Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973)
NUESTRA PARTE DE NOCHE
Anagrama, 2019 - 680 págs. - inicio
— A Nadal Suau le ha gustado
— A Carlos Pardo, también
[no se (me) acababa nunca]
«Vamos a ver, dijo su padre, y cuando llegaron a las rejas, cerradas con candado, le dijo pasá hijo, pasá si podés, y Gaspar, confundido, le devolvió la caja donde estaba su madre y, cuando intentó empujar la puerta, se dio cuenta de que no necesitaba una llave, que si quería abrirla sencillamente la abría y cómo era posible eso no había manera de entenderlo, pero de pronto la reja estaba abierta y solamente la había tocado —y había pensado, sí, había pensado en que podría abrirla— y su padre lo siguió sin decirle nada, como si fuese lo más normal del mundo, y del otro lado, entre pastos altos y sobre un camino embarrado, los charcos brillantes como espejos bajo la luna, le tomó la cara entre las manos, se agachó para mirarlo a los ojos y le acarició el pelo, la caja estaba en el suelo, entre los dos, y le dijo tenéis algo mío, te dejé algo mío, ojalá no sea maldito, no sé si puedo dejarte algo que no sea oscuro, nuestra parte de noche. Esto me gusta, dijo Gaspar, y su padre le contestó claro que te gusta, porque ahora nada puede lastimarte. ¿Nada? Ahora mismo, nada. [...] Gaspar se animó a preguntar, envalentonado, por las cenizas y la luna, si esas cosas lo habían enfermado. Ese tipo de esfuerzos. Abrir puertas de esa manera. ¿A mí?, preguntó su padre. No, la enfermedad en todo caso me detuvo. Eso tengo que agradecerle. Soy tu padre porque estoy enfermo. Sano, no sé qué habría pasado.» (págs. 301 y 303)
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