«Nunca le había hablado su alumno de noviazgos. ¿Cómo ha guardado esto en secreto hasta el último momento...? ¿Quién va a ser su esposa...?
—No sé –contesta el joven—. No la conozco. Todo lo han arreglado mis padres, y fue ayer cuando me dijeron que debo casarme mañana. El japonés somete a su esposa a un régimen despótico, con arreglo a la tradición, y esta le obedece en todo, sin la más leve protesta. Es posible entre ellos un plácido compañerismo, un afecto tranquilo y fraterno, pero no el amor tal como se ve en novelas y dramas. Por esta razón la literatura occidental sólo empieza a ser comprendida un poco por los japoneses que viven a la moderna y han viajado. Los demás, al leer obras célebres en Europa que sistemáticamente tienen por base el amor, levantan los hombros y sonríen como en presencia de algo infantil, indigno de respeto. La geisha ha representado siempre para el padre de familia japonés la poesía de la vida, lo imprevisto y complicado que hace sufrir y proporciona el deleite al mismo tiempo; en una palabra, el amor. Tiene en su casa varias mujeres, por el privilegio de la poligamia, pero estas son abejas obscuras y laboriosas, dedicadas a la buena marcha del hogar. La geisha es como la hetaira griega, y a semejanza de los atenienses del tiempo de Pendes, el daimio, el samurái o el simple mercader han despreciado muchas veces a las hembras tranquilas y obedientes de su casa para ir en busca de la danzarina letrada, ingeniosa, maestra de buenas maneras y gran recitadora de versos.» (p. 75) |
«Al adoptar el Japón en nuestra época los progresos y usos de Occidente, necesitó como medida defensiva resucitar su antigua religión nacional, algo olvidada, y el culto de los Kamis tomó el nombre de sintoísmo. Este culto es algo superior que se sobrepone a las otras creencias y resulta compatible con todas ellas.
Un nipón puede ser budista, cristiano y hasta ateo, ejerciendo al mismo tiempo el culto sintoísta. En japonés, shinto significa «Camino de los dioses», y el nombre resulta apropiado, pues todos al morir en el Japón emprenden el camino para convertirse en dios. El sintoísmo es la religión de los muertos; pero los muertos japoneses no apartan sus espíritus de la tierra. En las demás religiones, cristianismo, mahometismo, etcétera, que proclaman la inmortalidad del alma, esta al separarse del cuerpo, va a habitar determinadas regiones, de felicidad o de expiación, celestiales o infernales, lejos de nuestro mundo. Para los japoneses, las almas de los muertos no se alejan de nuestro planeta. Siguen en él, con una existencia invisible para nuestros ojos, pero material, como el aire o como el fuego. Viven alrededor de sus descendientes, les acompañan dentro de sus casas, residen en el altarcito de los Antepasados, y el japonés les ofrece arroz y sake, los saluda todas las mañanas y los consulta en momentos graves de su existencia. Cree firmemente que «los muertos mandan» porque son más numerosos que los vivos, y aglomerando sus experiencias saben más que estos. Los que aún están dentro de la vida se engañan cuando creen que sus actos son producto espontáneos de su voluntad. Los muertos les empujan sin que ellos lo sepan y les sugieren sus acciones. La devoción a la memoria de los Antepasados es, según los moralistas japoneses, «el resorte de todas las virtudes». [...] Este sintoísmo que acabo de describir en una forma sumaria, prescindiendo de las complicaciones y sutilezas niponas, es más grosero y material en el bajo pueblo, predispuesto siempre a las supersticiones. Los templos sintoístas, al tener sacerdocio y culto oficiales, adoptaron poco a poco muchas ceremonias de los bonzos. Los japoneses, al entrar en un templo sintoísta, dan dos palmadas para que acudan los dioses a escucharles, si acaso están distraídos o ausentes. Otras veces tiran de una cuerda al extremo de una campana, para atraer de igual modo la atracción divina.» (pp. 92-93) | |
V. Blasco Ibáñez (1867-1928) JAPÓN (1923) Ed. Gadir, 2013 193 p. 12 € |
lunes, 11 de noviembre de 2013
Blasco Ibáñez: Japón en 1923
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