«Yo llego a las diez a la pequeña biblioteca y doy una vuelta por ella; los estantes de los libros están sumidos en una suave penumbra; las anchas y redondas pantallas blancas difluyen sobre los pupitres una claridad viva. Periódicos, libros, papeles se ven desparramados sobre las mesas, en ese desorden que sigue a las largas horas de trabajo. Pero yo no me intereso por los libros, por los papeles y por los periódicos; yo soy un hombre fiero que ya desdeña profundamente los libros y quiere a todo trance vivir la vida. "¿Para qué sirven los libros?", pregunto yo en mi fuero interno lanzando una mirada sobre estos volúmenes, desperdigados sobre las mesas que durante toda la tarde han sido leídos y releídos. "Gástese la primera estancia del bello vivir -dice Baltasar Gracián- en hablar con los muertos (es decir, leer); la segunda jornada se emplee con los vivos: ver y registrar todo lo bueno del mundo; la tercera jornada sea toda para sí: última felicidad, el filosofar." Y yo, que ya he leído millares y millares de libros y que he entrado en la segunda jornada de la vida, ¿será lógico que continúe pasando y repasando hojas ante un pupitre inmóvil, silencioso? No; yo, ahora, he de
registrar todo lo bueno del mundo, como dice el maestro. ¿Y qué es lo bueno que hay en este diminuto Ateneo? No es nada; pero yo doy otra vuelta, distraído, por la pequeña biblioteca, y después paso al salón de periódicos españoles. Tampoco aquí hay nada bueno: los periódicos españoles dicen siempre lo mismo. ¿Para qué vamos a leer los periódicos españoles? Y sigo hacia la sala de los periódicos extranjeros.
Yo los miro todos —ingleses, franceses, alemanes, italianos—, puestos sobre el ancho tablero. Acaso voy a coger alguno; tal vez voy a pensar que también los periódicos extranjeros dicen siempre lo mismo. Pero esta nebulosa del pensamiento no llega a condensarse en mi cerebro... En la mesa inmediata, allá en un extremo, en la semioscuridad grata de la sala, he visto un busto femenino, inclinado sobre una blanca hoja. Yo experimento un pequeño sobresalto... ¿será esto
todo lo bueno del mundo que yo iba buscando?» (de
IMPRESIONES DEL ATENEO, págs. 27-28)
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