sábado, 17 de octubre de 2015

Claire Bloom: Adiós a una casa de muñecas

«Leer libros, intercambiar libros, hablar de libros: ése fue un método esencial de comunicación entre nosotros durante todos los años que estuvimos juntos. Yo leía sobre todo por placer, para efectuar investigaciones históricas o como una distracción de la vida cotidiana. Para Philip, en cambio, la lectura era su actividad más vital e importante. Los dos nos tomábamos con absoluta seriedad las recompensas de esa ocupación, y leíamos con voracidad los libros que escogíamos.
    Philip me introdujo en las obras de Milan Kundera, Tadeus Gronowski, Bruno Schultz, Jiri Weil y otros autores de Europa Oriental cuyo trabajo no sólo admiraba sino que dio a conocer en el mundo anglófono, en una innovadora colección titulada Escritores de la otra Europa. Me estimuló para que explorase a Céline y Kafka, sus ídolos literarios, más exhaustivamente de lo que hubiera hecho por mí misma, junto con autores norteamericanos a los que hasta entonces había conocido de una manera superficial, como Hawthorne y Melville. Compartíamos la admiración por Colette, Chéjov, Conrad, Tolstói y Dostoievski. Algunos de los autores ingleses del siglo XIX a los que yo había leído una y otra vez, como Dickens, Eliot y Hardy, nunca ocuparon un lugar importante en las preferencias de Philip. Por más que yo tratara de suscitar su interés, él prefería la austeridad más complicada y mordaz del estilo del siglo XX.» (págs. 212-213)


CLAIRE BLOOM
Adiós a una casa de muñecas
[Leaving a Doll's House:
A Memoir
(1996)]
Trad. Jordi Fibla Feito
Circe, 2015

Philip Roth y Claire Bloom:
¿Quién se queda
la mesita auxiliar?


Ph. Roth Unleashed (BBC, 2014)
«En rápida sucesión, como un stacatto, Philip me exigía que le devolviera todo cuanto me había proporcionado durante nuestros años de vida en común. La lista incluía el anillo de oro en forma de serpiente con la cabeza de esmeralda adquirido en Bulgari; la cantidad de 28.500 dólares anuales que me había dado durante doce años; 100.000 dólares de su dinero empleados en la adquisición de bonos a mi nombre; 10.000 dólares de mi propio fondo especial para viajes; 150 dólares por hora de las quinientas o seiscientas horas que había pasado examinando guiones conmigo; un espejo que él había comprado para colocarlo sobre la repisa de la chimenea de mi casa londinense; un calefactor portátil para la cocina de la misma casa; numerosos libros y discos que él había comprado; el 40% de la venta de mi coche, cantidad que él había aportado cuando lo adquirí; el equipo de estéreo de mi casa de Londres; la mitad de los costes de nuestro viaje a Marrakesh en 1978, los recibos de los cuales me enviaría oportunamente, y algo por adaptar El jardín de los cerezos y escribir una obra de teatro sobre la escritora Jean Rhys; y, finalmente, por negarme a cumplir con el acuerdo prenupcial, me imponía una multa de sesenta y dos mil millones de dólares, mil millones por cada año de mi vida. Los efectos que yo quisiera conservar o no pudiera devolver podía compensarlos mediante su equivalente en metálico, una directriz que parecía un estribillo.» (pág. 291)

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