sábado, 24 de agosto de 2019

El coste de vivir, de Deborah Levy (2/3)


Deborah Levy (Johannesburgo, 1962)
EL COSTE DE VIVIR
AUTOBIOGRAFÍA EN CONSTRUCCIÓN
[The Cost of Living (Living Autobiography), 2018]
Trad. Cruz Rodríguez Juiz
Literatura Random House, 2019 - 160 págs. - inicio

Deborah habla con Inés (ABC Cultural)
[también]

«Vivir sin amor era una pérdida de tiempo. Estaba viviendo en la República de la Escritura y los Hijos. Al fin y al cabo, no era Simone de Beauvoir. No, yo me había bajado del tren en otra parada (el matrimonio) y me había subido a otro andén (los hijos). Ella era mi musa, pero está claro que yo no era la suya.
    De todos modos las dos habíamos comprado un billete (pagado de nuestro bolsillo) para el mismo tren. El destino consistía en dirigirse a una vida más libre. Es un destino vago, nadie sabe cómo será cuando lleguemos allí. Es un viaje sin final, pero yo entonces no lo sabía. Simplemente viajaba. ¿Adónde si no podía dirigirme? Era joven y encantadora, me subí al tren, abrí mi diario y empecé a escribir en primera persona y en tercera.
    Simone de Beauvoir sabía que una vida sin amor era una pérdida de tiempo. Su duradero amor por Sartre parece haber estado supeditado a vivir en hoteles y no fundar un hogar con él, lo que en la década de 1950 era más radical de lo que creo que ella pensaba. Mantuvo el compromiso de que Sartre fuera el amor esencial de su vida durante cincuenta y un años, pese a otros apegos. Sabía que no quería tener hijos ni servirle el desayuno ni hacerle los recados ni fingir que no participaba intelectualmente del mundo para que él la quisiera más. La horrorizaba la mediana edad, hasta extremos que no termino de comprender. De todos modos, tal como le escribió al escritor Nelson Algren, arrebatada por su nuevo amor: "Lo quiero todo de la vida, quiero ser una mujer y quiero ser un hombre, tener muchos amigos y tener soledad, trabajar mucho y escribir buenos libros y viajar y disfrutar".
    Cuando estuve de gira promocional por Estados Unidos y aterricé en Chicago, mi editor me puso chófer. Se llamaba Bill y lo sabía todo de Chicago. Lo primero que hizo fue llevarme a ver el lugar donde había vivido Nelson Algren cuando Simone de Beauvoir emprendió el largo viaje desde Francia para estar entre sus brazos. Era una calle frondosa, bordeaba por casas espaciosas construidas con ladrillo rojo, con galerías y jardines. Bill me contó que en los tiempos de Algren era una barriada dura y lúgubre y que Algren Deborah Levy se codeaba con putas, boxeadores y yonquis. Pensé en Simone, una de las intelectuales destacadas de su época, llegando a Chicago, que no podía ser más distinto de París, y en cómo encontró el amor en la tercera planta de una vieja casa de ladrillo rojo. Durante un tiempo, Algren la había liberado sexual y emocionalmente de Sartre.» (págs. 83-85)

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