Enrique Vila-Matas
ESTA BRUMA INSENSATA
Seix Barral, 2019 - 312 págs. - inicio
[fantástico striptease literario de Enrique]
[22] «No ignoraba que esa sensación de que no es nuestro lo que escribimos ha estado ahí siempre, desde que existe la escritura. Ni ignoraba que la sensació había atravesado toda la historia de la humanidad, hasta llegar incólume a nuestro tiempo, indemne y tan fresca como en los días en que aquella sensación se originó.
Por lo que yo sabía, esa sensación solía asaltar el ánimo de todos los que escriben, ya fueran autores relevantes como si no lo eran. "Desde que empecé a escribir, hay textos que los notaba como no-míos", declaró en cierta ocasión Mario Levrero, para quien esos textos sólo podían venir de una parte suya que le era completamente ajena y aun hostil, o bien de malas pasadas que le jugaba la memoria que le dictaba un texto ajeno, borrándole el dato de que no era suyo. Y contaba Levrero que un día había escrito de un tirón un relato más bien extenso, la historia de un tipo que se despertaba de noche y advertía por azar que su mujer, que dormía a su lado, tenía algo así como una línea sutil en la cara; siguiendo esa línea descubría que la mujer tenía puesta una máscara, que esa cara que él conocía no era la verdadera [...]
Nada más acabar el cuento, Levrero se dijo: esto no es mío, no puede ser mío. Y había empezado a llamar por teléfono a amigos que tuvieran un mínima relación con la literatura para preguntarles si habían escrito ellos o les habían contado alguna vez una historia como aquélla. Y nada, ninguno sabía nada de aquella historia. Y aun así siguió convencido de que el cuento no era suyo y lo destruyó.
¿Tan alarmante podía ser escribir algo y no sentirlo como nuestro? Para Levrero podía ser preocupante y para mí, en cambio, todo lo contrario, quizás porque por mi propia profesión de hokusai había asimilado tanto la cita ajena que la alarma o susto tremendo me llegaba sólo cuando veía escrito algo que percibía que podía ser mío. Es mío, pensaba entonces con verdadero horror, y quería que se me tragara la tierra.» (págs. 209-210)
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