«Allí en Argel, después de varios años de ejercer de reportero, empecé a darme cuenta de que iba por un camino equivocado. El camino de la búsqueda de imágenes espectaculares, de la ilusión de que es posible escudarse en la imagen para sustituir con ella el intento de penetrar más profundamente en la comprensión de la realidad, de que es posible explicarla tan sólo a través de lo que la imagen tiene a bien mostrar en los momentos de las convulsiones espasmódicas del mundo, cuando lo sacuden disparos y explosiones, cuando se llena de fuego y humo, de polvo y olor a chamusquina, cuando todo se desmorona no dejando piedra sobre piedra y sobre los cascotes se sientan personas desesperadas inclinándose sobre los cuerpos sin vida de sus allegados.
Pero, ¿cómo se ha producido tamaña tragedia? ¿Qué revelan estas escenas de aniquilación, llenas de gritos y de sangre? ¿Qué fuerzas subterráneas e invisibles al tiempo que poderosas e indómitas las han desencadenado? ¿Revelan el final de un proceso o, por el contrario, su inicio? ¿No augurarán acaso más conflictos y nuevos actos cargados de tensión? ¿Y quién se encargará de seguirlos? No lo haremos nosotros, los corresponsales y reporteros, pues apenas en el lugar de los hechos entierren a los muertos, apenas retiren de las calles los coches quemados y barran los cristales rotos, enseguida recogeremos nuestros bártulos para marcharnos allí donde se incendian coches, se hacen añicos los cristales de las vitrinas y se cavan tumbas para los muertos.
¿No sería posible salirse de este estereotipo, de esta sucesión de imágenes, para intentar llegar más allá? Al no poder escribir sobre tanques, coches quemados y escaparates rotos —pues no vi nada de esto—, y queriendo al mismo tiempo justificar mi arbitraria decisión de emprender aquel viaje, empecé a buscar el trasfondo y los resortes del golpe, intentando averiguar lo que escondía y qué significaba, para lo cual me puse a hablar con la gente, a observar sus rostros y comportamientos, a escrutar el lugar y, también, a leer; y todo con el fin —en una palabra— de intentar comprender algo.» (págs. 254-255)
Ryszard Kapuscinski Viajes con Heródoto [Podróze z Herodotom, 2004] Trad. Agata Orzeszek Anagrama, 2007 "El sentido de la vida es cruzar fronteras" |
3 comentarios:
Un texto estupendo, interesante, divertido... Una auténtica gozada estival extraída de la fraternal biblioteca de la Maneta :)
«En el bulevar de los Petroleros, Gulnara Guséinova cura a la gente con fragancia de flores. Quien está aquejado de esclerosis huele hokas de laurel. Quien sufre de hipertensión huele geranios. Romero es lo mejor para el asma. Las gentes vienen a Gulnara con una hoja del profesor Gasánov. EN dicha hoja, el profesor prescribe el nombre de la flor, así como el tiempo de aspiración. Los pacientes huelen sentados y, por lo general, unos diez minutos. Gulnara vigila que cada cual huela lo que debe; que un esclerótico, por ejemplo, no se ponga a oler romero. Las flores están colocadas en filas dentro de una caseta acristalada que lleva el nombre del gabinete de fitoterapia y que recuerda un invernadero. Gulnara me invita a sentarme y me dice que también yo huela algo. ¿Que si percibo la fragancia? No percibo nada. Pues claro que no: la flor no despide aroma así como así. Hay que mover el tallo para que sepa que alguien se ha interesado por ella. Solo entonces empieza a exhalar su perfume. Las flores nunca huelen para ellas mismas, sino siempre para alguien. Al sentir el tacto, la flor reacciona despidiendo fragancia; es ingenua y coqueta: quiere gustar a todos. "Camarads, ¡muevan las flores!", amonesta Gulnara a los ancianos sentados en el gabinete, que empiezan a agitar los tallos como si los sacudieran de hormigas.
Le pregunto a Gulnara, que es estudiante de medicina, si cree que una flor puede curara una persona. Y curarla no desde el punto de vista psíquico, pues tal posibilidad sí está demostrada, sino curarla físicamente, como por ejemplo conferir elasticidad a una célula en proceso de descalcificación. Gula ara se limita a sonreír. Sólo dice que viene a verla para tratarse gente de todo el mundo [...] Creo que a Gulnara le cautiva, igual que a mí, el cariz estético de este método, como también su amenidad y bondadosa sabiduría. A fin de cuentas, ¿qué ha de hacer el profesor con un anciano que lleva más de siete décadas a cuestas y que no se acuerda ni de cuándo nació? [...] ¿No es mas hermoso un ocaso que huele a flores que uno que hiede a cloroformo.» (pág. 63-64)
«Ni tan siquiera sé cómo se llama esta azerí. Aquí los nombres de las muchachas siempre están cargados de significado; los padres dan mucha importancia a la elección del nombre. Gulnara significa flor; Narguis, narciso; Bahar, primavera; Aydyn, clara. Sevil es el nombre que se da a una muchacha que ha enamorado a alguién. Después de la Revolución, me dice Valeri, la gente empezó a poner a la niña nombres de las cosas modernas que llegaban al campo. De ahí que haya muchachas que atiendan a nombres de Tractor, Naranjada, Chófer… Un padre, contando seguramente con una rebaja en los impuestos, puso a su hija el nombre de Finotdiel, que no es sino la abreviatura del Departamento de Finanzas (Finánsovy Otdiel).» (p. 67)
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