«Escribir empieza siendo casi siempre un sueño o un capricho o una vocación imaginaria. Pero el sueño, el deseo, el capricho, no llegan a cuajar en nada si no se convierte en un oficio. [...]
Hay algunas singularidades en el oficio de escribir, como las hay en cualquier otro. La primera es que la necesidad humana que satisface es una de las más intangibles, aunque también una de las más universales: la de saber historias y la de contarlas, es decir, dar una forma inteligible al mundo mediante las palabras. Una historia, de ficción o no, propone un modelo universal de un cierto campo de la experiencia a partir de la observación de los datos particulares de la vida. [...] En las sociedades primitivas o antiguas el mito es el modelo de explicación y predicción de los comportamientos humanos. Nuestra variedad moderna del mito es la ficción, en todas sus variedades, desde las más banales, más toscas, más comerciales y efímeras, hasta las más hondas y exigentes, desde la telenovela y el videojuego a Don Quijote o Moby-Dick o a un cuento de mi querida Alice Munro.
Nos dedicamos, pues, a un oficio más antiguo y más útil de lo que parece. También a un oficio mucho más incierto. Porque en él, y esta es su segunda singularidad, la experiencia no ofrece ninguna garantía, y puede haber una divergencia escandalosa entre el mérito y el reconocimiento. [...]
Escribir poniendo artesanalmente en cada palabra los cinco sentidos.
Escribir [...] agradeciendo el oficio del editor, del corrector de pruebas, del traductor, del librero, del crítico, el de otros escritores de los que uno aprende admirándolos, el oficio del que enseña a leer y del que trasmite en un aula el amor por la literatura; agradeciendo el oficio más placentero de todos, que es el del lector. Escribir con el miedo a no tener lectores y con el miedo a perderlos, sobreponiéndose lo mismo a los elogios que a las heridas. Escribir porque a pesar de todas las negaciones y las imposibilidades la escritura, como cualquier oficio, es sobre todo un acto de afirmación. Escribir porque sí.»
3 comentarios:
¿Muñoz Molina? ¿DE VERDAD? En esto me alineo más con Ignacio Echevarría, ¡lo siento! Aunque, bien pensado, peor que él es aún su mujer. ;-)
Perdona el retraso, Andrés. He estado fuera y no había revisado los comentarios.
(; Sobre gustos, todos. Sobre dogmas, los imprescindibles ;)
Reconozco que hace mucho que no leo ningún libro de AMM, pero la verdad es que disfruto un montón con algunos de sus semanales artículos de Babelia.
En cuanto a wife, su libro Lugares que no quiero compartir con nadie fue un buen acompañante-guía de un viaje a Nueva York. Nos reímos con él y descubrimos algunos nuevos sitios interesantes. Fíjate que incluso me atrevo a recomendártelo. (Si lo encuentro, te lo dejo cuando quieras.)
Yes, desde luego que sobre gustos todos... aunque para dogmáticos, ellos dos: mi problema son los sermones que nos montan semanalmente, moralismo pseudo-progre, cuando son más reaccionarios que casi todos; especialmente ella, que ha heredado de él ese tono moralista de sus principios ahora que él escribe sobre arte: que sí, es más interesante que lo que decía antes. Como novelista, y como a Echevarría, nunca me llamó la atención, aunque reconozco que hace tiempo que no le sigo. Abrazos, AM.
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