domingo, 3 de noviembre de 2019

El colgajo, de Philippe Lançon


Philippe Lançon (Vanves, 1963)
EL COLGAJO
[Le Lambeau, 2018]
Trad. Juan de Sola
Anagrama, 2019 - 448 págs.
Narrar lo impensable, Marta Ramoneda
[magnífico]
«Después de más de un mes de interrupción, Charlie acaba de volver a los quioscos. Nuevos cronistas y nuevos dibujantes se añadieron a los que habían sobrevivido. Ni se me había ocurrido no figurar en esas páginas, de modo que la víspera del gran trasplante, perdiendo saliva por todas partes, escribí mi primera crónica para el número de resurrección. ¿De qué podía escribir en aquella habitación, si no era de mi viaje alrededor de la habitación? Escribir sobre mi propio caso era la mejor manera de comprenderlo, de asimilarlo, pero también de pensar en otra cosa, puesto que quien escribía dejaba de ser por unos minutos, por una hora, el paciente sobre el cual escribía: era un reportero y el cronista de una reconstrucción. Estaba como nunca agradecido a mi oficio, que era también una manera de ser y de vivir, a fin de cuentas: haberlo ejercido tantos años me permitía mantener a distancia mis propias penas justo cuando más lo necesitaba, y transformarlas, como un alquimista, en objetos de curiosidad [...]

    Gabriela veía las cosas de otro modo. Pensaba que esas crónicas me hundían todavía más en mi miseria y hacían que me perdiera en un laberinto del que habría sido mejor salir. A mí entender era justo lo contrario: al describirla así, escapaba a mi condición. Había tenido que terminar allí, en ese estado, no solo para poner a prueba mi oficio, sino también para sentir lo que había leído cientos de veces en diversos autores sin acabar de entenderlo del todo: escribir es la mejor manera de salir de uno mismo, aunque uno no hable de otra cosa. Así las cosas, la separación entre ficción y no ficción era inútil: todo era ficción puesto que todo era relato —selección de los hechos, enfoque de las escenas, escritura, composición—. Lo que contaba era la sensación de verdad y el sentimiento de libertad que se daban tanto a quien escribía como a quienes leían. Cuando escribía en la cama, primero con tres dedos, luego con cinco y después con siete, con la mandíbula primero agujereada y después reconstruida, con o sin posibilidad de hablar, Philippe Lançon, antes y después yo no era el paciente que describía; era un hombre que observaba a este paciente y lo daba a conocer contando su historia con una benevolencia y una alegría que esperaba compartir. Me convertía en una ficción. Era la realidad, era absurdo y yo era libre.» (págs. 314-315)


Claves para una supervivencia:

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