad, sobre la cual aquellos nubarrones llegarían pronto. Pero no sentí añoranza. Aquí había las mismas olas, el mismo cielo, el mismo viento. De repente me encontré en casa. Volví a correr, saltando, con el corazón lleno de alegría.» | ||
[fragmentos dispersos de Verde agua encontrados en la red] |
martes, 11 de junio de 2013
Verde agua, Marisa Madieri
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10 de agosto de 1984
En muchas de las fotografías que Paolo ha hecho durante las vacaciones aparece retratado Gusar, nuestro barquero, rey de las Assirtides, que nos lleva a las islas dispuestas como una guirlanda en torno a Cherso y Lussino, y nos concede los hechizos de aquella gran extensión azul.
Gusar es hijo del mar. Sus manos, hábiles como las de un malabarista, son grandes y callosas, sus ojos son como rendijas, móviles y claros. Su nombre verdadero es Tihomir, pero todos lo llaman Gusar, el Pirata. En invierno, durante los días más fríos, vive en Fiume con su hija y sus nietos, pero el resto del año vive en su barca sólida y vieja, un increíble miscrocosmos en el que se apiñan, en aparente desorden, los objetos más disparatados, que le permiten satisfacer todas las necesidades cotidianas y dialogar con el mar. De aspecto y de andares vagamente simiescos, Gusar tiene un alma noble y sabe hacerse querer por todos, sobre todo por los chicos, con los que juega de buena gana, desafiándolos en pruebas de fuerza y de destreza. Si bien gana lo justo con un trabajo duro, un poco llevando de paseo a los turistas y un poco pescando calamares, está siempre dispuesto a bromear y a canturrear, en compañía, canciones eslavas con su boca desdentada y su voz ronca. Cuando el sol arde implacable en el cielo, se enrolla una camiseta sucia alrededor de la cabeza, a modo de turbante, que le confiere un halo de exótica majestad.
Pero este año Gusar estaba de un humor diferente. Sufría de un persistente dolor de garganta, se dormía a menudo al timón y estaba distraído. Antes de nuestra llegada, la barca se había estrellado contra un escollo y la quilla se había dañado seriamente. En un bello primer plano, aparece erguido en la proa, achaparrado y robusto, con los brazos cruzados, la cabeza reclinada y los ojos cerrados. El Pirata está cansado.
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