José Carlos Llop (Palma, 1956)
REYES DE ALEJANDRÍA
Alfaguara, 2016 - 184 págs. - fragmentos - Bibl. Lesseps
— Hay fe de vida, Anna Rodríguez Fischer
— Conato de obra generacional, Francesc (ULAD)
— Vigorosa crónica generacional, S. Sanz Villanueva
[escritura de la memoria]
«Y esa casa más cerana era la poesía de Ferrater, nuestro Pavese. La mirada inteligente sobre la literatura, la sombra feliz de la poesía anglosajona, el complicado amor de las mujeres, en plural y quizá por eso más complicado, y una debilidad final en Pavese que se alia con la decisión irrenunciable de Ferrater. Los años que viví en Barcelona, su presencia era aún muy potente. Hacía dos que se había suicidado y seguía siendo el tótem de a tribu, no sólo de los poetas. Vivía Foix -nuestro vecino en Sarrià, con sus corbatas tan llamativas como los títulos de sus poemas-, vivía Gil de Biedma, vivía Espriu, todavía vivía allí Vinyoli -tan ferrateriano- y estaban Gimferrer, que se había estrenado en catalán con un libro tan impecable como Els miralls [...], pero la presencia de Ferrater, tras la bolsa de plástico o sin ella y con gafas de sol que le daban cierto aire de avispa, era ineludible y marcaba los límites, con tanta luminosidad como contundencia, del territorio. Un territorio poético que lo era también moral. Les dones i els dies, sí, las mujeres y los días o el diario de un amante vitalista y su visión del mundo, pero también la inteligencia y unos modos de la sensibilidad que desaparecerían pronto. O que solo permanecerían, algunos, en Vinyoli, ya lo dije, y otros en el poeta catalán que más me gusta de entre mis contemporáneos, Francesc Parcerisas. Hablo de poetas, no de copistas, ni de epigonales, que tanto florecieron después.
Un poeta es un piel roja agachado sobre el suelo, escuchando el latido de la tierra, el latido del mundo y toda la poesía de occidente procede del amor cortés. Eso pensé mientras escuchaba el delirio de Leopoldo María Panero en Vinçon [...]» (págs. 114-115)
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