sábado, 6 de julio de 2019

El aliento, de Thomas Bernhard


Thomas Bernhard (1931-1989)
EL ALIENTO
[Der Atem (Eine Entscheidung), 1978]
Trad. Miguel Sáenz
Anagrama, 1985 - 142 págs.
[Bernhard forever]

«Ahora, como yo había pasado lo peor, tenía también la posibilidad, me había dicho, de considerar mi estancia en el hospital como estancia en un círculo de pensamiento y de aprovechar en consecuencia esa estancia. Pero no tenia ninguna duda, me había dicho, de que yo mismo había tenido ese pensamiento hacía tiempo y había comenzado ya a aprovechar esa posibilidad. El enfermo es un clarividente, para nadie es más clara la imagen del mundo. Cuando él hubiera abandonado el infierno, así había calificado a partir de entonces al hospital, las dificultades que en los últimos tiempos le habían hecho imposible trabajar, me había dicho, quedarían eliminadas. El artista, especialmente el escritor, le había oído decir, tenía claramente obligación de ir de cuando en cuando a un hospital, igual daba que ese hospital fuera efectivamente un hospital o una cárcel o un monasterio. Era un requisito indispensable. El artista, especialmente el escritor, que no iba de cuando en cuando a un hospital, es decir, que no iba a uno de esos círculos decisivos para la vida y necesarios para la existencia, se perdía con el tiempo en la insignificancia, porque se extraviaba en la superficialidad. Aquel hospital, según mi abuelo, podía ser un hospital creado artificialmente, y la enfermedad o las enfermedades que permitían esa estancia en el hospital podían ser muy bien enfermedades artificiales, pero tenían que existir o tenían que ser provocadas y tenían que ser siempre provocadas, a todo trance, con ciertos intervalos. El artista o el escritor que esquivaba esa realidad, por la razón que fuera, estaba condenado de antemano a la insignificancia absoluta. Cuando nos ponemos enfermos de manera natural y tenemos que ir a uno de esos hospitales, podemos decir que hemos tenido suerte, según mi abuelo. Sin embargo, seguía, no sabemos si hemos entrado realmente en el hospital de una manera natural o no. Puede ser que sólo creamos haber entrado de manera natural, incluso de la más natural, cuando, sin embargo, sólo hemos entrado de manera artificial, posiblemente de la más artificial. Pero eso es indiferente. En cualquier caso tenemos entonces, así seguía mi abuelo, un título justificativo para el círculo de pensar. Y en ese círculo de pensar nos es posible cobrar la conciencia que fuera de ese círculo de pensar nos resulta imposible. En ese círculo de pensar alcanzamos lo que fuera jamás podríamos alcanzar: la conciencia de nosotros mismos y la conciencia de todo lo que existe. Podía ser, según mi abuelo, que él hubiera inventado su enfermedad para entrar en el círculo de pensar de la conciencia, según lo calificaba. Posiblemente yo había inventado también mi enfermedad con ese mismo fin. Sin embargo, carecía de importancia que se tratase de una enfermedad inventada o de una real, si producía el mismo efecto.» (págs. 56-57)

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