"Y, sin embargo, a primera hora de la mañana siguiente, para no darle tiempo de que la preocupación lo hiciera derrumbarse, llamé a mi padre y le endilgué mi perorata: le conté que mi abogada acababa de indicarme la conveniencia de que tuviera dispuesto un testamento vital, que me había explicado como funcionaba el asunto, que a mí me había parecido una buena idea y que le había pedido, ya que iba a hacer el mío, que hiciera también uno para él. Le dije: «Te voy a leer el mío. Escucha.» Y, por supuesto, su reacción no fue en absoluto la que yo había temido. ¿Cómo pudo olvidárseme? Estaba hablándole a alguien que se había pasado la vida tratando con otras personas precisamente de eso, de la cuestión en que menos quiere uno pensar. Cuando era pequeño y me llevaba consigo a la oficina, los sábados por la mañana, me decía: «Vender un seguro de vida es la cosa más difícil del mundo. ¿Sabes por qué? Porque tu cliente sólo puede salir ganando si se muere.» Mi padre era un hombre con Iarga y profunda experiencia en este tipo de contratos relativos a la muerte, estaba muchísimo más avezado a ellos que yo; y mientras le iba leyendo el texto por teléfono, me contestaba con tanta naturalidad como si le hubiera estado leyendo la letra pequeña de una póliza de seguros. —«Medios para la prolongación artificial de la vida que rechazo explícitamente —le leía—: a) La reactivación eléctrica o mecánica de mi corazón cuando haya dejado de latir.» —Ajá —dijo él. —«b) La alimentación por intubación nasogástrica», que lo alimentan a uno por la nariz, «en caso de hallarme paralizado o incapaz de alimentarme por la boca». —Ajá, sí. —«c) La respiración asistida cuando no pueda respirar por mis propios medios.» —Ajá. Seguí hasta el párrafo por el que mi hermano y yo quedábamos autorizados para tomar las decisiones médicas pertinentes, en caso de que él ya no pudiera tomarlas. Luego le dije: —¿Qué? ¿Qué te parece? —Mándamelo y te lo firmo. Y eso fue todo. Ahora, en lugar de sentirme hijo de agente de seguros, me sentía yo agente de seguros, como si acabara de venderle una póliza a un cliente que sólo muriéndose podía salir ganando." (pp. 204-206) |
PHILIP ROTH PATRIMONIO UNA HISTORIA VERDADERA (Patrimony. A true story, 1991) Trad. Ramón Buenaventura Seix Barral, 2003 DeBolsillo, 2012 |
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"El resto es literatura. (Muy buena, por cierto)" (El lamento de Portnoy, 1/8/05) |
martes, 4 de marzo de 2014
Philip Roth: Patrimonio. Una historia verdadera
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1 comentario:
¿Qué pensará el Sr. Roth de su boquica en la foto de portada?
Por otra parte, libro leído en enero 2004 (ya hace diez años!) que, según anoté al final, me sedujo y me abdujo. No lo recuerdo bien (no tenía blog entonces), pero es posible que este fuera mi primer Roth.
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