«En el fondo de una calleja de terreros tejadillos,
el recio campanario de la Iglesia Vieja se perfila bravío.
Misterioso artista del Renacimiento ha esculpido en el remate,
bajo la balaustrada, ancha greca de rostros en que el dolor
se expresa en muecas hórridas. Y en la nitidez espléndida del cielo,
sobre la ciudad triste, estas caras atormentadas destacan como símbolo
perdurable de la tragedia humana.»
Azorín, La voluntad
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