
[...]
En cierta ocasión, hace mucho tiempo, en los años sesenta, lo vi en el Westminster Hall de Londres. Yo había ido expresamente a Londres con ese propósito. Estaba allí sentado, muy dueño de sí mismo, un oráculo, con ese peculiar porte de la cabeza de los ciegos, que reaccionan al ruido. Más tarde leí en Cabrera Infante que el inexpugnable maestro había echado mano de un coñac gigantesco para darse valor. Se nos permitió hacer preguntas por escrito. Yo pregunté, pues por aquel entonces me preocupaba mucho, qué pensaba de Gombrowicz, quien ya desde hacía muchos años residía en el mismo Buenos Aires como exiliado voluntario. No dio ninguna respuesta. Tampoco podía agradarle mucho la filosofía de Gombrowicz de lo inacabado, lo inconcluso, lo inmaduro como condición suprema. Yo estaba allí como lector, y los lectores siempre quieren que los escritores que admiran también se admiren mutuamente, que Nabokov ame a Dostoievski y Krol a Slauerhoff. Pero las cosas no son así.» (p. 95)
Tumbas de poetas y pensadores (Gräber von Dichtern und Denkern, 2007). Cees Nooteboom. Fotografías de Simone Sassen. Trad. María Condor. Debolsillo, 2009 [+vídeo+]
No hay comentarios:
Publicar un comentario