viernes, 24 de enero de 2014

Ackerley and Friends

Young Ackerley with his father
«Aunque a lo largo de los años pasaron por mis manos doscientos o trescientos jóvenes, no me consideraba libertino sino monógamo, todo se debía a la mala suerte, y a medida que pasaba el tiempo más serio me volvía al respecto. Tal vez como reacción a las dificultades que había tenido en el colegio, en el ejército y en Cambridge, a la ansiedad, el nerviosismo, el sentido de culpa que me habían acosado en todo momento (aunque entonces no lo consideraba sentido de culpa, si es que realmente lo era), estaba elaborando teorías sobre la vida que me convinieran: el sexo era delicioso y tenía una importancia primordial, había que salvar al instante la distancia entre la boca y la entrepierna, había que desvestirse lo antes posible, nada de hacer la corte y de tonterías, nada de andarse, por así decirlo, con rodeos, la manera más rápida, quizá la única, de conocer a alguien a fondo era estando desnudo con él en la cama, porque ambos quedaban entonces desprovistos de todo disfraz o pretensión, todas las cartas se ponían boca arriba y uno podía saber si se trataba del Amigo Ideal.
      Dudo que llegara nunca a formular lo que quería decir con lo del Amigo Ideal, pero ahora que han pasado los años creo que, en retrospectiva, podría describirlo de una manera en parte negativa enumerando algunos de los muchos motivos de descalificación. No debía ser afeminado, de hecho mejor que fuera normal; no excluía que fuera instruido, pero no quería especialmente que lo fuera, la instrucción la podía aportar yo y era algo que siempre había resultado un obstáculo para la persona amada; debía aceptarme a mí y a nadie más; debía resultarme atractivo físicamente y ser más joven que yo: cuanto más joven mejor, porque más inocente podría ser; por último debía ser más bien bajo, sensual, circunciso, sano físicamente y limpio: ni fimosis ni halitosis ni bromidrosis. Cabe pensar que me había impuesto a mí mismo una tarea tan difícil de realizar que equivalía casi a negarme a propósito toda posibilidad de éxito; cabe pensar también que la razón de que buscara a esa persona no dentro de mi propia clase social sino entre la clase trabajadora, pero siempre en pos de esa inocencia que en mi propia clase me había sido imposible tocar, era que el sentido de culpa que tenía con respecto al sexo me obligaba a desahogarlo en los que eran inferiores a mí socialmente. Esto no me lo he planteado hasta hace poco y puede que sea cierto, no lo tengo del todo claro; si alguien me lo hubiera hecho ver entonces, probablemente habría dicho que los chicos de la clase trabajadora eran menos reservados y más comprensivos, y que la amistad con ellos permitía conocer aspectos de la vida interesantes y hasta entonces desconocidos.» (pp. 127-128)
J.R. ACKERLEY
Mi padre y yo (My Father and Myself, 1968)
Trad. Rafael Ruiz de la Cuesta
Anagrana 1991

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