miércoles, 14 de enero de 2015

Julian Barnes: Niveles de vida (y de dolor)

«Estuvimos juntos treinta años. Yo tenía treinta y dos cuando nos co- nocimos, sesenta y dos cuando murió. El alma de mi vida; la vida de mi alma. Y aunque ella odiaba la idea de envejecer —a los veinte años pensaba que no pasaría de los cuarenta—, yo confié felizmente en la continuidad de nuestra convi- vencia: en que las cosas se vol- verían más lentas y sosegadas, en la rememoración conjunta. Me imaginaba cuidándola; hasta habría podido —aunque no lo hice— ima- ginarme, al igual que Nadar, que le retiraba el pelo de las sienes afá- sicas, que aprendía la función de la enfermera tierna (y carece de im- portancia el hecho de que ella hu- biera detestado esta dependencia). En cambio, desde un verano hasta el otoño siguiente hubo inquietud, alarma, miedo, terror. Pasaron 37 días desde el diagnóstico hasta la muerte. En todo momento procuré no mirar al otro lado, siempre intenté afrontarlo; y de ello nació una especie de lucidez demente. Casi todas las noches, cuando salía del hospital, me sorprendía miran- do con rencor a los pasajeros de un autobús que simplemente volvían a su casa al final de la jornada. ¿Cómo podían estar allí sentados ociosamente, ignorantes, con aquel perfil de indiferencia, cuando el mundo estaba a punto de cambiar?» Pat Kavanagh & Julian Barnes



Julian Barnes
Niveles de vida
(Levels of Life, 2013)
Trad. Jaime Zulaika
Anagrama, 2014
152 páginas




«No creo que volveré a verla. Nunca la veré, oiré, tocaré, abrazaré, escucharé, reiré con ella; nunca más aguardaré sus pasos, sonreiré al oír que se abre una puerta, acoplaré su cuerpo al mío, el mío al suyo. Tampoco creo que volveré a encontrarla en alguna forma desmate- rializada. Creo que la muerte es la muerte. Hay quien cree que el duelo es una especie de autocompasión violenta pero justificable; otros piensan que es simplemente nuestro reflejo en la mirada de la muerte; otros dicen que se apiadan del superviviente, porque es el que padece, mientras que la persona amada ya no sufre. Estos criterios intentan afrontar la aflicción minimizándola; y hacen lo mismo con la muerte. Es cierto que parte de mi congoja se centra en mí mismo —mira lo que me he perdido, mira cómo se ha empobrecido mi vida—, pero más, mucho más, y ha sido así desde el principio, en ella: mira lo que se ha perdido, ahora que ha perdido la vida. A veces da la impresión de que la propia vida es la que más ha perdido, la parte más perjudicada real- mente, porque ya no es objeto de la radiante curiosidad de mi mujer.»
(págs. 84-85 y 96)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Eros y Tanatos.

Anónimo dijo...

Brutal, no?

delesparaules

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