«Construyó su cabaña de unos seis metros por seis de planta. Primero tiró cuerdas y asentó unos cimientos de piedras dentro de un foso que cubría hasta la rodilla a fin de llegar por debajo de la línea de congelación. A continuación desbastó los troncos y los talló para dejarlos bien alineados los unos con los otros, haciéndoles muescas y apoyándose los más altos sobre la espalda para levantarlos hasta el lugar donde tenían que ir. En un mes había levantado cuatro paredes de más de dos metros y medio de alto. Las ventanas y el tejado los dejó para más adelante, cuando pudiera conseguir madera del aserradero. Echó su toldo de lona por encima del lado este para que no le entrara agua de la lluvia. No había hecho falta desbastar la madera porque de aquello ya se había encargado el fuego. Había oído decir que la madera de árboles muertos por el fuego era la que más duraba, pero la cabaña apestaba. Se dedicó a quemar montones de agujas de
pino de Banks en medio del suelo de tierra, intentando cambiar la naturaleza del olor, y al cabo de un tiempo le pareció que lo había conseguido.
A principios de junio apareció la perra de pelo rojizo, se asentó en un rincón y parió una camada de cuatro cachorros con bastante pinta de lobos» (págs. 64-65)
1 comentario:
Sobria historia de una especie de Jeremiah Johnson que no me ha llegado en absoluto.
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