lunes, 8 de julio de 2019

El frío, de Thomas Bernhard


Thomas Bernhard (1931-1989)
EL FRÍO
[Dic Kälte, 1981]
Trad. Miguel Sáenz
Anagrama, 1987 - 144 págs.
[and ever]

«Me sumí en Verlaine y Trakl, y leí Los Demonios de Dostoievsky, no había leído antes en mi vida un libro de aquella insaciabilidad y radicalismo ni, en general, un libro tan grueso, y me aturdí, durante algún tiempo me disolví en aquellos demonios. Cuando volví otra vez, no quise leer otra cosa en algún tiempo, porque estaba seguro de caer en una inmensa decepción, en un espantoso abismo. Rehusé durante semanas toda lectura. La monstruosidad de los Demonios me había dado fuerzas, mostrado un camino, dicho que estaba en el verdadero camino, hacia afuera. Había sido afectado por una obra literaria salvaje y grande, para salir de ella yo mismo como héroe. No ha sido frecuente en mi vida ulterior que la literatura tuviera un efecto tan monstruoso. Intenté, en hojitas que me había comprado en el pueblo, conservar por escrito determinadas fechas que me parecían importantes, puntos decisivos de mi existencia, temía que lo que ahora era tan preciso pudiera hacerse borroso y perderse de pronto, que de pronto no estuviera ya allí, no tener ya fuerzas para salvar los acontecimientos, monstruosidades, ridiculeces, etcétera, decisivos de las tinieblas del olvido, intenté salvar en aquellas hojas lo que había que salvar, sin excepción todo lo que me parecía digno de ser salvado, aquí tenía mi forma de actuar, mi propia infamia, mi propia brutalidad, mi propio gusto, que no tenían nada en común con la forma de actuar y con la infamia y brutalidad y con el gusto de los otros. ¿Qué es importante? ¿Qué es significativo? Creía que tenía que salvarlo todo del olvido, sacándolo de mi cerebro y llevándolo a las hojas, que en definitiva fueron cientos de hojas, porque no tenía confianza en mi cerebro, había perdido la confianza en mi cerebro, había perdido la confianza en todo, y por consiguiente también la confianza en mi cerebro. Mi pudor para escribir poemas era mayor de lo que había pensado, de forma que prescindí de escribir un solo poema. Intenté leer los libros de mi abuelo, pero fracasé, entretanto había vivido demasiado, había visto demasiado, y los aparté. Tenía en los Demonios lo que me correspondía. Busqué en la biblioteca del establecimiento otros monstruos, pero no había otros. Resulta superfluo enumerar los nombres de aquellos cuyos libros abrí y volví a cerrar en seguida, porque tenían que repelerme con su mezquindad y su indignidad. La literatura, salvo los Demonios, no me decía nada, pero, pensé, seguro que hay otros Demonios. Esos, sin embargo, no debía buscarlos en la biblioteca del Establecimiento, que estaba repleta de mal gusto y estupidez, de catolicismo y nacionalsocialismo. Sin embargo, ¿cómo podía encontrar otros Demonios?» (págs. 132-133)

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