«Estoy deseando aprender a leer, deseando entender esas largas historias sin imágenes que le apasionan {madre}. Llega un día en que las palabras de sus libros pierden la pesadez balbuceante. Y se produce el milagro, ya no leo palabras, estoy en América, tengo dieciocho años, criados negros y me llamó Scarlett, las frases se echan a correr hacia un final que me gustaría retrasar. Se llama
Lo que el viento se llevó. Ella exclamaba a las clientas "¿se dan cuenta de que sólo tiene nueve años y medio?", y a mí me decía "¿está bien, a que sí?" Yo contestaba "sí". Nada más. Nunca supo explicarse muy bien. Pero nos entendíamos. A partir de aquel momento hubo entre nosotras esas existencias imaginarias que mi padre ignora o desprecia según los días "perder el tiempo con esas mentiras, hay que fastidiarse". Ella le replicaba que era pura envidia. Le presto mi "Bibliothèque verte",
Jane Eyre y
Poquita cosa, ella me pasa la revista
La Veillée des chaumières y le robo del armario los libros que me prohíbe,
Una vida o
Los dioses tienen sed. Contemplábamos juntas el escaparate de la librería de la Place des Belges, de vez en cuando me proponía "¿quieres que te compre uno?" [...] Me prometía para más adelante un libro bellísimo,
Las uvas de la ira y no sabia o no quería contarme lo que había dentro, "cuando seas mayor". Era magnífico tener una bella historia que me esperaba, hacia los quince años, como la regla, como el amor. Entre todas las razones que tenía para querer crecer estaba la de tener derecho a leer todos los libros. Bovaries de barrio, señoras cegadas por sueños estúpidos.» (págs. 32-33)
2 comentarios:
Un gran descubrimiento.
Ana Matellanes dixit en koratai:
- Annie Ernaux construye un fresco asfixiante de la vida de provincias.
- Annie Ernaux escribe “a cuchillo”, de manera cruda y, quizá por ello, auténtica.
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