jueves, 13 de agosto de 2015

Hans Fallada: Solo en Berlín

¡La Guerra de Hitler es la muerte de los trabajadores!
¡La Guerra de Hitler
es la muerte de los trabajadores!


Otto Hampel y Elise Hampel
Elise y Otto Hampel


Hans Fallada
SOLO EN BERLÍN
[Jeder stirbt für sich allein, 1946]
Trad. Rosa Pilar Blanco
[una obra maestra]
Maeva, 2011
552 págs. | 7 €


Hans Fallada (1893-1947)
«Después tomó la pluma y dijo en voz baja, pero con énfasis:
  —La primera frase de nuestra primera postal dirá: "Ma- dre: El Führer ha matado a mi hijo...."
  Anna volvió a estremecerse. Había algo tan infausto, tan tétrico, tan decidido en esas palabras que Otto acababa de pronunciar...   En ese instante comprendió que con esa primera frase él había declarado una guerra eterna y comprendió también de manera confusa lo que eso significaba: guerra entre ellos dos, unos pobres, pequeños, insignificantes trabajadores que con una palabra podían ser borrados para siempre, y al otro lado el Führer, el Partido, con su enorme aparato de poder y su esplendor y tres cuartas partes, incluso cuatro quintas partes del pueblo alemán detrás. ¡Y ellos dos allí solos, en esa reducida habitación de la calle Jablonski!
  Mira hacia el hombre. Mientras ella piensa todo eso, él ha llegado a la tercera palabra de la primera frase. Traza con infinita paciencia la «F» de Führer.
  —¡Déjame escribir a mí, Otto! —le ruega—. Lo haré mucho más deprisa.
  Primero él suelta un gruñido. Pero luego se lo explica.
  —Tu letra —le dice—. Más tarde o más temprano nos pillarían por tu letra. Ésta es una escritura caligráfica, son caracteres lapidarios... lo ves, una especie de letras de imprenta...
  Vuelve a enmudecer, continúa escribiendo. Sí, así se lo había imaginado. No cree haber olvidado nada. Conocía esa escritura caligráfica por los diseños de muebles de los interioristas, nadie notará en una letra así de quién procede. Como es natural, con las manos de Otto Quangel, poco acostumbradas a escribir, sale muy basta y maciza. Pero no importa, no lo delatará. Es más bien algo bueno, porque así la postal adquiere una cualidad de cartel que llama inmediatamente la atención. El hombre prosigue su labor con paciencia.
  Anna también se ha armado de paciencia. Comienza a hacerse a la idea de que será una guerra larga. Ahora se ha calmado en su interior, Otto lo ha pensado todo, Otto es de fiar, siempre, siempre. ¡Qué bien lo ha pensado! La primera postal de esa guerra tiene su origen en el hijo caído, habla de él. Un día tuvieron un hijo, el Führer lo ha asesinado y ahora escriben postales. Un nuevo período de la vida. Exteriormente nada ha cambiado. Tranquilidad en el hogar de los Quangel. Por dentro todo ha sufrido cambios radicales, ha empezado una guerra...
  Saca su cesto de costura y empieza a zurcir calcetines. De vez en cuando mira a Otto, que pinta sus letras despacio, sin acelerar nunca el ritmo. Casi después de cada letra estira el brazo, coloca la postal ante sus ojos y la contempla con los ojos entornados. Luego asiente.
Por fin le enseña la primera frase terminada. Muy grande, ocupa una línea y media de la postal.
  —¡No te cabrá mucho en una postal así! —comenta ella.
  —¡Lo mismo da! ¡Pienso escribir todavía muchas pos- tales como ésta! —le contesta.   —Una postal de esas requiere mucho tiempo.
  —Escribiré una, más adelante quizá dos cada domingo. La guerra todavía no ha terminado, los asesinatos no tienen fin.» (págs. 168-169)

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