"Desde el aeropuerto de Hiroshima, tuve una impresión muy concreta: no estábamos en 1989. Ya no sabía qué año era: por supuesto no estábamos en 1945, pero aquello parecía los años cincuenta o sesenta. ¿Acaso el choque atómico había ralentizado el curso del tiempo? No faltaban construcciones modernas, la gente vestía normalmente, los vehículos no diferían de los del resto de Japón. Era como si los seres vivieran con más intensidad que en otra parte. Vivir en una ciudad cuyo nombre significaba, para el mundo entero, la muerte, había exaltado en ellos una fibra viva (...)
El Museo de la Bomba me dejó estupefacta. Por más que los conozcas, los detalles de la cuestión superan la imaginación. Las cosas están presentadas con una eficacia que roza los límites de la poesía: se habla de ese tren que, el 6 de agosto de 1945, recorría la costa en dirección a Hiroshima, transportando, entre otros, a los trabajadores de la mañana. Con tranquilidad, los viajeros miraban la ciudad a través de las ventanillas de los vagones. Luego el tren entró en un túnel y, cuando salió, los trabajadores vieron que ya no quedaba nada de Hiroshima.
Paseando por las calles de aquella ciudad de provincias, pensé que la dignidad japonesa tenía allí su retrato más impactante. Nada, absolutamente nada, hacía pensar en una ciudad mártir. Me pareció que, en cualquier otro país, semejante monstruosidad habría sido explotada hasta la náusea. El capital de victimismo, tesoro nacional de tantos y tantos pueblos, no existía en Hiroshima (...)
A continuación, Rinri sacó de su bolsillo el libro de Marguerite Duras. Lo había olvidado. Me leyó en voz alta, de principio a fin, Hiroshima mon amour (...)
Lo más duro fue contener la risa cuando, irritado por la incomprensión, leyó: "Me matas, me haces bien." No lo decía como Emmanuelle Riva.
Dos horas más tarde, cuando terminó, cerró el libro y me miró:
-Magnífico, ¿verdad? -me atreví a murmurar.
-No lo sé -respondió, implacable.
No me iba a resultar tan fácil salir de aquella.
-Poner en un mismo nivel de igualdad a la joven francesa rapada durante la Liberación y al pueblo de Hiroshima, había que tener los bemoles de Duras para hacer eso.
-¿Ah, sí? ¿Eso es lo que significa? -preguntó Rinri.
-Sí. Es un libro que exalta el amor víctima de la barbarie.
-¿Y por qué la autora lo dice de un modo tan extraño?
-Es Marguerite Duras. Su encanto es que sientes las cosas sin que necesa- riamente las entiendas.
-Yo no he sentido nada.
-Sí, estabas enfadado.
-¿Es la reacción que busca?
-A Duras también le gusta. Es una buena actitud. Cuando terminas un libro de Duras, sientes frustración. Es como una investigación al final de la cual has entendido poco. Has entrevisto cosas a través de un cristal esmerilado. Te levantas de la mesa y todavía tienes hambre.
-Tengo hambre.
-Yo también."
NI DE EVA NI DE ADÁN
(Ni d'Ève ni d'Adam, 2007)
Amélie Nothomb
Trad. Sergi Pàmies
Anagrama, 2009
martes, 14 de mayo de 2013
"Me matas, me haces bien"
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