«Cuando le dije a Stuart que jugaba a tirarle cosas y me las devolvía, durante un tiempo no me creyó. Con los azores no se juega. Nadie lo hace. Pero tuve que hacerlo, para aliviar el frío. Porque los demás cetreros con azores tienen, además, personas en sus vidas. Para ellos sus azores son un pequeño fragmento de naturaleza salvaje, un contrapeso a su domesticidad; en los bosques con sus aves, los demás cetreros entran en contacto con sus almas solitarias y sangrientas. Pero luego vuelven a casa y cenan, ven la televisión, juegan con sus niños, duermen con su pareja, se despiertan, hacen té y se van a trabajar. Es necesario un equilibrio, como suelen decir. Yo no tengo ese equilibrio, solo tengo la parte salvaje. Y ahora ya no la necesito. No estoy ahogada por la domesticidad. Carezco de ella. No siento ninguna necesidad, ahora mismo, de sentirme próxima a una criatura de los oscuros bosques del Norte, un animal de ojos siniestros y muerte en las garras. Las manos están hechas para que las sostengan otras manos. Los brazos están hechos para abrazar fuerte a otras personas. No para romper el cuello a conejos, arrancar manojos de vísceras y echarlas en la hojarasca para que el azor meta la cabeza y beba la sangre de la cavidad torácica de su presa. Contemplo todas estas cosas y mi corazón se vuelve sal. Todo está atascado en un presente eterno. El conejo deja de respirar, el azor come, las hojas caen, las nubes pasan sobre mi cabeza. Un coche circula por el campo, y hay gente dentro, seguros en su camino a alguna parte, |
con la vida arropándoles como un cálido abrigo. Los sonidos de los neumáticos se apagan. Una garza dibuja un arco en el cielo. Veo al azor picotear, rasgar y arrancar la carne de la pata delantera del conejo. Siento pena por el animal. El conejo nació y creció en el campo, alimentándose de dientes de león y hierba. Se rascaba la mandíbula con la pata y daba saltos. Tuvo conejitos. El conejo no sabía lo solo que estaba; vivía en una madriguera. Y ahora no es más que una combinación cuidadosamente ensamblada de diversos tipos de comida para el azor que pasa las tardes viendo la televisión desde el suelo de mi salón. ¡Todo es tan endemoniadamente misterioso! Pasa otro coche. Rostros en el interior se vuelven a mirarme acuclillada junto al conejo y el azor. Parece como un cuadro en un santuario de carretera. Pero no estoy segura de para qué es el santuario. Soy una atracción de carretera. Soy muerte para la comunidad. Ese no es el tema. ¿Es que hay un tema? White dijo que adiestrar un azor era como el psicoanálisis. Dijo que entrenar un azor era como adiestrar a una persona que no era humana, sino un ave de presa. Ahora veo que tengo más de conejo que de azor. Vivir con un azor es como adorar un témpano de hielo, o una ladera de rocas desprendidas azotadas por el frío viento de enero. Es la lenta expansión de una astilla de hielo en tu ojo. Amo a Mabel [el azor], pero lo que hay entre nosotras no es humano.» (págs. 289-290) |
Helen MacDonald H de HALCÓN [H is for Hawk, 2014] Trad. Joan Eloi Roca Ático de los libros, 2015 [una lectura casi salvaje]
· by Jacinto Antón · Cetrería · T.H. White |
2 comentarios:
"Una parte profunda de mí intentaba reconstruirse, y el modelo para esa reconstrucción estaba posado en mi puño. El azor era todo lo que yo quería ser: solitario, sereno, libre de pesar e inmune a los sufrimientos de la vida.
Me estaba convirtiendo en un azor." (pág. 117)
The Eagle Huntress.
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