miércoles, 25 de julio de 2018

La hermana menor, de Mariana Enriquez

Mariana Enriquez
LA HERMANA MENOR
Un retrato de Silvina Ocampo
Anagrama, 2018 - 192 págs. - fragmento
¿De qué se reirán esos idiotas?
[fascinante Silvina]
«También, claro, hay perversiones sueltas [en Y así sucesivamente]. La compositora muerta de cuyo cuerpo, ya en el ataúd, sale una melodía; el deseo de ser violada en «En el bosque de helechos»: «Tal vez me enamoré de un gladiador, que después de violarme bruscamente me regaló un caramelo. No había caramelos en esas épocas pero, por costumbre, llamo caramelos a todo lo dulce y pegajoso que hay en la naturaleza: un higo bien maduro, rojo como el corazón abierto de una niña.»

Un año después de Y así sucesivamente, en 1988, publicó su último libro de cuentos, Cornelia frente al espejo. Tenía ochenta y cinco años y ya sufría algunos síntomas de alzhéimer. Escribe Matilde Sánchez en «El etcétera de la familia», nota publicada en Clarín en julio de 2003: «Cornelia frente al espejo y Y así sucesivamente se caracterizan por su prescindencia olímpica de las mínimas convenciones literarias, como empezar y terminar el punto de vista en la misma persona. El largo relato que abre "Cornelia" es una obra teatral de un solo personaje desdoblado. Sus réplicas recuerdan alguna novela de Ivy Compton-Burnett y en algo a Maldición eterna aquien lea estas páginas de Manuel Puig. En los demás, tampoco queda mucho de trama y el relato se reduce al paso de una voz a través de un escenario. Voces en off en un bosque de helechos.»

«Cornelia frente al espejo» es uno de los relatos mas hermosos de Silvina Ocampo, y uno de los más extraños. Cornelia vuelve a la mansión familiar para suicidarse, para envenenarse; allí recibe las visitas de una niña, un ladrón y un hombre que quizá venga a matarla, pero que se enamora de ella. No es muy importante el argumento. Lo que importa es ese dialogo de enorme belleza, cada linea una especie de confesión, un recuerdo de la infancia, una despedida. «Siempre jugué a ser lo que no soy»; «Qué absurdas son las personas respetables»; «Los muertos son muy sensibles. Sienten todo. Son más lúcidos que nosotros. Si usted les ofrece carne o vino no lo apreciarán, pero hágales oír música o regáleles perfume y verá. Nunca están distraídos»; «Adoro el mar. Detesto las ceremonias, los cirios, las flores, el hervidero de oraciones. Soy mala. Nadie me quiere a mí». En el resto del libro, como dice Matilde Sánchez, hay gran desdén por la trama y la narración. Hay una mujer que habla, que está hecha de palabras, incluso cuando cuenta: «Del color de los vidrios» es un cuento fantástico-extraño sobre un hombre que hace una casa de vidrio para vivir dentro con su mujer. Llegan personas desde todo el país a ver la maravilla, pero no pueden ver la intimidad de lo que ocurre porque los vidrios, aunque transparentes, están a veces rajados y deforman, no muestran la verdad. El relato comienza con una reflexión de esa voz fantasmal que opina sobre sí misma y su escritura: «Qué insulsos resultan los cuentos de Las mil y una noches, los policiales de Chesterton, los tan sensibles de Stevenson, los de Dino Buzzati —que no todos me gustan—, los de Kafka. ¡No! Los de Kafka nunca dejan de ser los mejores del mundo.» En el libro hay pequeños relatos convencionales (a la manera de Silvina): «Jardín del infierno», una variación de Barbazul donde la asesina es la esposa, o «Los libros voladores», donde los libros se multiplican y suicidan arrojándose por la ventana. Hay un largo poema autobiográfico Invenciones del recuerdo. Pero sobre todo en «Anotaciones», el texto final, hay sentencias últimas, últimos deseos, El deseo de la muerte calma, el deseo del mar y el deseo de Bioy. Escribe: «Y aquí avanzo con la velocidad de una tortuga que espera, sin esperar, una tormenta. ¡Sálvame con tus brazos de agua de una vez! Y para siempre soñaré con vos en las largas noches de mi exilio. Y aquí en el agua me muero sin esperanzas de encontrar algo mejor que el agua, soy una exiliada. The only thing I love, A.B.C. "the rest is lies".» (págs. 174-175 )


Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares

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