domingo, 16 de diciembre de 2018

Cosas vivas, de Munir Hachemi

Munir Hachemi Guerrero (Madrid, 1989)
COSAS VIVAS
Periférica, 2018 - 160 págs. - inicio
"Toda la realidad es un libro al que buscamos sentido"
[me encantó]
«Siempre pensé que contar aquello que realmente ocurrió sería una tarea más sencilla que la de escribir ficción (al fin y al cabo la realidad es más minuciosa que la más prolija de las invenciones), pero me encuentro con que no es así. La realidad no tiene la obligación de ser interesante —tampoco la memoria—; la literatura sí. Mis recuerdos no desalojan los espacios que hacen falta para un detalle misterioso o la sorpresa. Podría desodenarlos, es cierto, pero si lo hiciera de algún modo también estaría faltando a la verdad. Creo que Borges reflexionó de forma análoga en Funes el memorioso, el relato de un tipo que no es capaz de olvidar y que por lo tanto tampoco es capaz de pensar (no digamos ya de inventar). El relato de Borges —como todo buen relato fantástico— desconoce el rigor. Hace tiempo jugué a corregirlo y escribí un microrelato llamado La memoria de Ireneo, por el que luego me darían un premio. Lo reproduzco de memoria:
La memoria de Ireneo era vasta y minuciosa. Todo empezó el día en que se cayó de una tapia. Cuando despertó recordó la caída con precisa nitidez. Al instante siguiente recordó que recordaba, y al siguiente que recordaba que recordaba, y quedó así, atrapado en un hecho, en un recuerdo, en un instante denso y anodino e infinito.
    Borges, claro, no estaba por el realismo. Se habría reído de la cita de aquel escritor francés, creo que era Aragon, Louis Aragon, que dijo algo como "nadie más que yo puede saber el sacrificio y el abandono que supone hacer literatura realista" (qué lindo ahí el verbo hacer). De hecho, El Aleph no es sino un chiste acerca de o contra la literatura realista y el escritor realista encarnado en un tal Carlos Argentino Daneri. No me interesa sustraerme a las críticas de Borges, pero no soy un escritor realista; primero porque no soy un escritor, no soporto que me llamen tal cosa, segundo porque el sufijo -ista siempre supone algún grado de artificio.» (págs. 45-46)

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