«Poco a poco había ido acercándome a Marguerite, había pasado mis manos en torno a su cintura y sentía su cuerpo flexible apoyarse ligeramente en mis manos entrelazadas. —¡Si supiera cuánto la quiero! —le dije en voz muy baja. —¿De veras? —Se lo juro. —Bueno, pues, si me promete no hacer más que mi voluntad sin decir una palabra, sin hacerme una observación, sin preguntarme nada, tal vez pueda llegar a amarlo. —¡Todo lo que quiera! —Pero le advierto que quiero ser libre de hacer lo que me parezca, sin tener que darle la menor explicación sobre mi vida. Hace tiempo que busco un amante joven, sin voluntad, enamorado sin desconfianza, amado sin derechos. Nunca he podido encontrar uno. Los hombres, en vez de estar satisfechos de que se les conceda durante mucho tiempo lo que apenas hubieran, esperado obtener una vez, piden cuentas a su amante del pasado, del presente y hasta del futuro. A medida que se acostumbran a ella, quieren dominarla, y, cuanto más se les da todo lo que quieren, tanto más exigentes van haciéndose. Si ahora me decido a tomar un nuevo amante, quiero que tenga tres cualidades poco frecuentes: que sea confiado, sumiso y discreto. —Bueno, pues yo seré todo lo que usted quiera. —Ya lo veremos.» (p. 112) | |
«—Escúchame —le dijo Marguerite—, dile siempre a ese imbécil que no estoy o que no quiero recibirlo. Ya empiezo a estar harta de ver sin cesar a esa gente que viene a pedirme lo mismo, que me pagan y que se creen en paz conmigo. Si las que se inician en nuestro vergonzoso oficio supieran lo que es, preferirían antes hacerse doncellas. Pero no; la vanidad de tener vestidos, coches, diamantes nos arrastra; te crees todo lo que oyes, pues la prostitución tiene su fe, y el corazón, el cuerpo, la belleza se te van desgastando poco a poco; te temen como a una fiera, te desprecian como a un paria, estás rodeada de gente que siempre se lleva más de lo que te da, y un buen día revientas como un perro, después de haber perdido a los demás y haberte perdido a ti misma.» (p. 124) | |
«Un día un joven pasa por una calle, se cruza con una mujer, la mira, se vuelve, sigue adelante. Aquella mujer, que él no conoce, tiene placeres, penas, amores, en los que él no tiene nada que ver. Tampoco él existe para ella, y hasta es posible que, si le dijera algo, se burlase de él como Marguerite lo había hecho de mí. Pasan las semanas, los meses, los años y, de pronto, cuando cada uno ha seguido su destino en un orden diferente, la lógica del azar vuelve a ponerlos al uno frente al otro. Aquella mujer se convierte en amante de aquel hombre y lo ama. ¿Cómo? ¿Por qué? Sus dos existencias ya forman una sola; apenas se establece la intimidad, les parece que ha existido siempre, y todo lo que precedió se borra de la memoria de los dos amantes. Confesemos que es curioso.» (p. 135) | |
La Dame aux Camélias (1848). Alejandro Dumas (hijo). Trad. fragmentos: Emilio Pascual. |
viernes, 11 de mayo de 2012
LDdlC: Un chute de literatura romántica
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7 comentarios:
«Durante veinticinco días del mes las camelias eran blancas, y durante cinco, rojas; nunca ha logrado saberse la razón de aquella variedad de colores, que indico sin poder explicar y que los habituales de los teatros adonde ella iba con más frecuencia, lo mismo que sus amigos, habían notado como yo.» (p. 18)
«Entonces uno de los dos hombres extendió la mano, se puso a descoser el sudario y, agarrándolo por un extremo, descubrió bruscamente el rostro de Marguerite.
Era terrible de ver, es horrible de contar.
Los ojos eran sólo dos agujeros, los labios habían desaparecido y los blancos dientes estaban apretados unos contra otros. Los largos cabellos, negros y secos, estaban pegados a las sienes y velaban un poco las cavidades verdes de las mejillas, —y sin embargo en aquel rostro reconocí el rostro blanco, rosa y alegre que con tanta frecuencia había visto.» (pp. 58-59)
Y ahora el lúcido y recomendable chute de realidad del amigo Enric González en Jot Down: El naufragio.
Necrofilias aparte, es curioso que aquí se llame Margarita y en "La Traviata" se llame Violeta, flores ambas.
Y necrofilias sin apartar: lo de Enric González es terriblemente verdadero.
Y es monstruoso que unos tipejos que ganan varios millones de euros al año nos vengan diciendo que no llegamos y que tenemos que hacernos más recortes.
«Mañana haremos lo que hoy parece imposible.»
Pues no sé qué pensar.
Se trataría de derrocar la llamada "pandemia de pesimismo" antes de que nos trague a todos.
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